Alem Y Xentla

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El aire frío le entró por la nariz como un montón de pequeños cuchillos, cortando sus entrañas y el dolor en la garganta le hizo distraerse por un momento, cerró los ojos, intentando calmar el nerviosismo que estaba sintiendo en ese momento y apretó más el nuevo artefacto entre sus flacuchos dedos. Respiro hondo, soportando el frío y la incertidumbre, antes de volver la mirada al frente, donde una pequeña olla de barro viejo reposaba, colocada sobre un tronco cortado por la mitad para mantenerlo en pie, levantó la barbilla en un gesto por demostrar que estaba segura sobre lo que estaba a punto de acontecer. Y el hombre junto a ella pareció notarlo, le regaló una sonrisilla cómplice antes de ayudarla a colocar mejor la posición de su nueva creación.
Hasen alcanzó a mirar de forma muy poco clara su objetivo y se sintió aliviada por tenerlo ahí, pues el peso que luchaba por mantener en el aire era demasiado para sus pequeños y poco desarrollados brazos, aún así hizo el esfuerzo por aparentar que era capaz de sobrellevar aquel artefacto entre una de sus manos. Cerro un ojo, el izquierdo y menos dominante, antes de apretar la pequeña palanquilla que servía para activar el nuevo invento de su padre.

Un estruendo se escuchó por todo el patio, podía apostar que incluso los bosques alrededor de ellos fueron capaces de absorber aquel sonido en sus profundidades más pobladas de naturaleza y misteriosas criaturas.
Sin embargo, con aquella pequeña explosión, vino acompañada de un gritillo demasiado agudo por parte de ella, dió un par de pasos hacía atrás debido a la fuerza del "disparo", como solía llamar Don Santiago al producto obtenido de aquel invento suyo.
Sintió su brazo cansado y adolorido por la fuerza ejercido, aún así, alcanzó a mantenerse en pie y se colocó una mano en el pecho, tratando de aliviar un poco la sorpresa.

Don Santiago se echo a reír y le colocó ambas manos sobre los hombros delgados. Su voz grave lleno el lugar y aunque no era ruidosa, si evocaba a imitarlo, así que Hasen no reprimio una pequeña carcajada para acompañarlo en ese efímero momento de diversión.

—Creo que aún es mucho peso para ti—alcanzo a decir, aún entre pequeñas risas, antes de quitarle su más reciente invento de las manos.
—Tal vez deba practicar más con la espada—le señaló con voz suave—En vez de con...—hizo una pequeña pausa, tomándose su tiempo para pensar—¿Cómo dices que se llama?—las "armas de fuego" eran inventos de su padre, aunque persistia en la idea de mantenerlas ocultas en el núcleo familiar. Eran pesadas y difíciles de manipular, un hombre común, de alguna casta noble, flaco y sin musculatura alguna, no hubiera podido sostenerla con facilidad.
—Arma recortada—sin embargo, su padre era un hombre grande, de brazos robustos, manos anchas y pesadas, era casi natural que él si pudiera cargar con armamento tan pesado, aunque, ¿para qué crear una versión en miniatura?
—Suena...—comenzaron a caminar en dirección a la casona, tomados de la mano, envueltos por el frío y la neblina, que ya no parecía calarles en los huesos.
—No soy bueno con los nombres—era raro que él dije algo así, pues había elegido nombres adecuados y respetables para sus hijos, muy castellanos. A su padre no le agradaban los nombres que se estaban poniendo de moda últimamente, tales como Kate, Robert, George...todos eran extranjeros y eso se sentía casi como otra invasión, además parecían no combinar con los apellidos.

Tal vez su propio nombramiento parecía salirse un poco del estilo de la familia Valtrot, pues no era de origen castellano. Más bien provenía de una lengua ya casi existinta, un antiguo pueblo que vió su esplendor hace ya muchos cientos de años atrás, cuando Xentla aún estaba oculto del viejo mundo, a salvo y sin atravesar más contratiempos que las guerras que propiciaban los propios habitantes del territorio.
Su nombre, Hasen, significaba alma, y se pronunciaba como si la H fuera una J, no sabía muy bien si así debía hacerse, en realidad nadie lo sabía, pero toda la vida la habían llamado de esa forma y sería algo raro afrontar una nueva manera de hacerlo.

Recorrieron el amplio campo lleno de pasto húmedo, su vestido se empapo en la parte del ruedo con las gotas de lluvia que se acumulaban en las plantas a su paso, finalmente arribaron a los jardines de la casa, entre laberintos y jardineras llenas de rosales y flores de muchos colores y olores distintos, de los cuales, no era conocedora por completo, solo su madre entendía el arte de la jardinería. La mansión fue construida a inicios de la conquista, era enorme, hecha con ladrillo rojo, adobe, piedra y madera. Se alzaba imponente con sus techos altos y sus puertas igual de grandes, con varios balcones y ventanales.
Ingresaton por la puerta que daba a los jardines, aún agarrados de la mano, Hasen pudo escucharla el agua chapoteando en la fuente del patio central.

La distribución era curiosiosa, pues la casa contaba con un patio central y otros más allá, más extensos, además de varios sembradios donde los trabajadores de la familia labraban la tierra hasta que su jornada laboral se acababa, ellos vivían en jacales cerca de los terrenos, eran casas pequeñas y muy humildes, con techos de palma y sin puertas ni ventanas decentes.

El patio parecía seccionar a la casa en varias partes, con distintas habitaciones a su alrededor que le daba su lugar a cada actividad dentro de la enorme casona, los salones comunes, el comedor, la cocina y demás se encontraban en la primera planta, mientras que las habitaciones estaban en la segunda planta, junto con los estudios, la biblioteca privada de su padre y el salón de juegos de sus pequeños sobrinos.
Aunque tal vez su parte favorita de la mansión era el pequeño museo familiar que se resguardaba cuidadosamente en el ala más alejada de la construcción, ahí podían verse recuerdos íntimos de la familia, materializados en objetos tangibles, como joyas, retratos, objetos personales cuidadosamente conservados, cartas, y un montón de cosas más.

Además, la casona tenía pasadizos escondidos, tuneles secretos bajo los pisos de ladrillo y barro, de los cuales Hasen no conocía en su totalidad, su padre le enseñó algunos cuando era más pequeña, por si un día se llegaba a la necesidad de usarlos.

"Por cualquier cosa"

Decía él.

El ambiente en ellos era húmedo y frío, pues la tierra a su alrededor nunca estaba del todo seca, en parte por la llovizna constante que reinaba en el lugar y en parte por los lagos y ríos que rodeaban la propiedad.
Había uno en particular que era su favorito, se encontraba escondido justo detrás de un enorme retrato, al final del pasillo que conectaba las habitaciones de la planta superior, si sabías como hacerlo, encontrarias la forma correcta para abrir la puerta que se mezclaba con la piedra de la construcción. Al entrar se encontraban unas escaleras que descendian hasta las profundidades de la casa en forma de caracol, al final de estas, comenzaba un largo pasillo húmedo por el cual apenas y se podía caminar sin tener que agachar la cabeza, aunque claro, ella no tenía dificultades para dicha travesía, no es que fuera especialmente pequeña, consideraba que su estatura era normal, pero si sus hermanos mayores o un hombre "alto" se atrevía a meterse por ahí, terminaría con dolor en el cuello por ir constantemente agachado.
El lugar se extendía varios metros hasta poder ver su final en alguna parte del espeso bosque que rodeaba la casona.

Una vez dentro de la casona, su institutriz, la señorita Galia la cubrió con una pesada capa aterciopelada y con piel de ternero como forro, para cubrirla del supuesto frío que pronto comenzaría a asechar los terrenos de la casa. A Hasen siempre se le hizo raro que no soportara bien el frío, pues ella provenía de las tierras más allá del océano que rodeaba al reino de Xentla, en el viejo mundo, según había leído en uno de esos gruesos libros, la nieve era mucho más común que las playas cálidas o las flores silvestres, pues el hielo cubría prácticamente toda superficie. Aunque la mujer siempre insistía a que su intolerancia a las bajas temperaturas se debía a su avanzada edad y Hasen no le cuestionaba nada más, pues temía ser grosera y hasta entrometida, o en palabras más propias de su madre: no debía ser metiche.

—¿Pero es que a usted no se le ha dicho que debe cubrirse después de sudar?—y después de eso la abrazo con sus brazos flacuchos antes de arrastrarla por una de las escaleras de la casa, se despidió de su padre con un movimiento de mano y una sonrisa. El hombre la imito, antes de desaparecer por el corredor.

Lo que recibió después fue un baño caliente, en la tina contigua a su habitación.
La servidumbre lleno la tina con pétalos de rosa y otras flores, también prepararon la tintura para su cabello, mientras Galia le repetía una y otra vez el itinerario para esa noche y le recrimino por usar un vestido tan ligero para estar al aire libre, también por haber robado de uno de los baules de Hernan, unos viejos pantalones.

A Hasen no le incomodaba usar vestido, lo contrario, le encantaban, más cuando estaban hechos de telas suaves, bordados con diseños únicos en la parte del corsé, o los que tenían mangas largas y holgadas, le gustaba mirarse en el espejo y dar vueltas para corroborar que al bailar, pareciera que estaba flotando entre un montón de nubes gracias a la vaporosa tela de sus faldas pero también amaba usar la ropa de sus hermanos, era mucho más cómoda, más abrigadora y más sencilla, lo que le daba la oportunidad de moverse con facilidad cuando entrenaba con espadas o con las armas de su padre.
Una vez se terminó el baño le colocaron una pequeña capa hecha a base de tela blanca, de un grosor bastante notable, casi parecía una especie de cobija que podría ser parte del lecho de las habitaciones en un día de especial frío. Con especial cuidado le llenaron la cabeza y el cabello de un colorante natural que tenía como función matizar y darle más brillo a su cabellera, y ciertamente jamás se había visto al espejo sin dicho tratamiento pero no era algo que le quitara el sueño.

Por apariencia y caracter ella era tan Valtrot como el resto de su familia, sus rizos marrones y ojos oscuros como la noche lo corroboraban al cien por cierto y nadie pondría en tela de juicio el origen de su nacimiento, como sucedía muchas veces con los hijos de otros grandes nobles.

Su vestimenta para esa noche era bastante sencilla, con una falda nada vaporosa y un corset menos apretado que los que usaba para alguna festividad o ocasión importante, ataviada en su vestido de terciopelo púrpura, tuvo la necesidad de levantarse de su asiento y claro, una vez su cabello se encontrara presentable, salió de la habitación cuidandose de los cansados pero todavía ágiles ojos de su institutriz. Se deslizó como un fantasma, sin hacer ruido hasta que estuvo fuera de la habitación.

Debería de pasar las siguientes horas practicando su danza, sus saltos y vueltas, pero ese día en especial, sus instintos le indicaban que debía encontrar un lugar para dormir el resto de la tarde sin ser molestada. Aunque claro, con ÉL siguiéndole a todos lados, un acto tan simple como dormir podría considerarse una hazaña, aunque claro que tal vez no le costaría nada de comprar un poco su lealtad, a final de cuentas él no le servía a ella, si no a su padre, el amo y señor de aquella casona.

Y ahí lo encontró a él.

Parado al fondo del pasillo, cubierto por la cálida luz que se colaba por uno de los ventanales de la casona, se encontraba Yareth, quien básicamente vendría siendo su protector, contratado por su padre específicamente para cumplir la función de salvaguardar su seguridad en todo momento, aunque no le quedaba muy en claro si eso también incluía a los gritillos de Galia cada vez que se pinchaba los dedos durante una clase de costura o cuando realizaba movimientos incorrectos al bailar, en ese momento Yareth solo se limitaba a observar y a callar, tal vez una sonrisa burlona se le escapara de vez en cuando.

Era un muchacho bastante eficaz en su trabajo, de hecho, se le acusaba de ser un bastardo engendrado por el futuro patriarca de alguna familia no tan poderosa ni tan rica como los Valtrot y por supuesto, con mucha menos clase. Todo lo que sabía de él es que fue reclutado por el ejército hace algunos años, cuando era más jóven, sin embargo, debido a la bajeza de su cuna, no se le permitió ascender a algo más que no fuera el rango de "soldado razo", a pesar de su habilidad con las espadas afiliadas, no se le permitió llevar ningún tipo de honor a la pobre mujer que lo dió a luz y probablemente yacia tirada en un petate, agonizante por el hambre que sufrían las regiones montañosas más allá de los territorios de los Valtrot.
De alguna forma su padre lo encontró en uno de sus viajes a la capital, y fascinado por su prominente estatura y habilidad, de alguna manera logró sobornar al comandante en jefe de su batallón, unas cuantas monedas de oro y ahora se encontraba en la casona, ofreciendo sus servicios, cuidando de ella.

Era alto, incluso más alto que sus hermanos mayores y mucho más fuerte y musculoso, pero eso era difícil de deducir debido a la ropa que solía utilizar casi todos los días, pantalones de manta que habían sido tinturados hasta alcanzar un color azul marino bastante decente, botas de cuero al estilo militar y una camisa negra. Eso si, nunca podía faltar su fiel acompañante, una espada, más parecida a una especie de machete porque era más ancha y pesada que las que usaban los oficiales en el ejército, aunque Hasen solo sabía estos detalles porque el mismo Jared se lo había comentado en una plática casual, en si, ella jamás lo había visto desenfundarla, ni una sola vez.

En cuanto comenzó a caminar por el pasillo de la casona, Yareth la siguió, con las manos detrás de la espalda y sin emitir ruido alguno, hasta que se hubiesen alejado del ala más habitada de la construcción, una vez se encontraron parcialmente solos y sin ningún oyente inoportuno, finalmente le hablo.

—¿Irá a ver a su hermana?—Hasen asintió con la cabeza, sin detener su andar y sin esperar otra contestación más que el silencio—He visto unas flores muy bonitas cerca de la fuente, puedo acompañarla, si usted gusta—a veces hablaba como si él fuera capaz de apartarse de su lado, más por obligación que por gusto y por esos breves momentos Hasen olvidaba que podría estar completamente sola, sin alguien más observandola y no es que le molestara la compañía.

Pero a veces realmente extrañaba ser una niña que podía ir de allá para acá sin nadie que le pisara los talones en todo momento, pues, desde que cumplió los doce años, su padre en entusiasmo en mantenerla vigilada todo el tiempo. Bien sabía que eso era un acto de amor más que de control...se sentía egoísta cuando dentro de si misma le recriminaba a su padre por ello.

—Si...no sería mala idea—apretó el paso, esperando dejar a su protector atrás, aunque bien sabía que eso no sucedería jamás.

Él siempre estaría ahí.

—¿Pretende escaparse de sus lecciones?—Hasen arrugó el entrecejo y se detuvo de golpe para evadir la pregunta más que nada y fingir que no era así, aunque también le llamó su atención la altaneria con la que pronunció tal acusación, ¿quién se creía?, quizás si se hubiese tratado de algún otro vasallo, ya habría sentido la finura de su mano sobre su mejilla.

Pero Yareth era...distinto al resto.

—No...—alcanzó a mascullar mirándolo por el rabillo del ojo. Yareth dió un pasó al frente. Hasen reanudo la marcha, escuchando los pasos detrás de ella, y esto la irritó bastante.

Pero lo soportó bastante bien.

Aunque siempre estuvo esperando que Yareth dijera algo más, más ruidoso que el sonido de las suelas de sus zapatos contra el piso de ladrillo y con más sentido que si silencio sepulcral.

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Para cuando la hora de la cena llegó, Hasen tenía joyería nueva en sus dedos y cuello, hechos a base de plata traída desde el norte del reino junto con diamantes que se transportaba en los grandes y pesados barcos en el océano. Tenía el cabello recogido y a la luz de las velas toda la casona parecía sumida en una calma tan apacible que te volvía somnoliento, a pesar del frío y la rigidez con la que el viento se colaba aún por debajo de las pesadas puertas de madera, esa noche cenaban carne de borrego horneada en su propio jugo, acompañada de tortillas y salsa tatemada.

Mientras cenaban, entre las risas de sus sobrinos las pláticas de negocios que sus hermanos sostenían siendo dirigidos por su padre, sus cuñadas y madre se centraron más en averiguar lo que hacía falta en la casona, o si los trabajadores tendrían para alimentar a sus familias cuando el fin de semana se diera por concluido, antes de que el frío se terminara y pudieran volver a sus actividades con normalidad.

La familia Valtrot a diferencia de muchas otras casas nobles, era famosa por ser bastante misericordiosos con quienes labraban sus tierras, los precios en la tienda de raya no eran elevados, más bien justos, aunque si una deuda quedaba pendiente, debía ser saldada, pasando de generación en generación hasta que el pago estuviera hecho por completo, sin embargo se les proveían viviendas dignas y suficientes cobijas para soportar el frío y la neblina de la región.
Hasen observó a su protector, de pie al otro lado de la gran habitación que les servía como comedor, alejado de la luz de las velas, casi parecía un fantasma, él la miró de vuelta, con la mirada gelida y la expresión neutral, aún con una mano sobre el mango de su espada, Hasen casi quiso llamarlo y pedirle  que se sentara junto a ella.

—Suegro, ¿haremos acto de presencia en la capital?—fue Cristina, con sus ojos verdes y cabellera larga avellana la primera en tocar un tema que llevaba días susurrandose entre los vasallos de la gran casa.

Los Valtrot habían mantenido cierto nivel de amistad con la corona, en realidad todas las casas debían hacerlo si deseaban conservar su fortuna, sin embargo, con el pasar de los años, puede que Don Santiago no simpatizara con ciertos ideales del actual rey, quien a pesar de tener ya los cincuenta y seis años cumplidos, continuaba desparramando el dinero de las bóvedas reales en fiestas y más diversiones para nada respetables, además de que, prácticamente mantenía a la iglesia católica, y por muy religioso que el patriarca de los Valtrot fuera desde su nacimiento, suponía que el dinero de la corona debía ocuparse para sesar la hambruna que los pueblos retirados en las montañas enfrentaban últimamente, así como quizás, armar un poco mejor a su ejército, quienes seguían ocupando las mismas armas oxidadas del siglo pasado, no tenían entrenamiento ni mucho rigor. Ya que aunque Xentla era un reino pacífico, nunca debía descartarse la idea de una posible guerra.

—Sería lo más sensato—dijo el hombre antes de darle un sorbo a la copa de cristal a su lado, donde yacia un líquido oscuro, que Hasen, adivino como vino.

Y quiso tomar un poco.

—Dicen que el festejo es más que nada para rendir honor al nuevo emperador de Alem—esta vez fue Hernan, quien al parecer ya se había hartado de hablar de cuentas y sacos de maíz con su hermano mayor—Viene a firmar algún tratado de paz...¿cómo es que se llamaba?—preguntó, más al aire que a alguien específico dentro de aquella sala—¿Vilberg?, ¿Walhen?—se llevó una mano al mentón, como si buscara encontrar la respuesta con un dicho gesto y de forma muy poco gracil, trato de pronunciar sílabas y sonidos que en sus labios, parecían más gruñidos que palabras entendíbles.
—Wilhelm Holstein-Schwarzenberg—César fue el único en la familia que tuvo la oportunidad de estudiar en el extranjero, había aprendido muchos idiomas a raíz de ello, entre esos se encontraba el Alemni, el idioma oficial del Imperio de Alem. Así que no fue sorpresa para nadie que él si pudiera pronunciarlo casi a la perfección, sin enredarse entre las entrecortadas sílabas de dichas palabras.

A Hasen le pareció más un gruñido que un nombre, pero tuvo que contener la risa por el bien de la seriedad de la conversación y solo pudo mirar a Jared, quien aún se encontraba en la misma posición de hace unos minutos atrás, apretando los labios y pretendiendo no mirarla.

Si lo hacía, ambos se soltarían a reír y eso era bastante peligroso.

—Sería bueno que Hasen comenzara a aprender alemni, ¿no lo cree, suegra?—señaló Ofelia, la más jóven de sus cuñadas y con quien Hasen se llevaba mejor. A veces iban juntas a pasear por los jardines.
—No creo que sea lo mejor—respondió su madre, entendiendo al instante lo que ese comentario quería decir en verdad—El emperador es bastante mayor, un viejo diría yo—después de decir aquello, la mujer se llevó un trozo de borrego a la boca.
—De hecho no—intervino César con bastante entusiasmo—Ese era su padre, Wilhelm es bastante más jóven, incluso más que Hernan—por alguna razón esto pareció molestar a su hermano, pero por el movimiento brusco del mantel que colgaba de la mesa, Hasen pudo deducir que alguna de sus cuñadas tuvo que darle un pequeño golpe en la espinilla para hacerlo callar.

Aunque no entendió muy bien porque. O la razón de que su madre mencionara al viejo emperador de Alem, pues no era para nadie un secreto que este había muerto hace ya bastante tiempo. No sabía mucho sobre la historia de las viejas familias o los rumores del viejo mundo, pero si conocía con bastante detalle la relación de Alem con su propia patria, el reino de Xentla, pues, a pesar de ser una historia repetida entre varios otros reinos del mundo, Xentla tuvo un final más interesante.

—Debe de querer algo más—especuló Don Santiago—Xentla jamás se ha entrometido en sus guerras....

En los viejos libros y pergaminos que narraban la historia de Xentla se especificaba que de todos los territorios descubiertos, su patria era la que menos conflictos bélicos tenía en su lista, solo existían dos que eran obligatorios mencionar, tanto por su importancia histórica como por su sanguinario desarrollo y ocurrió al inicio de los años en los que se unificó a todo el territorio en un reino, y cuando se independizó de Fend.
Un país que ya no existía y se encontraba dominado por Alem en su totalidad.

Antes de ser descubierto por Fend, Xentla era habitada por nativos, de tez oscura, cuerpos atléticos y costumbres algo extrañas según los viejos escritos. Ofrecían sacrificios humanos a sus múltiples dioses en busca de buenas cosechas y se dividian en varios pueblos pequeños dominados por uno mucho más grande y fuerte. Cuando los Fendienses llegaron a tierra, montados en sus barcos de madera, los nativos los confundieron con los seres divinos a los que adoraban.

A partir de ahí, el resto fue historia, y el resultado bastante catástrofico, pues terminaron colonizados e invadidos por las personas del viejo mundo.
Se decía que los nativos eran guerreros natos, más agresivos y peligrosos que los espadachines en el imperio de Namud. Pero fueron quizás las nuevas enfermedades traídas desde tierras lejanas lo que los hundió en la derrota. Hasen pensaba que francamente los fendienses no eran rivales para dichos pueblos guerreros, si no hubiera sido por la epidemia que llevaron consigo, montada en sus barcos y ropajes, Xentla jamás habría existido.

Años después decidieron cortar relaciones con Fend, cuando la casa Holstein-Schwarzenberg se hizo con el poder en Alem y se dedicó a conquistar gran parte del Viejo mundo.
Xentla entró nuevamente en un conflicto, pero únicamente se limitó a la misma población de Xentla.

Sin embargo, ya habían pasado muchos años desde entonces, ni Hernan, ni Cesar habían nacido todavía, tal vez Don Santiago fuera apenas un niño cuando la independencia aconteció y ya no recordara nada de ello con lucidez. De alguna forma le causaba un poco de intriga la razón por la cual Alem no dirigió su vista hacía el nuevo mundo, quizás, se encontraban demasiado desgastados como para atreverse a viajar por mar y hacerse con una tierra que ya tenía bastantes problemas internos.

—Quizás quiera lo que crece en nuestros campos para alimentar a su nuevo ejército—dijo Hernan, casi en un susurro, pues aunque los rumores de una posible guerra eran bastante frecuentes en Xentla, se disipaban rápido, pues los conflictos siempre ocurrían al otro lado del océano, nunca de este lado del mapa.
—Si esta planeando una nueva guerra, espero que no se encapriche con Xentla—Don Santiago bebió un poco más de su copa y luego continuó hablando—No tenemos más que madera y tierras fértiles, el oro se acabó con la Conquista, al igual que el jade.

Y sin volver a tocar el tema, la familia continuó comiendo, pasando a conversaciones mucho más digeribles, como el precio de la seda, los compromisos celebrados entre el resto de las casas nobles y lo mucho que habían crecido los más pequeños de la familia.

Pero la imágen del fuego rodeando las casonas y hombres con espadas no dejó tranquila a Hasen, al menos no por mucho tiempo. Hasta que recordó lo aprendido mientras curiosaba en la biblioteca familiar, la razón por la cual Alem era tan temido.

—¿Qué hay de sus bestias?—quiso saber con la misma curiosidad con la que un niño le pregunta a su cuidador por el color del cielo—¿Son tan aterradoras como dicen los libros?
—Sus dragones ya no son más que meras lagartijas con alas.

Los dragones no eran criaturas fantásticas, al inicio de la creación del mundo, abundaban en el Viejo Continente: Xentla tenía a sus jaguares y grandes felinos, pero Alem, Balks y Galcies tenían dragones, así como Alzeir tenía a sus enormes y feroces osos blancos. En batalla eran temibles, pues su velocidad y fuerza ayudaban a intimidar a cualquier ejército que se les pusiera enfrente.

Pero tenían un defecto y una debilidad.

Ya no escupían fuego.

No se supo la razón de tal fenómeno, solo de un día para otro, las dragones ya no exalaban su aliento solar y desde entonces no había vuelto.

A veces se preguntaba la razón de ello, no porque se sintiera especialmente atraída por dichas criaturas, tal vez si fueran menos pesados podría pensar en ellos como una mascota, pero su padre solía repetirle que no eran más que animales cuyo propósito era servir a la destrucción de ciudades y devorar hombres, puede que ya no tuvieran su aliento de fuego, pero eran demasiados robustos, agresivos, aunque una lanza igual de pesada y gigantesca podría acabar con ellos si se apuntaba con algo de coherencia y suerte, casi parecían hechos para la guerra y eso era la razón por la cual ya no tenían utilidad en estos días. Además de dar terror y esas cosas.

Según tenía entendido la familia inperial de Alem no montaban dragones, dirigían batallas sentados desde sus tronos de oro, pero no peleaban.
Al menos hasta hace unos años.
Pues podría llegar a considerarse incluso vulgar que un príncipe heredero a la corona se montara sobre esas criaturas y partiera al frente en campo de batalla.

Eran gobernantes, no guerreros o asesinos.

Sin pedir permiso, tomó la copa de su padre, que se encontraba al lado suyo y le dió un gran trago que casi la dejó vacía.

—Un poco más y nos dejas sin beber a todos—Cesar era el más quisquilloso de los tres, el más bromista—Borracha...—y a quién Hasen disfrutaba molestar más.
—Yo tengo la decencia de hacerlo enfrente de padre, no tengo que ocultarme en la bodega con los jornaleros, como otros—le dirigió una mirada burlona a su hermano, y pudo observar como la expresión le cambiaba por completo a una mucho más caótica—Borracho—su padre se soltó a reír y el resto de la cena se pasó bastante rápido. Sin la mención de los dragones del Alem, ni conspiraciones políticas de por medio.
Para cuando la cena se hubo terminado, todos los miembros de la familia se despidieron entre si con un beso en la mejilla y un abrazo, incluyendo a los más pequeños de la casa, quienes llenaron a sus abuelos de caricias en las mejillas y saltos pidiendo atención y amor, sus madres los alzaron en brazos antes de llevárselos a sus respectivas habitaciones.

Finalmente Yareth la acompañó hasta su alcoba, siempre a varios pasos de distancia, con el sonido de la espada chocando contra su cuerpo y el sonido de sus zapatos contra el piso de ladrillo, no se detuvieron hasta que se encontraron frente a la puerta de su alcoba, finamente decirada con flores o los cadáveres de las mismas, suponía, debía pedir que las cambiaran mañana temprano, aunque no tenía ganas de hacerlo, si te acercabas lo suficiente podías sentir cierto olor dulzon.
Tal vez estuvieran muertas, pero si escencia seguía ahí y lo haría por un huen rato. Las flores de terciopelo colgaban de la puerta en una decoración triste, estiró un brazo y con la yema de sus dedos acarició la superficie de aquella extraña flor, ahora era ahora era áspera y se caía en pequeños pedazo.
A su hermana le gustaban esas flores, eran sus favoritas por encima de todo, su color, su olor, su textura. Natalia parecía estar atrapada en el encanto del terciopelo de aquellas plantas y Hasen las arrancaba una por todo todos los días, esperando absorber un poco de esa energía y quizás dejar de ser un poco como era, para ser más como la mujer retratada en esa gran pintura, resguardada en el gran salón de la casona.

—Tendrán suerte de contar con su presencia en la capital, señorita—Yareth abrió la gran puerta de roble, más como un acto de caballerosidad propio de él que como parte del cuidado personal de Hasen.
—Mmm, al igual que con la presencia de las otras jóvenes nobles—el chico aparto la mano de la manija de la puerta y Hasen la tomó entre sus dedos, esperaba terminar con esa conversación quizás con un "buenas noches"—¿Le temes a los dragones?—los ojos de Yareth parecieron enmarcarse más con la sombra de las velas bailando a su alrededor, y le dirigió una sonrisa suave antes de responder.
—Le temo más al jinete que dirige el ejército—Hasen dio un paso dentro de la habitación y retrocedió unos cuantos más hasta que su cuerpo quedó dentro por completo.
—¿Por qué?—quiso saber, invadida por la curiosidad. Su jóven protector dió un paso al frente, atravesando el marco de la puerta. Cuidadosamente cerró la misma tras de si y se acercó a la chica, a pasos lentos, no quería asustarla. Hasen extendió los brazos, invitandolo a refugiarse en ellos, el caballero tomó sus pequeñas manos entre las suyas antes de estrecharlas con fuerza y cariño.
—Supongo que no soy rival para un príncipe, ¿o si?—Hasen le pasó las manos por la nuca y el cabello que ya comenzaba a esponjarse porque no había sido cortado en mucho tiempo. Pudo ver la tristeza reflejada en sus ojos y quiso que por una vez en todos esos años, la línea imaginaria que los separaba se desvaneciera, al menos por esa noche—Corrijo, un emperador—pudo sentir el aliento cálido de aquel intruso muy cerca de sus clavículas, y aunque el calor en su cuerpo subió estrepitosamente, lo que estaba pensando hacer no era propio de una dama de alta alcurnia.

Observó los grandes labios de Yareth y paso uno de sus pulgares por dicha zona.

¿Por qué todo tenía que ser tan difícil?

El caballero se permitió tomarla de la cintura antes de pegar su frente a la de ella.

Si tan solo hubiera nacido como noble...

Hasen retrocedió de golpe, antes de colocar las manos detrás suyo, pues, si permitía que estas quedarán libres otra vez, quien sabe que podría suceder después.

—Debes tener una imaginación muy hábil—comentó mientras se dirigía hasta la cama—Y no deberías especular sobre algo que aún no ha sucedido—Yareth pareció entender el mensaje, y aunque era raro verlo sonreír (al menos para terceras personas), pudo distinguir un cálido gesto de alegría entre sus labios.
—Por su puesto, señorita, no debería atormentar a su jóven mente con algo que no sabemos si sucederá o no...

Se quedaron callados un par de minutos, antes de despedirse.
Era algo prohibido que ambos estuvieran a solas en una habitación, en especial a estas horas de la noche.

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