10. Sorpresas

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Me quedé tan absorto mirando la puerta que daba entrada a las salas de observación que no pude disimular mi sorpresa cuando Amanda me abrazó por el cuello desde detrás de mí.

—Por Dios, vas a matarme de un infarto —exclamé y ella me alborotó el cabello mientras se paraba delante de mí con una brillante sonrisa.

—Fui al baño y ya se acabó la hora de visitas —se disculpó señalando el lugar por el que había venido hacía un instante—. ¿Qué haces aquí? Pensé que irías con Alice.

—¿Eh? —ok, otra sorpresa. Jamás habría imaginado que Amanda me había traído a Alice para hablar, yo pensé que simplemente eran amigas.

—¿O no quería estar contigo? —tuve que pensar unos instantes antes de dar respuesta a eso.

—No, de hecho, no quería —me expliqué, pero me costaba extrapolar la idea de que realmente yo nunca pensé irme con Alice, y no era precisamente porque no tuviera la posibilidad de hacerlo.

—Ah, una pena, tigre. Será otro día —volvió a bromear con un increíble sentido del humor cuando yo le sonreí y ella me mostró ambas manos logrando desconcertarme otra vez.

—¿Qué? —musité y ella soltó una carcajada tremenda.

—¿Qué te sucede, Edward? Estás distraído —me dijo arrancándome la bolsa de papel de las manos. Yo le extendí el abrigo de Alice sobre los hombros y ella lo miró con un gesto tranquilo. Entonces se lo puso sobre los brazos y suspiró—. Debí salir a buscar esto —admitió con una media sonrisa y yo no supe de qué hablaba.

—¿Tenías frío?

—Mucho —dijo—. En esa sala solo mi papá está arropado hasta el cuello, yo me congelaba a su lado.

—Ha sido muy considerado de parte de Alice —admitió.

—Así es ella —repliqué sin prestar demasiada atención. Ella comenzó a revisar su bolsa de papel y a comer algunas papas fritas.

—¿Quieres ir a mi casa? —me sorprendió Amanda una vez más mientras me dirigía hacia la salida del hospital—. Para agradecerte por ser tan buen amigo, no sé qué habría hecho sin ti.

—No tienes nada que agradecer, me has hecho demasiados favores —bromeé cuando ella me tomó del brazo y me haló hasta su auto.

—Insisto, yo cocinaré —me aseguró y yo volví a negar mientras ella se sacaba las llaves del coche del bolsillo y se quedaba mirando algo en ellas. Era un llavero en forma de búho. Parecía estar hecho de metal y en el centro tenía un pequeño circón brillante.

En un ala del búho había una pequeña inscripción con una caligrafía muy accidentada que decía mi tesoro. Y yo imaginé que serían cosas de su padre. Sonreí al verla enternecerse y tuve que preguntar.

—¿Cómo está él? —inquirí refiriéndome a su papá. Ella espabiló y metió las llaves en el coche para abrirlo.

—De hecho, se siente muy bien, dice que la manguera de frenos del coche le ha salvado la vida —dijo con tono de voz amargo.

—Entonces ya no hay que temer —entonces hizo un gesto que me hizo dudar—. ¿Qué?

—Los médicos dicen que estas 24 horas son cruciales —dijo mientras se montaba en el coche y ajustaba su asiento a su estatura. Yo corrí hasta el otro lado y me senté en el asiento del copiloto para oír el resto de su respuesta—. Dicen que hubo mucha sangre y que hay riesgo de coágulos. Pero que ya nos enteraremos —trató de no darle importancia, pero yo reconocí en ella a esa niña asustadiza que había tenido entre mis brazos hacia unas horas.

Hizo un movimiento ansioso que la había visto hacer un par de veces. Miró cada aspecto del volante, paso sus manos por él. Puso la mano en el freno de manos y luego balanceó la palanca de cambios de lado a lado. Entonces ubicó sus manos en el volante como si ya estuviese manejando y entre un suspiro se volteó de nuevo para mostrarme una de sus sonrisas brillantes.

—¿Qué me vas a cocinar? —le pregunté instintivamente, sin poder dejarla sola esta noche.

—¿Te gusta la pasta? —inquirió mientras arrancaba el coche recuperando esa seguridad que tenía hace un instante.

—Solo la pasta fresca —la reté y me miró de reojo con una sonrisa divertida.

—Qué suerte —indicó mientras echaba a andar directo hacia un supermercado de la zona.

Pasamos un rato ahí riéndonos y comprando lo que le hacía falta para preparar la cena mientras yo me esforzaba el doble porque se olvidara de que estaba preocupada. Así que bromeamos, nos reímos un rato, pagué las compras luego de ganarle en una apuesta sobre quién podría comerse el chili más picante y luego de un rato estábamos llegando a su casa, hablando del deterioro cinematográfico que había sufrido la franquicia de rápido y furioso con el paso de los años.

Mandy dejó sus cosas a un lado, entró directamente a la cocina y me dio una cerveza helada de la nevera mientras comenzaba a ubicar todos los materiales que usaría al hacer la pasta. Yo tomé un banquito y la vi amarrarse su larga cabellera castaña, remangarse la camisa y dedicarse completamente a algo que yo sentía que era demasiado complicado de hacer.

Inesperadamente, y como si se tratara de una de esas sorpresas del destino, recibí un mensaje de Alice en mi teléfono que me hizo desenfocar de la conversación fluida que estaba manteniendo con Amanda.

Alice: ¿Estás en la ciudad?

Yo fruncí el ceño y respondí de inmediato.

Yo: Sí, estoy en la casa de Amanda.

Su respuesta llegó casi de inmediato.

Alice: ¿Estás ocupado?

Yo: Para ti, nunca.

—¿De verdad nunca la has visto? —me preguntó Amanda mientras sacaba delicadamente la pasta de la máquina tras un proceso en el que yo me había quedado absorto. Traté de identificar las palabras que había dicho antes, pero inevitablemente noté mi falta de atención.

—¿El qué?

—La película... —continuó levantando la mirada para verme, pero yo seguía sin saber qué responder—. La de Hobbs & Shaw, rápido y furioso —yo negué rápidamente y me aproximé a responderle cuando seguí otro mensaje.

Alice: ¿Podemos ir al parque?

Y yo supe inmediatamente que ella no quería estar sola. Se me aceleró el corazón ante la idea de que fuese a mí a quien recurriera y me aproximé a responderle cuando un carraspeo de la garganta de Amanda me sorprendió parada justo detrás de mí.

—¿Quién es? —inquirió con tono serio y yo me volví hacia ella.

—Es Alice, quiere que vayamos al parque de la ciudad —Amanda se dio media vuelta sin dejarme mirarla. Caminó un par de pasos y situó sus manos en la mesa antes de darme una respuesta demasiado seria.

—Dile que venga, que estamos haciendo la cena —ofreció mientas yo movía los dedos de lado a lado ante la inquietud de no responder lo suficientemente rápido.

Yo: Puedes venir aquí, estamos haciendo cena y hay licor.

Le ofrecí sin pensarlo demasiado. Entonces bajé el teléfono y volví a ver a Amanda pasar la pasta por la máquina, solo que esta vez se veía menos entusiasta.

—No la he visto, me han dicho que es mala película —Mandy levantó la mirada y fingió una sonrisa.

—Es pésima, pero igual debes verla —recomendó cuando la respuesta de Alice llegó haciendo vibrar mi celular.

Alice: La verdad es que no estoy de un ánimo muy social...

Su respuesta generó en mi tanta sorpresa que no pude sino evitar quedarme leyéndola una y otra vez. ¿Acaso Alice había dicho lo que yo acababa de interpretar?

Alice: Si no puedes venir, no te preocupes. No quiero incomodarte.

Eso disipó totalmente mis dudas y me hizo sentir demasiado extraño. Alice me quería a mí solo en el parque junto a ella. Sistemáticamente yo la había dejado poner a Amanda en todos nuestros encuentros, porque pese a que yo estaba siendo extra encantador con ella para que me extrañara y dejara al pesado de Joshua, ella se sentía más segura si tenía a alguien más en la zona que nos impidiera tener una relación.

Era como algo moral para ella, que tuviéramos un chaperón, una razón para no equivocarnos. Para ella, Amanda era suficiente para hacerla creer que yo iba a comportarme, pero hoy la estaba sacando de la ecuación, ¿y esto qué quería decir?

—Te ves como si te hubieses ganado la lotería —añadió Amanda mientras yo me pensaba delicadamente mi siguiente movimiento.

—Alice quiere que vaya al parque —le expliqué y ella bajó la mirada simplemente. Casi pude ver ese gesto ansioso en su forma de proceder, y esto me llevó a retractarme de forma automática—. Lo dejaré para otro momento —le dije. Después de todo, estaba ahí por Amanda, no porque no quisiera estar solo.

—¿Qué? No —replicó ella acto reflejo. Se dio media vuelta y tomó su cerveza para darle un gran trago que me recordó a sus tiempos de cuate en la oficina, cuando le pusimos el apodo de Junior y la vimos tomarse un litro de cerveza artesanal sin derramar ni una gota.

—Venga, hoy es nuestra noche —seguí diciendo cuando ella frunció el ceño y negó con la cabeza dando un golpe seco y suave con la botella en el tope de la mesa.

—Me estás diciendo que estamos haciendo todo esto por Alice, ¿y ahora que la tienes en bandeja de plata tienes miedo de ir? —se mofó con un tono algo mordaz.

—Digo que los amigos van antes que las chicas —bromeé con nerviosismo, sin saber muy bien como librar esta batalla y sensación de sorpresa en mi interior.

—Son las ocho y media de la noche, Mitchell. Quizás tengas suerte —me dijo Amanda haciéndome sentir extraño, alentado, algo fuerte y un poco repugnante también.

Alice me necesitaba, y era un hecho que eso era. Pero yo no iba a ir con ella con la intención de acostarnos o de aprovecharme de su vulnerabilidad de ninguna manera. Pensaba en acompañarla y volver a mi noche de amigos antes de que fuesen las doce. Porque estaba ahí para acompañar a Amanda y hacerla olvidar eso que tanto la preocupaba, aunque ella parecía estar convencida de que debía irme.

—Entre antes vuelvas con ella, antes podré volver a mi vida de siempre —soltó Amanda, como si todo esto fuera nada más que teatro para ella. Me sentí confundido nuevamente y le respondí a Alice antes de continuar por ese terreno.

Yo: estoy ahí en diez minutos.

—Bien, entonces iré a hacer mi magia —le repliqué mientras tomaba mi chaqueta del sofá y me la ponía sobre los hombros. Amanda caminó hasta la puerta y me la abrió para que saliera.

—Ojalá que tengas suerte —se despidió antes de cerrar la puerta detrás de mí y dejarme en blanco un par de segundos antes de hacer mi siguiente movimiento. ¿Qué demonios era todo esto? Demasiadas sorpresas juntas que no dejaban lugar a que pudiera reaccionar apropiadamente a ninguna de ellas.

Pero me había determinado a ser un mejor hombre, así que haría las cosas al derecho, asentaría una buena base con Alice, y regresaría a acompañar a Junior, aunque repentinamente se le hubiese antojado convertirse en el hijo del mecánico otra vez.

Si la vida me estaba regalando sorpresas esta noche, yo mismo me encargaría de ponerlas en orden, porque había tomado pésimas decisiones por mi propia impulsividad y no podía seguirlas tomando. Por más sorprendido que estuviera, necesitaba conservar la esencia de lo que había aprendido hasta ahora y quería ser de aquí en adelante. Un mejor hombre para Alice, un tipo que no mereciera morir solo en un asilo por comportarse egoístamente en todos sus caminos.

Feliz viernes! De aquí en adelante no me queda más que enredar todas las cosas jeje...

Saludos!

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