Capítulo 13

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15/09/2017

—¿Puedes dejar de sonreír como un idiota? —preguntó Pia analizando un pan integral.

Jules metió tres artículos de las góndolas sin mirar para molestar a su hermana, efectivamente sonreía como un adolescente enamorado y pues actuaba como tal. Llevaban media hora en el supermercado comprando todo para la cena de esa noche, Erin se había enfadado con él por vivir a base de comida congelada y se auto invitó para enseñarle a cocinar pollo al whisky con patatas y verduras. Deseaba que el reloj avanzara más rápido, quería que llegaran las 20:00 P.M para ver a la irlandesa de nuevo.

—Déjame ser feliz, nena —dijo detrás de la mujer.

—Tienes cuarenta así que ya actúa como el anciano que eres.

—Oye, la edad es solo un número. Además, te oyes como Pietro.

Pia fingió un escalofrío.

—No me digas cosas tan horribles, tendré pesadillas todo el mes.

—¡Oh! ¿Eso fue una broma? —La abrazó por la espalda—. Mi hermanita tiene sentido del humor, estoy orgulloso de ti.

Ella le pisó el pie haciéndolo chillar y soltarla.

—¡Eso no es justo, tienes botas de tacón! Mierda, mis dedos —se quejó dolorido.

—Tú te lo buscaste.

Malicioso le hizo cosquillas en la parte posterior del cuello, la chica respingó y lo golpeó con el paquete de pan, él cogió uno para defenderse. Fiorella apareció junto a Florentino trayendo una botella de vino, pero se quedaron viendo a sus hermanos mayores mientras peleaban con los panes integrales.

—Y nos dicen a nosotros inmaduros —opinó Tino malhumorado.

—Son adorables —agregó la muchacha levantándose los lentes.

Esa era una capacidad especial que solo Jules ejercía —como un súper poder que infligía sobre su familia—, deliberadamente con un jovial entusiasmo que los contagiaba y cuando se le antojaba podía hacerlos actuar como niños.

—Hace mucho que no lo veía así —murmuró Fiorella a su mellizo.

—Sí, se ve... vivo. Como el viejo Jules, pero mejor los detenemos porque creo que el guardia viene para acá —comentó él mirando al uniformado amargado venir hacia ellos amenazadoramente—. Mierda, en serio viene por nosotros.

Ambos jóvenes se adelantaron y empujaron a los otros dos a la sección de carnes, por fortuna el guardia abandonó su búsqueda rápidamente. Tras eso reunieron los ingredientes necesarios para la cena de cada uno, discutieron diez minutos sobre la diferencia entre una patata y una batata, y finalmente se encaminaron a la salida. Aunque al salir del establecimiento, Pia recordó que debía comprar alimento para gato y regresó al interior con su amistosa hermana de acompañante.

Los hombres esperaron en el estacionamiento, Tino se puso a jugar con una máquina de garra y Jules revisó la lista de compras que Erin le envió por mensaje. La dividirían equitativamente así que por su parte, ya había cumplido. Su móvil sonó y contestó confiado de oír la cantarina vocecita de su hada pelirroja, pero quien habló en su oído lo afectó tanto que se sentó en el suelo.

—¿Cielo, estás ahí? ¿Jules? —llamó la anciana.

No sabía porque ella lo llamaba. La madre de Cyliane.

—A... aquí es... estoy —tartamudeó.

—Oh, qué bien. Yo no entiendo estos aparatos —se excusó la mujer. No obstante, moderó su tono para hablar seriamente— ¿Estas bien? ¿Cómo va el trabajo?

—Bien —jadeó sintiendo el sudor deslizándose por su columna.

—Sé que estás fechas son difíciles para ti, lo son para todos nosotros...

¿Fechas? La contundente respuesta le aplastó el cráneo, el peso fue tal que le rompió los huesos y exprimió su corazón palpitante. La felicidad de aquellos meses borró la realidad, su cerebro eliminó lo que no tuviera que ver con disfrutar de vivir, pero la herida que nunca se cerraba no podía ser ignorada mucho tiempo. Los días estaban pasando, eran tachados del calendario y ESA fecha llegaba como todos los años. Ni siquiera se había percatado de que el inicio de septiembre lo había alcanzado hacía quince días.

—Sí —susurró temblando.

—Escucha... —Ella lloraba—. Mi niño, yo... hablé con la amiga de Cyliane y me dijo lo que mi hija hizo semanas antes de que vinieran a Virginia... no sé cómo decirlo... ¿Tú sabías?

No, eso no. Claro que sabía lo que Cyliane había hecho, ese era el motivo por el cual discutían segundos antes del accidente y... las lágrimas se le escaparon irremediablemente, se tapó la boca para que la dama al teléfono no advirtiera que se le partía el alma en pedazos que no podría reponer luego, le flanqueaban las fuerzas impidiéndole sujetar el móvil; tiró de su cabello ansioso.

—¿Jules? —preguntó Tino acuclillándose a su altura. No lo miró— ¿Hermano?

La madre de Cyliane continuaba llorando en su oído, repercutiendo en su cabeza como el crujido del vidrio.

—Tú sabías ¿Verdad? ¿La obligaste a hacerlo? No me enfadaré, pero te ruego que me lo digas... mi niña nunca habría...

—¡Yo no la obligué! —exclamó con la garganta desgarrada— ¡Me lo dijo después!

—¡No, ella no lo haría! Dime la verdad...

—¡Esa es la verdad!

—¡No, Cyliane no era así! —rugió ella.

—Esa es la verdad, le juro que es la verdad... por favor, créame —rogó meciéndose.

Atrás. Adelante. Adelante. Atrás. Un mantra. Un movimiento sistemático de su psiquis resquebrajada.

—No... no... no... —clamó la anciana.

—Yo no sabía. Nunca supe... hasta que fue muy tarde...

—Te lo pido, dime que es mentira...

Negó frenético, Pia y Fiorella regresaron con más bolsas. Contemplaron extrañadas la escena mientras pedían explicaciones al otro muchacho que se hallaba igual de perdido que ellas.

—¡Es la verdad!

—¡Cyliane no haría eso!

—¡Pues ya ve que sí! —bramó furioso con los ojos rojos. Su hermano le tocó el hombro y lo apartó de un manotazo— ¡No me toques!

Pia le arrancó el teléfono y cortó la llamada, él quiso levantarse para recuperarlo, pero Fiorella le rodeó la cintura con los brazos para tranquilizarlo.

—Le dije la verdad... —susurró asfixiado.

—Tranquilo, está bien. Todo va a estar bien. Tú vas a estar bien.

Erin se despidió de la fotógrafa con una enérgica sonrisa y un beso en la mejilla cuando se la cruzó en la puerta de la agencia de modelos, acaba de salir de una sesión bastante prometedora ya que se trató de la publicidad de una gama de perfumes renombrados, se apresuró hacia el aparcamiento a por su auto con el cabello revuelto por la brisa. El anochecer caería sobre ella en menos de una hora, pronto tendría que ir a casa de Jules para enseñarle lo que era una verdadera cena.

Abrió la puerta del Toyota Camry rojo y se introdujo en el asiento, tenía que pasar por la tienda primero para comprar el pollo. Encendió el motor y emprendió camino al supermercado, al llegar pasó un tiempo agradable recorriendo las góndolas de alimentos y llamó a su madre para mentirle diciendo que saldría con un diseñador. Bla, bla, bla.

Compró un postre helado de paso a la caja registradora, le dolían los pies por haber usado sus tacones rojos todo el día y prometió quitárselos en el auto. Sin embargo, la melodía de su teléfono la detuvo un instante y comprobó entusiasmada que se trataba del príncipe sin caballo blanco, contestó enseguida:

—¡Hola, cariño! Acabo de salir del trabajo y pasé por la tienda para...

—No vengas.

Frenó por completo.

—¿Eh? ¿Por qué?

—No quiero que lo hagas.

—¿Qué estás diciendo? —interrogó más enfadada que comprensiva. Mordió sus labios para reprimir a su vieja y agresiva yo, se recalcó que ya no era esa persona—. Lo siento, pero... ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

Un niño la saludó tímido y salió corriendo tras su mamá, Erin lo ignoró.

—No, en este momento estoy bebiendo.

Eso no le gustó, Jules no bebía jamás. Detestaba emborracharse, se lo dijo varias veces.

—¿Por qué estas bebiendo?

—Si te lo digo voy a llorar y no quiero.

—¿Estas solo? Si es así déjame acompañarte, no haré que me digas nada si te duele.

—Solo... —Se rió. Fue la risa más triste que oyó nunca—. En ningún momento de mi vida he estado solo, mis hermanos no lo permiten... pero si me he sentido solo y miserable, Hada.

AL. DEMONIO. LA. CONSIDERACION. Ella podía querer cambiar, por supuesto, salvo que no toda su personalidad. El rasgó que más amaba de sí misma era esa capacidad de importarle un comino los deseos de los demás, así que se subiría al coche para manejar hasta allá porque él no estaba pensando con claridad. Si no le abría la puerta llamaría a Tino para pedirle la llave, lo cuidaría y en la mañana luego de la resaca le patearía el trasero por hacerse daño.

Ordenó a sus piernas que comenzaran a avanzar rumbo a las cajas registradoras.

—Voy para tu apartamento, me abres o tiro la puerta. Tú decides —advirtió determinada.

—No sabes si estoy en mi casa.

—¿Dónde estás? —exigió alterada.

—Es un secreto.

—¡Cuéntamelo!

—Me gusta oír tu voz.

—¡Jules! ¡Ya dime, maldita sea!

—Tranquila, te siento llorar... no lo hagas.

La irlandesa se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, la enfermó que él supiera que la lastimaba e incluso así siguiera con este juego patético.

—Eres un infeliz —murmuró escondiéndose tras la góndola de desodorante—. Me llamas, me asustas de muerte y me dices que no llore... maldito idiota, solo dime dónde estás.

Él se quedó callado mientras lloraba por su causa, obstinada aprovechó la oportunidad y obligó a su cuerpo rígido a relajarse, músculo por músculo, se enderezó con una mano sobre los ojos. Trabajó en su ritmo cardíaco lento y su respiración calmada.

—Por favor, sé lo horrible que puede ser sufrir solo... vi a la persona que más amé hacerlo. Déjame estar ahí para ti. No puedo sanar esa herida, pero puedo acompañarte —rogó.

Cuando el hombre volvió a hablar le reveló algo que le heló la sangre.

—No quiero que llores, Hada. Es solo que hoy no soy buena compañía, está es una de esas noches que me cuesta respirar... la fecha de la muerte de Cyliane está cerca y por ti lo había olvidado. —Pausa silenciosa—. En la mañana me llamó su madre, ella se enteró de lo que hizo su hija... ¿Te preguntas porqué discutíamos el día del accidente? Pues me enteré de que me era infiel desde hacía meses... con uno de mis hermanos. Nunca supe con cuál de los dos. —Erin se sujetó la garganta—. Lo mires por donde lo mires es malo, Pietro está casado y tiene tres maravillosos hijos, sería la opción más obvia, pero es un hijo de perra moralista con un sentido del honor jodidamente grande. Florentino tenía dieciséis y era un niño, hacía lo que hace un adolescente: beber, salir de fiesta y tener revolcones de una vez. De todas las personas se metió con uno de mis hermanos. —Un cristal se rompió y la espantó—. Mierda, se me ha caído la jodida botella. —Otra pausa con sabor amargo—. Eso no fue lo peor... ella terminó embarazada, pero no estaba segura de quién era el padre. Entró en pánico y decidió abortar.

La pelirroja se dobló sobre su estómago con náuseas, la noticia era perturbadora y ni siquiera podía imaginarse que podría estar sintiendo Jules. Las cosas se alineaban por lógica, la razón de haber abandonado su trabajo y el distanciamiento social, el cuidado de sus hermanos y la dependencia extrema hacia ellos. El rencor hacia Pietro. La carga que tenía era muy dura.

—Jules...

—Nunca supe si era mío ¿Entiendes? Era mi decisión también... pude haber sido padre... pude haber tenido un hijo, siento que me robaron la ilusión de... ¡Mierda! —Lloró— ¡No era solo su decisión! Yo la amaba y lo destruyó por acostarse con mi hermano, sufrí cuando murió y me llené de tanta culpa que me pudrió por dentro... incluso ahora mismo quiero gritarle. Aún sigo tan enojado con ella... y al mismo tiempo lo lamento muchísimo. Solo Nicolleta sabe la verdad. Le dije a todos que Cyliane era la mujer perfecta como un hipócrita, les mentí porque así la veían todos... ¿Qué debería de haber hecho?

Sorbió por la nariz y se pellizcó los labios para que dejaran de estremecerse, su vocabulario se había secado, no tenía idea de que decir. La abrumaba la declaración que el hombre le hacía llorando desconsoladamente.

—Jules, escucha. Voy a...

—No lo hagas, no vengas. Yo... no puedo verte ahora. Te juro que no haré locuras, mi hermana Pia está en otra habitación... necesito que me dejes por hoy —explicó entre balbuceos—. Ya no puedo seguir hablando, perdóname.

Le colgó. Jules le colgó. Ya no lo soportó y vomitó en el pasillo 3.

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