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Aun recuerda el día en que tuvo que dejar ir a su primer amor.

Cuando se dio cuenta que ella no crecía, que era como una eterna niña, no se pudo esperar más, se necesitaba de un heredero y ella no podría dárselo.

En aquella ocasión, lloró sin consuelo en frente de él y se negó a ir a la ceremonia con obvia razón, no soportaba la idea de verlo amar a otra mujer cuando siempre pensó que la mujer que sonreía feliz y en ese vestido blanco sería ella; cuando el heredero nació fue a verla y él le prometió que su hijo cuidaría de ella cuando ya no estuviese en ese mundo, que la amaría y que ella debía amarlo a él, y así fue, mientras tenía sus manos ya envejecidas por los años sujetadas entre las suyas que se mantuvieron jóvenes como el primer día, su heredero estuvo ahí, para abrazarla cuando dio su último aliento en esa vida.

Fue una cadena de promesas sin fin, hasta que el tercero en esa cadena vio en ella el potencial de guardar magia sin poder usarla a su libre albedrío que podía dar a aquellos a los que tenía la afinidad emocional del amor.

"Debes amar a cada uno de los Lucis Caelum y cuando llegue el momento deberás dar tu vida por el rey entronado, para llevarlo a la victoria" le dijo y ella recordando las palabras de su primer amor decidió mantenerse firme a ello. Era como la prometida que nunca se casaría, con un cuerpo que viviría eternamente y que apenas si mostraba signo de vejez, esperando en el altar, sin vestido o tiara, solo con una promesa que se quedó impregnada en su mente y una flor que se marchitaba en su mano, la esperanza de ser feliz cubriendo sus ojos ante lo que realmente pasaba.

Sin darse cuenta, esperaba por quien la amaría, pero siempre terminaban por amar a alguien más.

Dar a luz a un Lucis Caelum es difícil, son seres tan poderosos y las madres no siempre lo soportaban, eran contadas las veces que ocurría, pero las tragedias pasan, y en más de una ocasión le fue dada la tarea de cuidar del futuro rey o reina, ¿Cómo no amarlos de manera diferente? Los amó tanto como pudo, los veía crecer, los veía amar a alguien más y volvía a ese bucle sin fin.

¿Cuándo seré feliz? ¿Cuándo vendrá mi persona prometida?

Se preguntaba, pero los años la curtieron en sabiduría, y parte de esa sabiduría le mostraba que no todas las promesas se cumplen, que las palabras dulces no siempre lo son en realidad y que las personas mienten con una facilidad que hasta para ellos es desconocida.

Se dio por vencida, se convenció de que esa persona nunca llegaría a ella, quien sabe y capaz nunca fue un Lucis Caelum, puede que esa persona se quedase en su mundo, preguntas iban y venían en su mente pero no tenía respuesta.

Pero entonces nació él, en un inicio no le hizo demasiado caso, Mors cuidaba de su hijo junto a su esposa y ella lo dejaba estar, no queriendo acercarse mucho al pequeño castaño aunque esté pareciera buscarla y tratar de jugar con ella.

Regis era insistente y eso hizo que se ganará su afecto más rápido que tarde, (...) maldijo a su corazón por caer de nuevo en las palabras de la vieja promesa y antes de darse cuenta ya amaba al infante y esperaba por algún día ser su reina.

Curiosa la vida es, porque antes de darse cuenta ese niño se había convertido en un hombre galante y caballeroso sin que se diera cuenta.

Un hombre que tomó la mano en matrimonio de su amiga de la infancia, Aulea, poco después de que los problemas políticos entre reinos se calmaron.

Ese día volvió a llorar como la primera vez, pero en esta ocasión él la encontró, en su traje real y con una sonrisa en la cara entró a su habitación a buscarla por ser una de las damas de honor; grande fue su sorpresa cuando la encontró sin la máscara con la que toda su vida le había visto y llorando como si le hubieran hecho el peor de los daños.

El "te amo" que le dijo no hizo más que confundirlo, era demasiado preciada para él pero no de esa manera, (...) volvió a escuchar el típico "lo siento tanto" mientras la abrazaba con fuerza, pidiendo perdón cuando no era su culpa, separando sus cuerpos para marcar una vez más la línea que no debía pasar porque no era culpa de él, era de ella por seguir teniendo las mismas esperanzas desde el primer día.

Decidió poner distancia con Aulea en cuanto se dio cuenta que estaba embarazada, porque todo volvería a empezar y ya sentía que tuvo suficiente, pero parecía buscarla por alguna razón.

-Creo que el bebé quiere estar contigo -fue lo que le dijo con una dulce sonrisa, el cabello negro ahora corto para su comodidad enmarcando su rostro- se pone feliz cuando estas cerca -tomaba su mano y la ponía sobre su redondo vientre, la sensación era rara en cuanto siente movimiento y se preguntó lo que se sentiría estar embarazada, una idea que estaba encarcelada en lo más profundo de su mente, no teniendo el corazón para decirle que se movía porque sentía la magia en ella y trataba de obtenerla.

Cuando el momento de dar a luz llegó, Aulea y ella estaban juntas, a (...) le tocó llevarla al hospital y estar con ella en todo el proceso hasta que Regis por fin arribó, ella se fue porque se negaba a ver ese niño hasta el momento de la ceremonia de presentación en donde tendría que verlo de manera obligatoria y darle su bendición como con los otros herederos antes que él.

Se puso el vestido negro, el corsé que ocultaba su verdadera figura y su usual máscara, suspiró con tristeza porque ahí iba de nuevo, una vez más iría a que le rompieran el corazón, una vez más iba a sufrir voluntariamente, mostrando su corazón y lista para el siguiente rechazo en su milenaria vida.

Grande fue su sorpresa al ver a ese niño, se quedó estática un momento cuando, con una radiante y a la vez cansada sonrisa, Aulea le tendió a su hijo con mucho cuidado.

-Su nombre es Noctis, ¿no es igualito a mí? -sólo en el cabello y la nariz le quiso decir, por alguna razón el nombre de Somnus se le pasó por la cabeza en cuanto lo vio moverse, con los brazos al aire como tratando de alcanzar algo.

Fue extraño, hasta lo consideró bizarro, ese sentimiento ya estaba en su interior mientras lo cargaba y se sintió mal consigo misma, ¿pero cómo no amarlo con solo verlo?

Una vez más marcó distancia, una vez pasó la ceremonia se lo devolvió inmediatamente a Aulea y como una cobarde huyó de ahí, sin hacer caso al llanto del niño al ser tan apurada al devolvérselo a su madre.

Se negaba a visitar su cuna o siquiera acercarse a su cuarto, Regis iba a verla para asegurarse de que estuviera bien, a veces pidiendo que fuera a ver al niño solo silo quería hacer y que dejará de encerrarse, sabiendo del problema que sufría (...) porque ella misma se lo contó en un intento de no hacerlo sentir culpable.

No pudo seguir siendo esquiva cuando Aulea, en su lecho de muerte, le pidió que viera por su hijo.

- lo de tu promesa, Regis me habló de eso -le dijo, (...) no quería estar ahí, nunca le gustó ver ala gente en este estado, nunca era sencillo decir adiós, y que los Sidereos sepan cuantas veces ella ha tenido que decir adiós para siempre- sólo te pido que veas por la felicidad de Noctis, y que le ames, sé que es doloroso para ti y no puedo imaginar cuánto has sufrido, pero haz eso por mí.

¿Cómo negarse a una madre que pide por su hijo?¿Cómo hacerlo cuando la conoce desde que era una niña y jugaba al lado de Regis, correteando alrededor de ella? No quedó más que aceptar, aceptar y tratar de respirar con normalidad detrás de la máscara, quizás para Aulea se veía decidida y firme por el sereno semblante reflejado en aquel pedazo de cerámica, aun cuando estuviera destrozado debajo de esta.

Ese mismo día se acercó a la cuna, las gotas saladas resbalando por el borde de la barbilla, mientras se inclinaba debajo del móvil de estrellas no pudo evitar pensar que se debería ver como un demonio para el pobre niño, pero este, ya de un año y algo más, río al verla, tratando de tomar su rostro con sus pequeñas manos.

-Hola, pequeño príncipe -su voz apenas se entiende, apoya la cabeza en sus dos brazos sobre la reja de la cuna- ¿Esta bien si te amo, Noctis?

El niño la mira, y se siente perderse en esos ojos tan grandes que tiene, no sabe si son de azul oscuro o de uno tan brillante que ya parece celeste, le vuelva a recordar a su primer amor pero sabe que este no es él, este es Noctis, el 114° príncipe de Insomnia, se lo recalca mientras juega con sus suaves cabellos negros, parece disfrutarlo por aquella sonrisa de bebé que vuelve a salir de su boca.

-Voy a velar por tu felicidad, serás un gran rey -su dedo en aprisionado por su mano, es tan pequeño- vas a ser muy feliz, ya lo verás.

Una vez más iba a hacerlo, empezando a cantar una canción de su mundo mientras el arrullo lo hace casi caer dormido con la cara apoyada en su mano.

Lo más seguro es que termine con el corazón destrozado una vez más, pero, una vez más, se decía que esto valdría la pena, amar a ese hermoso ser valdría la pena.

-Me pregunto cuando será el momento en que te diga adiós a ti también -preguntó mientras lo dejaba reposar en su cuna, tendido y cansado- bueno, hasta que ese momento llegue, voy a amarte mucho y tú tendrás que encontrar a tu persona amada para ser muy feliz, ¿estas bien con eso?

Nunca tuvo una respuesta a su pregunta, pero no la necesitaba, se acomodó en sus brazos y se dejó llevar por el sueño junto al pensamiento de un muchacho de cabello negro que le sonreía y parecía tener una luz cálida detrás de él.

Un bello sueño que la hizo dormir con completa calma a un lado del niño que había prometido amar.

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