11. Nadie

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Juro con todas mis fuerzas que estaba tratando de dejar de llorar.

Era tonto, ¿no? Durante un par de meses había acostumbrado mi ser a enviar un mensaje al estar a salvo en casa, en la residencia o en cualquier lugar donde fuese a pasar la noche. Era como cumplir al pie de la letra con mi compromiso de amistad con Josh, era como algo que tenía que hacer porque quería saber lo mismo sobre él.

"Llegué bien a casa"

Eso decía el mensaje, todos los días, sin más ni más. A veces hablábamos un poco más de tiempo, pero otras, simplemente era eso, y un par de minutos después o antes me llegaba uno suyo con un contenido similar. Pero hacía más de diez minutos que tenía el mensaje escrito en borradores y no sabía si enviarlo o no.

Yo no quería lastimarlo de ninguna manera, no quería hacerlo romper con su decisión. Pero inevitablemente ya no sabía cómo comportarme con respecto a él. Entonces, ¿qué era correcto ahora?

Me quedé en la cama de la residencia sintiéndola más vacía que nunca, sintiéndome más sola, más insignificante y más destrozada de lo que había estado en meses porque quizás yo no quería que él supiera que yo estaba "bien en casa", pero si quería saber cómo estaba él. ¿Estaba mal preguntarlo? ¿Cómo era que funcionaban las cosas ahora?

Sequé mis lágrimas por quinta o sexta vez en este corto período de tiempo y me quedé mirando la cajita acrílica donde estaba mi libro de El Principito en francés. Mi melancolía no me permitió otra cosa que tomarlo y comenzar a hojearlo tal y como hacía cuando era una niña pequeña.

Pero era demasiado masoquismo para una sola persona encontrarme con su perfecta recreación de los colores del zorro del principito y leer en un francés con caligrafía pulida la frase que más me trasladaba a Josh en toda la vida. El Principito de Antoine de Saint-Exupéry ilustrado, retocado y con detalles perfectos en toda su extensión.

"Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domésticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo"

¿Pero y qué era yo ahora? ¿Volvía a hacer Nadie? ¿Una Nadie igual a cien mil otras? Ahora que no sabía si podría recuperarle, ¿eso me volvía ordinaria nuevamente? ¿Yo era de nuevo Nadie, de Ninguna Parte? Sentí la frustración alcanzarme cuando bajé el libro y tomé el teléfono.

Empecé a escribir un mensaje totalmente distinto sin siquiera mirarlo, porque realmente no quería estar sola, porque realmente quería hablar con alguien.

—Just, ¿crees que podamos vernos? —escribí y envié sin pensar mientras regresaba a mi libro, porque el masoquismo apremia y yo seguramente estaba deseando encontrar algo de Josh en este texto que me dijera que no debía escribirle, que si debía hacerlo o qué hacer, en todo caso.

"Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música".

Mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente y me escondí entre las manos al saber que cada palabra remarcada con delicadeza me identificaba del todo. Tomé el teléfono nuevamente y habían pasado 20 minutos. Justin no iba a responderme y yo seguía en cuatro paredes tratando de pensar con claridad en que esta sensación de vacío era lo mejor que podía tener justo ahora.

Comencé a escribirle a Lanna, pero un mensaje automático me llegó en respuesta diciendo que estaba ocupada en su turno en el restaurante, y que no regresaría hasta más tarde. Respiré profundo y tomé el libro nuevamente para intentar encontrar algo de Josh que me hiciera sentir un poco mejor, cuando una frase subrayada en un suave color rojo acuarelado me llamó la atención de inmediato.

"Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo–. Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo".

Seguí leyendo casi escuchando la voz de Josh hablarme, porque podría jurar que esta parte la había escrito más hermosa, la había destacado más entre colores y acuarelas, y resultaba ser absolutamente perfecto.

"—Ustedes son bellas, pero están vacías –agregó–. No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa".

Fue entonces que mis lágrimas se detuvieron instantáneamente y una sensación de calor embargó mi ser sabiendo que yo nunca más sería Nadie de Ninguna Parte. Tomé el teléfono una tercera vez y simplemente vi un mensaje de texto agolparse en la bandeja.

Josh: Había tráfico hacia los suburbios, pero ya estoy en casa. ¿Tú? ¿Estás bien?

Entonces entendí realmente el valor de nuestro compromiso y entendí también una gran parte de mi propio valor. No era que yo fuese menos con o sin la presencia evidente de Josh, es que mi valor ahora era más evidente para mí porque él me había ayudado a verlo. Ahora sabía que era valiosa, que merecía tiempo, dedicación y esfuerzo, y que nada en el mundo podría quitarme eso jamás.

Estoy bien, llegué hace un rato a la residencia, pero me iré a casa en unos minutos.

Decidí mientras escribía. Guardé mi libro y decidí también que no era un buen día para estar sola, por lo que prefería dormir en mi cama y comer la comida de mi madre, quien seguramente me extrañaba más de lo que yo la extrañaba a ella.

Josh: ¿Ha sucedido algo? ¿Necesitas que te lleve?

Preguntó casi inmediatamente, sabiendo que era difícil para mí elegir estar en casa.

Nada, solo extraño mi casa. No te preocupes por nada.

Fui honesta mientras salía de la residencia y me dirigía inmediatamente a la parada de autobuses que en una hora como máximo me llevaría a mi casa.

Es importante destacar que la tía Brenda seguía aquí después de casi 3 semanas, por lo que yo debía respirar profundo de aquí en adelante. Lo que fuera por tener una sensación generalizada de bienestar que me generaba estar en un lugar que sentía remotamente seguro que era la casa en la que crecí.

Entré a casa y mi mamá estaba en la cocina, al fondo del pasillo. Entré directamente, tiré el bolso y fui hacia ella.

—Mamá, estoy en casa —dije con la voz baja y ella levantó el rostro con una sonrisa.

—No me dijiste que venías —respondió extendiéndome los brazos para abrazarme.

—¿No puedo venir cuando quiera?

—Esta es tu casa, hija —replicó dándome un cálido abrazo que me hizo sentir en casa—. Comeremos en unos minutos, ¿vas a quedarte? —inquirió—. Tu tía Brenda está arriba, pero ya veremos cómo manejarla —siguió diciendo, haciéndome saber que quería que me quedara.

—Puedo comer en mi cuarto —resolví—. No quiero indigestar a nadie —y con nadie me refería a mí misma. Mamá asintió suavemente se volvió para servirme un poco de café en una taza.

—¿Cómo has estado? —preguntó al dármelo—. Te ves triste... —asentí suavemente y respiré profundo sin ganas de hablar de eso.

—Sí, ha sido una semana difícil —admití sin más cuando escuché la hermosa voz de la tía Brenda.

—¡Mira quién se dignó a aparecer antes de que me marche! —cerré los ojos un poco para comenzar a respirar profundo desde ya.

—Buenas noches, tía Brenda —saludé con suavidad cuando me tomó de una mano y me miró de arriba abajo.

—No parece que estés teniendo buenas noches, niña —me miró con cierto desdén. Yo me le solté y negué. Mi tía siempre veía lo obvio y tenía urgentemente que decirlo, como si yo no me mirara al espejo, o no sabía exactamente cómo me sentía.

—Pueden ser mejores —musité, pero ella no me escuchó.

—Ya vamos a comer, Brenda —cortó mi mamá antes de que fuésemos a comenzar con el "tira y encoge" de siempre.

—Gracias, Marianna —respondió ella con falsa amabilidad—. ¿La niña nos deleita con su presencia durante la cena?

—Afortunadamente —replicó mi mamá mientras servía los platos.

—¡Afortunadamente! —repitió la tía Brenda mientras se sentaba en la mesa, esperando que le sirvieran la comida—. Porque el resto del tiempo tu pobre madre está aquí sola —me reclamó—. Deberías valorar las cosas en vida, Mary Alice.

Yo ayudé a mi mamá a poner la mesa mientras respiraba profundo y recordaba las cosas sobre el valor propio y todo de lo que había estado tratando de convencerme mientras venía de camino.

—Alice sabe que trabajo mucho, no hay necesidad de que esté encerrada en la casa todo el tiempo—explicó mi madre haciendo un trabajo magistral en evitar que le contestara al ácido que la mujer destilaba por su boca.

—¿Y qué tanto haces fuera de casa? Cuando tenía tu edad iba del colegio a la casa y...

—En realidad estoy en la universidad —aclaré sirviendo las bebidas con la firme intención de tomar mi plato e irme a mi cuarto a comer—. Tengo muchas ocupaciones con los exámenes y las evaluaciones suelen ser a primera hora, por eso me estoy quedando allá. Pero regularmente vivo aquí.

—Oh... ¿Vas a graduarte ya? —me preguntó con una nueva malicia en su voz.

—De hecho, Mary Alice inscribió un máster para escalar en su carrera profesional —expresó mi mamá con orgullo en la voz. Yo respiré profundo sabiendo a dónde iba esto.

—Ah, ¿un máster en...? —comenzó a preguntar cuando soltó una carcajada súper amarga—. ¿Limpiadora profesional de libros viejos? —se burló y yo respiré profundo sintiendo a los tres dragones de mi carácter acumularse en mi pecho, mientras en una respuesta ultra creativa para su incesante necesidad de humillarme—. No sabía que había que estudiar tanto para ser eso —completó cuando mi mamá me miró con cara de "no le digas groserías" y yo simplemente respiré profundo recordando mi valor una vez más.

Yo no era una Nadie cualquiera, no tenía por qué soportar que ninguna persona denigrara lo que amaba ser, no tenía que dejar que alguien, quien fuera definiera a voces lo que yo era.

—De hecho, es un máster en Bibliotecología, mención en restauración y conservación de documentos históricos —aclaré—. Es una carrera muy cotizada, ya que hay pocos profesionales en ello en el mundo —continué. Entonces mi mamá se sentó en la mesa y sonrió orgullosa.

—Es cierto, Brenda. Mary Alice es asistente de un laboratorio de conservación de libros antiguos y le pagan muy bien. Nos ha ayudado a pagar la renta, paga su máster y su propia comida. Su ayuda es muy valiosa en esta casa —finalizó haciéndome sentir tal cual como dijo: Valiosa.

—No lo sabía, niña —replicó la tía Brenda como si se había quedado sin veneno que expulsar—. Me alegra que te dé buen dinero y puedas ayudar a tu madre.

Yo puse el plato sobre la mesa sintiéndome en la plena confianza de mantener la frente en alto sabiendo que no tenía por qué soportar que nadie denigrara mi forma de ser o proceder. Yo no era Nadie de Ninguna Parte, ni nunca más lo sería.

Era Mary Alice Stewart, una brillante, inteligente y muy dedicada joven estudiante de Bibliotecología que colaboraba en lo que podía, amaba a sus amigos, a su madre y trataba de mantener en orden su vida. No había nada de qué avergonzarse en eso, y, por tanto, no se avergonzaría, sino que se sentiría orgullosa de lo que había alcanzado hasta ahora.

—De hecho, eso no es lo que más me gusta del trabajo —comenté sintiendo la confianza de sentarme a comer con ellas, hablar de temas de adultos y no sentirme menos o quedarme callada simplemente porque así debía ser—. Lo que más me gusta es hacer que las cosas valiosas reflejen su propio valor, ¿sabes? —le relaté a mi tía sin importarme si le interesaba o no. Y al verla con profundidad, parecía que realmente me estaba escuchando, estaba callada y mirándome hablar—. Restaurar cosas valiosas y hacer que luzcan por fuera exactamente como son por dentro. Creo que todos en algún nivel deberíamos hacer algo similar —mi mamá asintió.

—Estoy de acuerdo. El mundo ha sufrido tanto daño que necesita más personas que reparen lo que se ha roto en el camino —añadió cuando mi teléfono comenzó a sonar. Yo miré el remitente un segundo, pensando que era Justin, pero se trataba de un número internacional.

Para ser más específica, me estaban llamando de Francia.

—Discúlpenme, de verdad —me excusé, solo conocía a alguien que viviera en Francia, y si me estaba llamando debía ser realmente importante. —¿Lanna? —pregunté al levantarme de la mesa y atender.

—Por favor, ¿hablo con Mary Alice Stewart? —escuché en un francés tan claro que fruncí el ceño.

—Ella habla, ¿quién le busca? —inquirí en el mismo idioma cuando escuché una especie de suspiro de alivio.

Soy la tía de Lanna, niña. Disculpa que te moleste, ¿Lanna está contigo? —continuó en el mismo idioma. El corazón se me detuvo.

—¿Lanna? No, se supone que está en París, trabajando —expresé, pero algo me dijo que la señora ya tenía esa información.

—No, ella se fue a Estados Unidos ayer —me replicó—. Llegó a América esta mañana a las 10 am, yo misma lo confirmé con el aeropuerto —fruncí el ceño.

—Pero no la he visto —dije sin entender.

—Ese es el problema, niña, nadie la ha visto —explicó finalmente—. Temo que algo le haya pasado, ¿puedes ayudarme a encontrarla? —pero mi corazón se detuvo sabiendo de lleno que algo estaba terriblemente mal.

—Sí, sí, claro.

Ella me dijo que iba a verte a ti, que se iba a pasar su semana libre contigo.

—Quizás fue a ver a alguien más —aventuré, pero no era posible. Lanna y yo teníamos un código y ella no lo rompería.

—Niña, tú sabes que Lanna nunca llega tarde —tragué grueso y sentí el miedo llegarme a los huesos.

—La encontraré, no se preocupe —fue lo último que dije antes de desear con todas mis fuerzas poder cumplir con mi promesa.

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