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No podía actualizar porque se me cortó la luz por un temporal jajajja Bueno, aquí tenemos capítulo larguito 🤎

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Confesiones nocturnas

Nicolás Meyer

—¿Qué escribes tanto? —le pregunté a mi abuela Samantha mientras tomábamos el té en la terraza—. ¿Algún fulanito que te haya inspirado?

—Ay, cariño; todos los desgraciados de los que me enamoré ya se los llevó el diablo. 

Casi escupí el té.

Luego de soltar una risa floja y negar con la cabeza, no pude evitar mirar con detenimiento a mi abuela. Tenía ochenta años y había escrito libros toda su vida. Antes usaba una máquina de escribir, ahora tenía su propio computador y escribía a la velocidad de la luz. últimamente había estado muy inspirada. Me preguntaba sobre Kim y no entendía el por qué.

—Pero ella... ¿es pelirroja?

—Que sí, señora. 

Lo escribió rápidamente. 

—¿Ojos? 

—Sí tiene. 

Me dio una mirada fatal cuando dejé caer la espalda en la butaca acolchada con una sonrisa burlesca.

—Sus ojos son... —no sé por qué, pero sonreí— Son de un color verde. Es muy llamativa, si la vieras me darías la razón. 

—¿Se han llevado bien? 

—Esto... Esto parece un interrogatorio; anda, dime qué escribes... 

—Te pregunto porque vi su currículum y es la única chica de tu edad. ¿La encontraste linda? ¿Por eso la contrataste? 

—Ella no es de dinero, abuela. 

Mi abuela torció el labio en un gesto de entendimiento. Estaba por decir algo hasta que mi madre apareció con un vestido negro y un blazer encima. Fuimos interrumpidos. Ella estaba viendo cosas en la tablet mientras la niñera cargaba a mi hermano y le daba leche en mamadera. 

—Así que tu secretaria es pobre. Me gusta que hagas obras de caridad, Nicolás. Hay que hacerlo público, serviría de campaña electoral. 

—Leonor... —mi abuela se llevó una mano al pecho cuando mamá se sentó a mi izquierda—. Con mi niño no te metas. 

—Tu hijo puede ser el futuro presidente de la república. Intentar empatizar con... con la gente de bajos recursos es... llamativo, eso no es nada nuevo, es campaña. 

—Kim no es una obra de caridad, mamá. No hables así de ella. 

Mi abuela le hizo un gesto a la niñera para que se sentara. 

—¿Que no hable así de ella? Vas a ver que en un par de semanas te va a coquetear descaradamente. Así actuamos las mujeres cuando vemos a un hombre con dinero. Más si ella es pobre y ve oportunidades. 

—Kim ve oportunidades en sus estudios, mamá. ¿Y sabes qué más? Mejor me voy, me has arruinado la comida. 

Me dije a mí mismo que ya no quería estar más ahí. Todo en mi mundo se trataba de negocios, conveniencias, contactos y excentricidades. No entendía por qué las personas deseaban tanta riqueza, tanto poder, tantas cosas materiales; si luego se sentía como existir en vano. 

Pasé entre los dos pilares blancos del patio mientras múltiples hojas color marrón caían desde los árboles. Estaba oscureciendo, quería salir de casa, y para eso tenía que caminar por un laaaargo trayecto de pinos en fila para llegar tan solo a la entrada. 

En eso, mi teléfono sonó y tuve que contestar pese a que odiaba con todo mi corazón las llamadas telefónicas. 

Kim Harrison. 

Mi internet no funcionaba casi nunca en mi casa. Solo recibí un mensaje de Nicolás donde decía mi nombre, pero nada más. Segundos después, me llamó. ¿Acaso no sabía que mi jornada laboral ya había terminado? 

Demanda. 

—¿Jefe?

—Uhm... Kim... Hola... ¿Cómo estás? 

—No... No lo escucho bien... Deme un momento.  —Puse un pie en la ventana y me impulsé para pisar el techo del antejardín. Maldita señal—. ¿Me escucha? 

Unos perros comenzaron a ladrarme.

—Sí, te escucho. ¿Tú me escuchas? —preguntó. Yo ya estaba que me subía al árbol para agarrar señal. 

—Uhm... ¿Me quería decir algo? —Alejé el teléfono y le tapé el micrófono para hablarle a los perros—. ¡Salgan de aquí! ¡Chu! ¡Fuera! 

Los perros ni siquiera eran de nuestra parcela, eran de los vecinos y encima venían a atacar a mis gallinas. 

—Es que..., lamento molestarte, es solo que llegará una banda musical al hotel. Son muy importantes, vienen de Inglaterra y debemos darle la bienvenida. No es necesario que vayas, es solo que te puedo pagar las horas extras, se gana mucho. Si quieres, claro. 

—¿EH? NO ESCUCHO NADA. —Me tapé un oído para escuchar mejor—. Solo escuché que me iba a pagar más. SE LO AGRADEZCO. 

—¿Me pides aumento de sueldo el primer día de trabajo y que encima querías renunciar? —sentí una pequeña risita en el teléfono. 

La calidad de la llamada empeoraba. Cada vez llegaban más sanguinarios y agresivos firulais hacia el gallinero y cada uno ladraba más fuerte que el otro. 

—¿Te están atacando los perros o qué? 

—Deme un momento, iré a defender a mis gallinas. 

—¿¿Defender qué??

Me bajé del techo por la escalera de emergencia y me dirigí hacia la jauría. Eran perros de toda clase, pequeños, medianos, grandes... Di un aplauso fuerte y fingí tomar una piedra invisible. 

—¡Se van de aquí! ¡Salgan! ¡Fuera! 

Me acerqué aún más, y, con la mano arriba, comencé a correr fingiendo que ¡jum! les lazaba la piedra. 

Los perros apenas vieron el viejo truco, ladraron, se dieron la media vuelta y ¡¡¡sálvese quien pueda!!!

Buena puntería, Kimmie; oh, sí. 

Bajé la mano cuando se alejaron y suspiré del alivio. 

Me volvía a poner el celular en el oído y esta vez Nico me explicó que una banda se iba a hospedar en el hotel y que debíamos darle la bienvenida. También debíamos agendar una reunión con el personal de turno y hablar con el gerente para coordinar y gestionar su llegada. Si fallábamos en algo podíamos salir perjudicados. Las celebridades eran bastante exóticas y pedían cosas imposibles. 

—Bueno, claro que voy, pero me tardaré porque a esta hora no pasa locomoción y tengo que llamar a un taxi. 

—¿Qué? No, de eso nada, yo te paso a buscar... 

—¿De verdad?

Mi corazón comenzó a latir con fuerza al escucharlo decir eso. Nuestra relación era estrictamente profesional, y en el fondo, que me quisiera pasar a buscar sonaba un poco irreal, más aún sabiendo que era un muchacho de tanto dinero que cualquiera pensaría que no se involucra con gente distinta a él... 

—¿Sabe si quiera donde vivo? —solté una risita incrédula—. Mi casa está bastante lejos de todo.

—Por supuesto que se llegar... —el teléfono quedó en silencio un rato—. Pero mándame tu ubicación por celular para no perderme. 

—Vale. Me avisa cuando esté fuera del portón y yo salgo. 

—Vale, Kim, te veo luego. 

—Okey, Nico, adiós. —Le sonreí al teléfono. 

Cuando colgué, torcí la boca hacia la derecha, pensativa. Apenas entré a la habitación puse las mejores prendas que tenía sobre mi cama. Me costaba mucho elegir porque era muy insegura y tratarme mal se estaba convirtiendo en un hábito tedioso. Siempre solía verme bien en el espejo de mi casa, pero luego salía y me daba cuenta de que había niñas mucho más lindas y eso me causaba una inseguridad colosal. Sentía que me veía horrible al lado de ellas, por lo que esperaba a que el día terminara para volver a casa y ponerme el pijama, sintiendo que había fallado una vez más. 

La cosa es que elegí una camiseta ajustada negra con la falda café de reno que me había regalado mi mamá. Me puse mis pantis térmicas y unos botines de charol. Para añadir más estilo, me coloqué una chaqueta de cuero con cierre y ¡listo! Me repetí a mí misma que me veía bien. 

¿O no? 

Nicolás Meyer

No le iba a decir a Kim que me equivoqué de parcela y que unos perros quisieron morderme. 

Eso no sonaba muy macho alfa de mi parte. 

Me había bajado a mitad de la noche para mirar lo que decía el portón, pero me había equivocado y una jauría comenzó a seguirme. Asustado, tuve que correr como nunca hasta que llegué al maldito auto y pude respirar. 

Bueno, todo para que Kim no se fuera hacia el hotel en un auto con un desconocido. 

Hay que cuidar al personal, ¿vale? 

Cuando al fin logré apuntarle, dentro de todo ese camino rocoso, oscuro y misterioso, me estacioné cómo me lo pidió. Su portón era de madera blanca. Eran dos cuadrados con cuatro líneas de forma horizontal y dos tablas cada una en forma cruzada. Me bajé del auto y la esperé desde ahí, contemplando su casa. Era amplia, de segundo piso; de madera pintada de un amarillo claro y tenía un garaje al lado. Había un gallinero, un establo y animales dando vuelta. 

Así que la pelirroja era una chica granjera. 

Cuando al fin sentí que salió de casa, guardé el celular en mi bolsillo y me centré en ella. Sin darme cuenta, sonreí mientras se acercaba. Experimenté una sensación extraña, tal vez porque me parecía muy auténtica —añadiendo también que se veía hermosa. 

Muy hermosa. 

Abrió el candado del portón, sacó las cadenas y salió. Repitió el proceso de forma contraria y, mientras cerraba, me posicioné en la puerta del copiloto. 

—¿Sabe? Por unos instantes creí que se había perdido —dijo mientras avanzaba hacia mí—. Es difícil llegar aquí. 

—Uhm... No me costó nada encontrarte, di a la primera. —Abrí la puerta y ella subió. 

Supiera. 

—Tengo una pregunta —dijo cuando subí al auto y me puse el cinturón—. Lo que pasa es que, bueno, soy un poco fan de esa banda y... ¿puedo pedirles un autógrafo? 

—Si ellos quieren dártelo ningún problema. —Miré hacia atrás poniendo la palanca en reversa. Luego, doblé el manubrio y continuamos con el camino recto—. Aunque te aconsejo hacerlo sin que se nadie se dé cuenta, mira que luego te acusan las suricatas. 

—¿Llama suricatas a sus trabajadoras? —me preguntó con una sonrisa curiosa. 

—Suricatas y suricatos, ¿eh? Todos hablan mal de todos ahí, es una puta locura. Ya sé por qué mi abuela me pidió que me quedara, estaba perdiendo la cabeza la pobre. 

—Yo ya la perdí y no llevo ni un día, así que la entiendo. —Se encogió de hombros inocentemente y luego suspiró—. Bueno, veré si puedo conseguir un autógrafo de Callie. 

—¿Te gusta su música? 

—Me encanta, pero debo admitir que amo más el pop. 

—¿También te gusta el pop? —la aprecié felizmente mientras ella asentía—. A mí me encanta. 

—¿Quién es su cantante favorito? —preguntó ella.  

—No sé por qué, pero tengo el presentimiento que te gusta el mismo cantante que a mí. 

—¿Lo decimos al mismo tiempo? —propuso. 

—Esto va a ser genial. —Me acomodé en el asiento, expectante—. A la cuenta de tres, ¿sí? 

—Vale, vale: 1.................2.............. 3.............. ¡Michael Jackson! 

Lo habíamos dicho al unísono, así que luego soltamos una carcajada monumental. Ella se puso a aplaudir y su risa me contagió aún más. 

—¡Lo sabía! —exclamó—. Tiene cara de que le gusta. 

—¡Por qué lo dices!

—Se ve que es la clase de chico que tararea sus canciones mientras conduce. Además me parece muy simpático. 

—¿Ah, sí? Pues tú igual lo eres. Aunque a veces resultas ser bien directa, como una hormiguita colorada, de esas que llegan y pican. Me agrada. 

—Ah, bueno, gracias entonces, jefe. —Ella asintió con orgullo. 

—¿Y tu canción favorita cuál es? —pregunté. 

Do you remember the time... When we fell in love? 

Do you remember the time... When we first meet, girl? —completé melódicamente. Ambos movíamos los hombros al ritmo de la canción. 

—¿Ya ve? Es una de las mejores canciones que existen. Aunque también soy más profunda: Man in the Mirror es mi lema: "Si quieres que el mundo sea un lugar mejor...

—... Mírate a ti mismo y haz el cambio" —completé—. Vale, estoy impresionado, si él estuviese vivo, te habría invitado a uno de sus conciertos, sin dudarlo. 

—Uf, me habría desmayado con tan solo verlo. 

—Pues imagina desmayarte justo cuando tienes la oportunidad de conocerlo. 

—Me mato. 

Soltamos una risita nuevamente sin perder la mirada la ciudad. A pesar de que era de noche, había mucho tráfico de igual modo. No hacía mucho frío porque decían que llovería en un par de horas; así que caía un rocío que unía a las hojas otoñales con el cemento. Al parecer Kim disfrutaba ver el lento y melancólico movimiento de las hojas que caían de los árboles. 

Admite que te agrada esa chica. 

—Venga, sigamos jugando. —La miré mientras esperábamos que cambiara el color del semáforo—. ¿Tienes alguna película favorita?

—Pues me gusta mucho El Aro. 

—¿Qué? —Giré mi cuerpo un poco hacia ella, muy interesado—. ¿Tu peli favorita es una de terror? Estoy seguro de que vi una de esas cosas cuando fui a buscarte. 

—Ah, no, ese es Juan Diablo el que se le apareció. Muchos lo han visto. 

Ahora si me eché a reír con incredulidad. 

—¿Juan qué? 

—Que en el campo siempre aparece ese hombre. Mi abuelo decía que luchó contra él en el cerro, pero no le creo mucho, era bien borrachín. 

Apreté los labios para no reírme, pero fue inevitable. La contemplé mientras la risa salía de mí y ella negó con la cabeza, también con una sonrisa. 

—Las leyendas en el campo son muy comunes la verdad. A veces se cree mucho en la brujería, en los espíritus, etc. 

—¿Y no te da miedo eso? 

—No, porque sé que Dios está conmigo. 

—Oh, ¿eres creyente?

—Digamos que con mamá y papá solíamos ir mucho a la iglesia, pero ya no me gusta estar ahí. Creo en Dios, pero no me agradan las religiones.  

—Dímelo a mí, mi familia ya parece secta. 

—Me apiado de usted. 

—¿Por qué no me tuteas, Kim? 

—Porque es mi jefe, pues. 

Moví la cabeza negativamente curvando los labios hacia un lado. 

—Qué terca eres. 

Se encogió de hombros. Mantuve mi mirada fija en ella por unos instantes. 

Pero de pronto, una agitación simultanea se manifestó contra nosotros. El semáforo hacía rato que estaba en verde. 

—Con todo respeto, jefe, usted es muy despistado. 

—Y a eso me refiero con hormiguita colorada. 

🍂🍂🍂

Todo era una locura: la cuadra estaba cerrada, por lo que tuve que estacionarme a unos cuantos metros del hotel. La entrada tenía una alfombra roja que partía de la vereda hasta la entrada. El camino estaba separado por unas barandas que creí que colapsarían por la gran asistencia de personas. Lo peor fue que, cuando nos bajamos del auto, unos periodistas corrieron hacia nosotros. 

Mierda. 

Me puse las gafas.

—Kim, camina rápido y no digas nada. 

—Dígame que no voy a salir en la tele, porque me muero de la vergüenza —dijo mientras caminábamos al mismo ritmo—. Ay, no...

Rápidamente se aglutinaron como moscas en un manjar y hubo disparos continuos del flash. Kim y yo agachamos la cabeza e intentamos caminar, pero era imposible. De pequeño que me seguían por ser hijo de un millonario. Me habían tildado como el hijo que siempre llevaba la contraría. El rebelde, el que jamás se metía en los asuntos familiares. 

Bueno, sí soy. 

—Nicolás, se dice que tu padre va a ir a las elecciones, ¿es verdad? Y si es así, ¿votarías por él? —al ver que no respondí, siguió preguntando—: ¿¿Votarás por él?? 

—Nah, solo si me paga por su voto. 

Tomé a Kim de la espalda para que no se quedara atrás. Ella abrazó su agenda y se mantuvo cabizbaja. 

—Fuertes declaraciones del hijo del medio de los Meyer. ¿Tienes algo más que agregar? 

—¿Quién es la chica, Nicolás? ¿Es tu novia? 

Ojalá. 

—Se dice que tenías una relación con la hija del dueño del banco central, ¿es eso cierto o ya rompieron? 

—¿Por qué no votarías por tu padre? ¿Es por el reciente documental en su contra? 

Kim se adelantó y se fue corriendo hacia la entrada. La seguí. Me dio un gran alivio no tenerlos cerca por unos instantes. No quería exponerla a ese mundo tan mediático. 

Por suerte, el guardia levantó la cuerda roja del poste dorado y recién pude apreciar lo hermoso que había quedado el hotel con la decoradora de interiores que contratamos. El piso de porcelanato parecía casi transparente; el vestíbulo era decorado con sofás color grisáceo, mesas redondas de mármol y plantas naturales a su alrededor. La recepción estaba decorada con luces lagrimales detrás del mesón. Presenciaba a los mozos de equipaje trasladar las maletas; al personal del aseo subiendo el ascensor transparente y al gerente perfeccionista histérico que nada le salía como él quería.

—El manager de la banda pide la suite exclusiva —me decía el gerente mientras caminábamos hacia la cocina. Kim intentaba anotar todo con rapidez—. Quiere un mayordomo las veinticuatro horas del día y un jacuzzi con sales de Epson. Dijo que los de la banda podían tener las habitaciones corrientes para que saliera más barato. 

—Mmm... Freddy, dale a cada uno una suite para que no haya reclamos. 

—No tiene mucho presupuesto... —me dijo Kim pasándome unos archivos. 

—Le quitamos del sueldo de Freddy, no te preocupes. 

—¡Oye! —me reclamó—. Un momento... ¿Quién eres tú? —Levantó el mentón hacia Kim. 

—Hola, soy Kim y soy secretaria de Nicolás. —Le estrechó la mano. 

—Pero... ¡eres muy joven! —exclamó y luego me miró a mí—. ¡Y tú también tienes cara de feto!

—¡Mi abuela me dejó aquí! 

—Oh, Dios, esto es un desastre... 

—Cálmate ya, Fred, que no te afecte la menopausia. 

—Andropausia —me corrigió Kim.

—¿Y eso qué es? —preguntó Freddy. 

—Pues que no se te para —respondí y sonreí cuando escuché la silenciosa risa de Kim. 

—¡Cómo sab...! Digo, qué raro, nunca me ha pasado.

No le creímos, por supuesto. Luego de una tediosa hora de reunión, la banda al fin llegó. Un guardia les abrió la puerta de la limosina y se bajaron seis personas. Se tomaron fotos con sus fans, hablaron con los periodistas y, al rato, entraron al hotel. Kim y Dulce no podían dejar de mirar a los chicos con exaltación. Rodé los ojos.

—¿Qué tal? —saludé a un muchacho de cabello castaño cobrizo. Era de mi misma estatura, pero saqué un poco de pecho para parecer más alto, jeje. 

—Hola, John Freedman.

—Nicolás Meyer. Es un gusto que estén aquí. —Espero que disfruten la estadía, me susurró Kim—. Espero que disfruten la estadía —repetí.

—La disfrutaremos si hay comida. Tengo hambre. —dijo un muchacho de cabello platinado. 

Mirando a Kim, me di cuenta de que la vocalista le dio la mano con una sonrisa genuina y se tomaron una foto. Kim dio brinquitos de la emoción y le pidió que le firmara la agenda. Según ella fue genial porque nunca había conocido a ningún famoso. 

Aprecié su felicidad durante unos instantes. 

Finalmente subieron por el ascensor acompañados de Freddy y nosotros nos quedamos en la recepción con un café y un muffin en mano. 

—Amo cuando vienen famosos, siempre creo que se fijarán en mi, pero nunca me miran —suspiró Dulce con las manos en su cara. 

—Son hermosos... —suspiró Kim antes de que sonara su celular y se apartara de nosotros—. Con permiso.  

—¿Qué tienen ellos que no tenga yo? —le pregunté a Dulce.

—Son músicos —respondió—. Son ardientes.

—¿Y los tenistas no? —le di un sorbo a mi café—. Puedo dedicar triunfos cuando sea campeón. 

No sé por qué, pero miré a Kim. 

—Mira mucho a su secretaria, ¿eh? 

Puse los ojos en blanco. 

—Solo dile a Kim que la espero en la oficina. Tenemos que trabajar duro esta noche. 

Espera, eso sonó raro, ¿no? 


NOTA DE AUTORA

Estos en una oficina de noche no siempre sale como se espera 😈

Quiero decirles que el libro no solo se trata de ellos trabajando en una oficina, es solo la parte donde se están conociendo porque luego pasan cositas 

Para ls que nos saben, los de la banda son de mi primer libro que escribí en wattpad :D 

Y si les gustó el capítulo no olviden dejarme su voto, graciaaas <3 

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