Capítulo 11: Chismosa, pero honesta

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Aprovechando que ambos estaríamos libres los domingos decidimos que sería el día perfecto para saldar nuestro trato. No había logrado sacarle una sola pista a Andy, así que único que superó mis deseos de quedarme envuelta en mis sábanas aquella fría mañana fue la curiosidad.

—Odio el frío —me quejé arrugando la nariz, intentando ver si estaba roja porque sentía se había convertido en un trozo de hielo.

Andy rio ante mi protesta. Claro, como él sí había cargado con una chamarra. Una que rechace cuando me la ofreció.

—Prometo que-que no tardaré —aseguró. Quise decirle que no se preocupara, que se tomara su tiempo, pero él soltó algo que considero más importante. Acertó—. Y después... Si quieres, podemos buscar algún lugar para comer cerca de aquí. Yo invito —pronunció las palabras mágicas.

—¿Comida gratis? Sí, siempre sí —respondí en automático haciéndolo reír—. Yo también te invitaré algo, pero no un café —especifiqué—. No te ofendas, ya sabes que no soy muy fan, los tuyos son mi excepción, mis favoritos en todos el mundo. —No mentía, Andy había logrado que me volviera fiel a sus obras de arte—. Además, por el bien de los dos lo mejor será que no tenga cafeína en las venas.

—Bien, nada de cafeína —me apoyó—, pero qué te parece si vamos a un local aquí cerca donde venden chocolate y churros.

—Wow, tú sí sabes motivar a alguien, Andy —celebré su atinado acierto, encantada. Mis tripas apoyaron la moción. Estaba tan contenta por la idea que ni siquiera me di cuenta habíamos llegado, de no ser porque Andy desaceleró sus pasos hubiera seguido de largo—. ¿Es aquí? —dudé, dándole un vistazo al edificio cuando él se detuvo por completo.

—Sí. ¿Te molestaría esperarme un minuto? —me preguntó liberando sus manos en los bolsillos.

Asentí distraída leyendo los carteles pegados en las puertas de cristal. Había muchos eventos el fin de semana, pero ninguno que concordara con la hora en la que estábamos presentes. ¿Qué vendría a buscar?

—Yo esperaré paciente —le aseguré—, pero no sé si mi estómago tenga la misma convicción —bromeé—, así que si me encuentras con un elote en la mano cuando vuelvas no me culpes —advertí.

Andy negó con una discreta sonrisa antes de entrar.

Recargué mi espalda en una pared mientras le daba una ojeada a las construcciones vecinas. No estábamos lejos de la cafetería, el local se encontraba a unas calles de la zona universitaria. Gran parte de la clientela de Dulce Encanto eran estudiantes. Había muchas escuelas en ese sector, privadas y públicas, así que revisando los nombres que alcanzaba a leer me pregunté qué tan lejos estudiaría mi prima. Últimamente apenas la veía, estaba demasiado ocupada con sus estudios y su novio.

—Ya estoy aquí —me sorprendió Andy regresando más rápido de lo esperado. Pegué un respingo que le robó una sonrisa—. Podemos ir a comer si tú quieres —propuso entusiasmado.

Asentí aprobándolo, pero mis ojos se mantuvieron en el elemento nuevo que llevaba en las manos. Era mala disimulando la curiosidad, él lo notó enseguida y amable me lo ofreció para que le diera un vistazo. Lo acepté sin darle muchas vueltas. Retomando el paso, intrigada lo abrí en una página al azar y mis ojos recorrieron las letras impresas intentando comprender el significado de aquellas palabras.

Andy rio por las muecas que escapaban ante cada frase.

—Tal como lo sospeché... —murmuré—. No entiendo nada —concluí divertida.

Estaba en español, pero hubiera dado lo mismo si estuviera en chino. Se lo devolví por miedo a maltratarlo.

—Estoy estudiando para ingresar a la universidad —me contó de pronto con una débil sonrisa.

Terminé frenando de golpe ante la noticia.

—¿En serio? —dudé, sorprendida.

—He estado ahorrando para pagar el primer semestre y si logro ingresar me esforzarse por obtener una beca para poder cubrir el resto —me explicó su objetivo.

Comencé a imaginarlo en mi cabeza: Andy graduado, con un título y un futuro profesional prometedor. Sonreí.

—Dios, eso es maravilloso Andy —reconocí contenta—. Te vas a convertir en un gran chef.
Eso de la cocina era lo de él. Podía verlo al mando de un restaurante cinco estrellas o ganando alguno de esos concursos internacionales de renombre.

—Ojalá lo logre —dijo para sí mismo, cohibido.

No le permití dudar.

—Lo harás, estoy segura —insistí esperanzada—. No sabes cómo te admiro —admití sincera—. Estudiar y trabajar es algo muy valiente, pero no me sorprende de ti. Si alguien puede hacerlo eres tú. Ya sabes que puedo ayudarte en todo lo que necesites y seré la primera en aplaudirte cuando te gradúes —prometí. Él se mostró un poco tímido, pero estaba sonriendo—. Quién diría que estoy codeándome con un próximo profesional gastronómico —añadí dándole un ligero empujón.

—¿Por qué no pruebas unirte también?

Solté una carcajada.

—¿Bromeas? ¿Yo en la universidad? —repetí con un leve escalofrío. Negué tajante. No—. Yo no encajo en ese mundo de cerebritos —concluí—. Y no creas es pesimismo, lo intenté un par de veces, pero nunca se dio y vaya que en ese momento sí que necesitaba un lugar —confesé.

Sentí la mirada de Andy sobre mí, pero no se atrevió a preguntar más. Dudé, aunque siempre me costaba quedarme callada ese capítulo estaba cerrado con llave. Me esforzaba por intentaba hallar algo bueno en cualquier momento, contar la historia desde la luz, pero en esos días no encontraba un solo rayo.

—Dulce...

Quise cambiar de tema, pero no se lo permití.

—Después de que mamá tuvo el accidente yo me quedé a cuidarla un largo tiempo en el hospital —solté solo para no ahogarme con las palabras. Los recuerdos comenzaron a bailar frente a mis ojos—, esperando se recuperara. —Esperando. Esperando algo que nunca llegó—. Te hablo de meses, tal vez un poco más. Y para una chica de diecisiete años que de un día a otro se había encerrado en una pequeña habitación lo más productivo era estudiar a su lado, soñando con que despertara —le conté. Yo siempre tuve la esperanza que lo haría. Creí en los milagros, pero ninguno tocó a mi puerta—. Sé que es una tontería —adelanté riéndome de mis boberías, pese al nudo en la garganta—, hasta fingía que era ella quien me hacía las preguntas cada que acababa una lección.

Me inventaba momentos a su lado con tal de no dejarla ir. La retuve tanto como pude. Percibí la lastima en su mirada, pero me prohibí darle importancia.

—Le prometí ingresaría, que la haría orgullosa y juro que intenté cumplir, pero mamá murió una semana antes de la prueba y aunque hice mi mayor esfuerzo todo estaba demasiado reciente, me sentía agobiada. No logré contestar una sola pregunta, hasta me puse a llorar de la frustración en pleno examen —me burlé de mi drama—. No sé cómo me abrieron la puerta el año siguiente.

»Aunque tampoco tuvieron que aguantarme demasiado. Volví a intentarlo, pero no logré alcanzar el puntaje —resumí encogiéndome de hombros—. Sé que suena a excusa, posiblemente lo es, es solo que tampoco ayudó no estuviera en mi mejor momento. Mi vida estaba patas arriba. Acababa de perder mi hogar, a mi madre, la relación con mi padre se había roto para siempre y me sentía muy sola. Para mí todo había perdido el sentido —me sinceré—. Acudí al examen solo para liberar a mi cerebro de la culpa.

—¿Qué pensabas estudiar? —curioseó.

—No lo sé, siempre me llamaron los números, así que en ese entonces probé con finanzas. Tiré demasiado alto —admití de buen humor—. Ahora no sé si tomaría ese camino porque aunque me siguen gustando los números, también descubrí disfruto hablar con gente. Aunque no sé si existe alguna profesión para contar chismes.

—Podrías especializarte en recursos humanos —planteó una idea que jamás había considerado.

—No lo creo —descarté asustada por la magnitud—. ¿Te imaginas? No quiero ser la responsable de traumatizar a muchos egresados con sus primeras entrevistas de trabajo. ¿Por qué quiere trabajar con nosotros? —dramaticé fingiendo le acercaba un micrófono—. Por favor, no salga que porque deseo aprender mucho porque está claro que necesita dinero, no se preocupe, ¿por qué crees que estoy aquí?

Andy negó con una sonrisa, rindiéndose.

—¿Tomarías la oportunidad? —me preguntó de pronto.

—¿De traumatizar gente? Sí, siempre sí.

—De ingresar a la universidad si se abriera esa puerta —me corrigió con una sonrisa, de esas comprensivas que me obligaban a abrirle el corazón.

No le di una respuesta inmediata porque no la tenía. Después de mi fracaso jamás volví a planteármelo por miedo a volver a decepcionarme de mí misma. No quería darme más argumentos para comprobar no había heredado la inteligencia de mi familia. Es decir, venía de un legado de maestros, todos dignos de traspasar a otras generaciones su conocimiento. Mi padre era excelente dando cátedra, mi madre ni se diga, mi tía había recibido  reconocimientos y mi prima seguiría sus pasos, no por nada era el mejor promedio en su generación. Yo era solo Dulce, pero lo prefería a ser la triple perdedora Dulce. Sabía que otro fracaso acabaría conmigo.

Estaba en el camino seguro, y aunque una parte de mí quería seguir ahí, la otra siempre fue más digna de locuras.

—No lo sé —confesé riéndome nerviosa, pateé una hoja al cruzar la calle—. Tal vez lo intentaría, pero no le diría a nadie. Así cuando me rechazaran fingiría jamás pasó —confesé, dándole un vistazo alzando la mirada mientras caminaba a su lado. Él me escuchó atento—. Me lo llevaría a la tumba y ahora estás obligado a guardar mi secreto, Andy.

—Nadie lo sabrá por mí —me aseguró. Le agradecí con un asentamiento. Sabía que podía confiar en él—. ¿Quieres que te diga lo que pienso? —habló en voz alta, sin querer guardarlo para sí. Se lo agradecí, me gustaba cuando me contaba lo que pasaba por su cabeza—. Pienso que ahora tendrías otro resultado —apostó, equivocándose—. Tal vez solo necesitas un poco de ayuda.

—No pienso regresar a preescolar, Andy —advertí divertida—. Y tampoco puedo pagar asesorías. En realidad, no puedo pagar nada —resumí.

—Yo podría ayudarte —lanzó, desconcertándome. Lo miré confundida, sin entenderlo—. Yo... Tengo claro que no-no sé mucho —aclaró algo cohibido—, pero podríamos estudiar juntos. Me han prestado unas guías muy buenas para el examen de ingresos y si quieres yo... So-solo si quieres, podría explicarte lo que-que entiendo.

Frené, preguntándome si habría escuchado bien.

—¿Tú harías eso por mí? —dudé, incrédula. Él asintió sin pensarlo. Mi corazón se estrujó ante ese gesto—. Andy, soy una pésima estudiante, terminarías odiándome —le advertí. Y aunque una llama de ilusión se encendió no quería que el precio fuera perderlo.

—Yo jamás podría odiarte —defendió sonriéndome con ternura, casi como un promesa. Ojalá fuera así—. No perdemos nada intentándolo. ¿Qué te parece si nos reunimos los domingos a estudiar? Ambos podemos repasar juntos —planteó.

Callé, tenía miedo de fallarle, que al terminar descubriera no había servido de nada perder el tiempo, sin embargo, era una gran oportunidad. Yo siempre las tomaba, una nunca sabe cuál será la que cambiará tu historia.

—No lo sé, es decir, sí, sí que quiero. Sí —dicté firme sonriendo ante mi nueva aventura—. No sé si logre pasar, pero prometo que voy a esforzarme mucho —le di mi palabra alzando mi mano—. Dios, no sé ni cómo pagártelo, Andy. Mil gracias —repetí sin cansarme, conmovida, porque estaba segura que hacerla de mi tutor lo retrasaría y él estaba dispuesto a correr el riesgo con tal de darme una mano—. Yo no soy muy brillante —reconocí lo que sabía mejor que nadie—, pero cuando me propongo algo hago todo lo que está en mis manos para cumplirlo. Esto no será diferente —declaré.

—Te has propuesto...

—No decepcionarte —terminé, colocándome frente a él, viéndolo a la cara para que entendiera hablaba en serio. Su fe era más importante que un resultado. Poca gente confiaba en mí, y cuando lo hacían lo valoraba con cada latido de mi corazón, daba todo de mí para hacer valor su apuesta—. Vas a estar muy orgulloso de mí, Andy —le aseguré.

Mi corazón latió con fuerza al encontrase con una emoción que había olvidado.

—No lo hagas por mí. Hazlo por ti —me pidió, tomándome de los hombros, inclinándose un poco para que sus ojos se encontraran con los míos, sin colgarse ningún triunfo, recordándome que cada paso debe darse por uno mismo. Asentí mientras en su media sonrisa se deslizó una emoción que quedó grabada en mi alma, justo donde se coleccionan los momentos que marcan tu historia—. Y no te preocupes, Dulce, yo ya estoy orgulloso de ti.

Había tan sinceridad en su voz, en sus acciones, que no pude contenerme, envolví su cuerpo entre mis brazos en un abrazo apretado, cerré los ojos al oír el eco de su corazón justo en el centro de su pecho donde apoyé mi cabeza. Andy no respondió enseguida, no esperé lo hiciera, solo quería darle las gracias por todo lo que estaba haciendo por mí. Y cuando me propuse apartarme para decírselo, él se atrevió a corresponderme. Escondí una sonrisa en la tela de su camisa al percibir la forma en que cobijó mi cuerpo. Lo entendí, las palabras sobraban.

La casa de Andy estaba cerca, por lo que acepté que pasara para dejar el ejemplar antes de perdernos por ahí. Algunas calles después dimos con una tranquila calle en la que se encontraba una sencilla edificación de paredes blancas y una puerta de madera caoba abierta. Supuse alguien estaría aguardando en el interior. No tuve tiempo de preguntárselo porque enseguida él se volvió a mí para hablar. Fingí que no me mataba la curiosidad por saber quién. Erguí mi espalda y armé una sonrisa.

—¿Qui-quieres pasar? —me preguntó algo cohibido—. Es decir, por un poco de agua o...

—No, puedo esperar aquí —le tranquilicé apoyándome en el marco de la puerta. Apreté los labios para no sonreír ante su nerviosismo.

Él asintió prometiendo estaría de vuelta en un abrir y cerrar de ojos. Apenas se marchó llevé las manos a los bolsillos de mis jeans mientras mis ojos daban un sutil vistazo. No había iluminación, pero no hizo falta porque la luz se colaba por las cortinas abiertas. A unos pasos de la entrada principal había un pequeño sofá y un mueble enorme en el que descansaba una viejo televisor.

—Andy, llegaste.

La voz de una mujer escapando de un punto ciego alarmó mis sentidos. No respiré. Sin contener mi curiosa discretamente me asomé solo para probar si podría divisar a su dueña. Lo logré, contorsionándome como una profesional distinguí su frágil figura sentada en un sofá individual a un costado de la mesa donde Andy dejó su libro.

—Solo vine a dejar unas cosas —le explicó.

—De vuelta a la calle —escupió, pero no sonó como un verdadero reclamo. Andy rio ante el tono que usó.

—Lo sé, en una de esas termino durmiendo ahí —bromeó, encogiéndose de hombros.

—No me tientes que me parece una fantástica idea —respondió.

Él negó con una sonrisa antes de inclinarse frente a la pequeña, pero imponente, anciana y darle un beso en su cabello gris. Sonreí enternecida sin evitarlo.

—Volveré temprano para ayudarte a preparar tus cosas —le prometió.

—No necesito ayuda —defendió ella.

Andy sonrió como solo él lo hacía.

—Lo sé.

—Lo que sí me gustaría es algún día conocer a la culpable de que te estés volviendo un callejero —comentó.

Por inercia Andy regresó la mirada a la puerta, de forma tan inesperada que no pude esconderme, me sonrojé cuando me atrapó más adentro que fuera. Avergonzada decidí tomar otro arriesgado camino.

—¡Esa soy yo! —anuncié contenta.

La mirada de la mujer se fijó en la mía, entre sorpresiva y crítica, al verme entrar sin esperar invitación. Tampoco tenía muchas opciones, me recordé para no mostrarme intimidada cuando me acerqué. La habitación me pareció enorme aunque bastaron unos pasos antes de poder ofrecerle mi mano junto a una sonrisa. Noté mis dedos temblaron.

—Mi nombre es Dulce Palacios —me presenté.

La mujer frunció las cejas, pero aún aletargada por mi repentina aparición estrechó sus dedos delgados a los míos. Yo siempre era la más pequeña en cualquier lugar al que acudía, sin embargo, por primera vez me puse de cuclillas para poder verla desde abajo y no perderme expresión de su rostro. Tenía el cabello blanco, atado en una coleta baja, y por su piel destacaban sus arrugas que delataban el paso de los años. Aguanté la respiración cuando sus ojos claros, que daban la impresión de poder colarse hasta tu alma y escudriñar cada rincón, repasaron mi cara a detalle.

—Eres muy bonita. Realmente bonita, pareces una muñeca —concluyó pasando la mirada de Andy a mí. Dejé ir un suspiro entre mi risita cuando la tensión desaparición. Supuse eso sería un halago. Estuve a punto de agradecerle su cumplido, pero me ganó la partida—, pero también una atrevida —añadió haciéndome sonrojar de la pena—. No recuerdo haberte pedido pasaras.

—Sí, eso fue por curiosidad —reconocí sincera, ladeando el rostro para esconder mi vergüenza—. Cuando la escuché hablar no pude contenerme —confesé—. Suele pasarme, nunca logro quedarme con la duda, es algo más fuerte que yo —intenté justificarme—, pero tampoco quería pensaran estaba espiándolos, así que decidí mostrarme... Porque aunque soy chismosa también soy muy honesta —destaqué a mi favor, esforzándome por salvar mi dignidad.

Su expresión fue un poema.

—¿En serio, Andy? Entre todas, tenía que ser esta —le dijo a su nieto, desconcertándome.

—¿Esta? —dudé, arrugando la nariz.

Busqué respuestas en Andy que, sonrojado, la evitó mientras acariciaba su cuello.

—Es un chiste local —me explicó con una falsa risa.

—Oh, amo los chistes —compartí—. En realidad, me fascina todo lo que haga reír a los demás. Cantar, las comedias, las bromas...

—Hablas mucho —me interrumpió la mujer. Esta vez fui yo la que sentí el calor acumularse en mis mejillas.

—Más de lo recomendado —acepté tímida, acariciándome el brazo.

—Pues será mejor que guardes ese parloteo para Andy y se marchen ahora si no quieren llegar tarde —nos corrió con mucha diplomacia.

—¿No quiere venir con nosotros? —propuse. Era un día precioso para pasarlo encerrada en casa y ella parecía gritar necesitaba un poco de diversión—. Andy y yo vamos a comer churros con chocolate —la animé confiando en que podía ser indiferente a semejante manjar.

En su rostro no brilló ninguna emoción.

—No, gracias. Prefiero quedarme aquí —rechazó mi invitación, sin ser grosera, pero sí directa.

Asentí, entendiéndola.

—Claro, hay muchas cosas divertidas que hacer dentro de casa también —reconocí porque solo hace falta un poco de imaginación y actitud para volver un día normal en uno especial.

—Dentro, fuera, da lo mismo. No me gustan los líos —resumió.

Contemplé a Andy, preguntándole en silencio si había escogido un mal día o me odiaba, aunque tuve la impresión no era algo personal.

—A mamá Lena le gusta más estar aquí —me contó—, tranquila...

—De preferencia sin hacer nada —terminó ella, sin bajar la cabeza, orgullosa de su convicción—. La "diversión" es para los jóvenes como ustedes, yo ya no estoy para esos trotes.

Tardé en entender a lo que se refería.

Dándole un vistazo a cada rincón de la casa me di cuenta le faltaba vida, todo era demasiado sobrio, perfecto. Entonces noté que en su rostro no había enfado, sino desasosiego. Del que llega cuando has perdido los deseos de coleccionar nuevos sueños, del que se mezcla con la resignación arrebatándote poco a poco las ganas de vivir. Conocía mejor que nadie la peligrosa tristeza que te inunda al creer que todo está hecho, el vacío que se apodera de ti cuando piensas solo te queda sobrevivir.

Pensativa repasé la pequeña habitación hasta que reparé en unos frascos de cristal sobre la barra que daban a la cocina. Entrecerré mis ojos, intrigada por aquel punto de color que relucía en aquel lienzo gris.

—¿Eso es tuyo, Andy? —me atreví a preguntarle.

No esperé respuesta, poco a poco desaparecí la corta distancia que nos separaba para estudiar de cerca las chispas de chocolate y las rojas cerezas que bailaban hasta los bordes.

—No, a mi abuela le gusta de vez en cuando experimentar —me platicó. Sentí la mirada de la mujer a mi espalda, pero fingí pasarlo por alto más concentrada en contemplar los dulces.

—Así que no eres el único maestro culinario en tu familia —comenté, sonriéndole. Él quiso responder, mas no lo hizo al distinguir mordí mi labio para retener una sonrisa.

—Yo le enseñé todo lo que sabe.

Victoria, pensé al escuchar ese deje de orgullo.

—¿Y el alumno superó al maestro? —la cuestioné interesada, dándome la vuelta. La sola insinuación la hizo fruncir las cejas—. No se ofenda, es que Andy es muy bueno —argumenté. Él me miró como si hubiera perdido la cabeza, ignorando mi plan—. Todos los clientes del café dicen que no han conocido alguien capaz de superar sus pasteles, pero no lo sé... —fingí dudar, llevando mi mano al mentón.

Eso bastó.

—Te voy a enseñar quién prepara los mejores pasteles de esta ciudad —soltó sin dejarse apantallar. La mujer se aferró a los brazos del sofá, Andy quiso ayudarla a levantarse, pero no le dio oportunidad. Aunque era pequeña, tenía la fuerza y carácter para dirigir el timón—. Voy a demostrarle a esta niña de quién heredaste ese talento. Ahora sí vas a probar un pastel como Dios manda. Si no te chupas los dedos al terminar dejo de llamarme Elena García.

Andy abrió la boca, tuve la impresión que estaba por aclarar nadie había dicho eso en la cafetería, ni que él se consideraba digno de ser un competidor, pero antes de que abriera la boca coloqué mi índice en mis labios indicándole no le robara la intención.

Entonces pareció entender mi propósito. Él mismo sonrió al deslumbrar su abuela lucía más energética mientras sacaba unos moldes del horno.

—Pero no espero que seas solo juez, sino que también me eches una mano —me llamó cuando la seguía a la cocina. Sonreí encantada, no sonó como una orden, sino como una petición. Estaba dispuesta a hacer lo que me pidieran.

—No es por nada, pero Andy puede testificar que soy una gran ayudante —presumí con falsa vanidad. Él me apoyó—. ¿Puedo usar uno de sus delantales? —le pedí emocionada mientras me lavaba las manos.

Desde que puse un pie dentro me enamoré de sus coloridos y tiernos diseños. Eran una gran motivación. La mujer que se había mantenido ocupada en llenar un bol de harina me sonrió notando la sinceridad de mi infantil deseo.

—Toma el que quieres —concedió generosa.

Ni lo pensé, apenas me dio permiso me dediqué a escoger el más bonito. Tras una larga batalla elegí uno celeste pastel con garabatos rosas. Me sentí Anastasia frente a la zapatilla de cristal cuando al deslizarlo comprobé me quedó enorme. Resoplé frustrada, sin rendirme busqué el nudo para ajustarlo a mi diminuto cuerpo. Y no sé si fue la torpeza o prisas, pero lo único que logré palpar fue mi espalda. Andy rio ante mi batalla ciega, debía verme ridícula, como si luchara contra el hombre invisible.

—Te ayudo —propuso él, amable, compadeciéndose de mi lucha.

Impaciente jugueteé con mis pies mientras sus dedos ajustaron las tiras en mi cintura. Aunque no podía verlo, conociéndolo podía imaginarlo preocupado por hacer el nudo perfecto. Me sentí como una niña a la que su madre le ayuda a atar sus zapatos, así que apenas me di cuenta había terminado giré deprisa chocando con su brillante y dulce sonrisa. Andy y yo estábamos juntos, muy juntos, todo el tiempo, y siendo honesta jamás me preocupé por ese detalle. No le daba demasiado importancia al contacto o cercanía de las personas porque para mí era normal tocar o abrazar por mero impulso, pero confieso que esa vez fui capaz de percibir estábamos demasiado cerca. No al grado que quitarte el aliento, sino de la proximidad que te hace reparar en cosas que antes pasabas por alto. Fue raro, porque de pronto me vi interesada por esos lunares que antes ignoraba, por lo brillante de sus ojos o ese hoyuelo casi invisible que se formaba cuando sonreía con honestidad.

Aspiré despacio sintiéndome un poco tonta por darle más importancia de la que tenía. Necesitando volver a la realidad, tomé del bol a mi costado, sin que lo notara, un puñado de harina entre mis manos y traviesa soplé cubriendo su barbilla.

Reí sin contenerme ante su sorpresa y volví a respirar al notar había conseguido disipar la tensión. Andy no se molestó, pero esta vez no se quedó con los brazos cruzados. Cuando sus dedos se hundieron en el polvo entendí buscaría la revancha. Había un brillo especial en sus ojos, brillo que me hizo sonreír a la par me apresuré a esconderme en el lugar más seguro a mi alcance, detrás de su abuela.

—Defiéndame —le pedí encogiéndome a su espalda.

—Dios se compadezca de mí, he terminado con un par de críos —protestó, pero no había desaprobación en su voz.

De hecho hasta distinguí una sutil sonrisa cuando Andy, aprovechando su altura, alcanzó mi nariz y la pellizcó suavemente entre sus dedos, pintándola de blanco. La risa de ambos se mezcló como una nueva canción. Y sí, me sentí como una niña esa tarde, entre su sonrisa, mis tropiezos, los tiernos regaños de su abuela y sus postres que tenían un sabor que casi había olvidado, el de un hogar. Esas horas fueron una bocanada de aire fresco, brisa suave y revilitizador, la última caricia del viento antes de que me arrasara el huracán.

¿Vienen los problemas? Sí, vienen los problemas. Muchas gracias por leerla. ¿Les gustó el capítulo? ¿Postre favorito? Los quiero mucho.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro