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Antes de empezar: ¿Qué signo creen que es Kim?

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"Creí que eras un chico diferente".

—¡Me sacaste mi blusa y jamás me la devolviste, Kass!

—¡Pero es que tu ropa es más bonita que la mía!

—Tú eliges tu ropa.

—¡Pero después no me gusta!

Intenté coger un poco de aire para que no me colmara la paciencia, pues recién eran las seis de la mañana y ya habíamos discutido como tres veces.

—Te paso la blusa si me pasas tu alisadora —propuse.

A regañadientes aceptó, así que me preparé para otro día en la oficina. Tenía un poco de sueño porque había estado estudiando para el examen de admisión. Necesitaba mucho puntaje y matemáticas se estaba convirtiendo en un obstáculo.

Algebra no era lo mío, definitivamente.

La cosa es que, por demorarme tanto con la ropa que me iba a colocar, sacrifiqué saltarme el desayuno para tomar el autobús. Ahora iba con hambre y de mal humor.

Me fui pensando sobre el limitado tiempo que tenía para estudiar hasta que llegué a la oficina. Me puse a barrer, limpié el ventanal y pasé el trapo por los muebles. Y aprovechando que no llegaba Nicolás y que aún me quedaba tiempo, derretí mi tostada con queso en el microondas y me puse a escribir las exageraciones que le diría a la asistente para que me dieran la beca de bajos recursos.

Estaba concentrada hasta que Vanessa entró de golpe a la oficina. Dejé de masticar mi pancito cuando observé su rostro de enfado.

Ya ni comer la dejan a uno.

—Ah, provecho; supongo que ya hiciste las facturas que te pedí.

—¿Ahora? Aún no comienza mi jornada laboral... —me defendí.

—¡Yo llego dos horas antes y ya tengo todo listo!

—¡Pero no es mi problema! ¡Yo trabajo las horas que me corresponden!

—Mira, Kim, tengo 42 años, llevo trabajando 21 años aquí, así que te tienes que adaptar a mí. ¿Entendido?

—Vanessa, trato de hacer lo mejor que puedo, pero no me pidas que llegue más temprano al trabajo, no lo haré. Estoy las horas que me corresponden y ya.

—No te irás de la oficina si no me tienes listo lo que corresponde. Es un trabajo básico, no creo que seas tan tonta. O déjame adivinar: ¡tal vez sí lo er...!

—¿A quién le dices tonta, Vanessa? —Quedé sorprendida cuando vi a la abuela Samantha cruzada de brazos detrás de nosotras.

Oh, oh... Vanessa se puso pálida.

—Yo... Bueno, yo...

—¿Desde cuándo le gritamos al personal? ¿Se puede saber? ¿Crees que por llevar años aquí tienes el derecho de pasar a llevar a los nuevos?

—Samantha, yo... Es que... Bueno, Kim es un poco lenta y se equivoca mucho.

—¿Te recuerdo todos los errores que cometiste cuando recién llegaste?

La castaña bajó la mirada.

—No hace falta.

—Bien, ahora ve a hacer tus cosas y déjame a solas con Kim. También tengo que llamarle la atención.

Mierda.

Vanessa, un poco ofuscada, se fue de la oficina. La abuela no se movió y no dejó de mirarme hasta que cerró la puerta.

De acuerdo, la situación era rara. Samantha tenía una presencia que imponía respeto. Tal vez era por su elegancia y por sus ostentosas prendas. Vestía un blazer púrpura, al igual que su pantalón. Una blusa blanca de seda y unos tacones altos para su edad. Definitivamente quería llegar así de guapa a la vejez.

Pero te vistes como vagabunda, pues.

—¡Ya, Kim, deja de mirarme como perro mojado! —exclamó para mi sorpresa—. Nadie te va a regañar, cariño.

Con el ceño fruncido, la seguí con la mirada hasta que se sentó en su escritorio. Se echó para atrás y afirmó los codos en el apoyabrazos. Ah, pero se le había olvidado algo: sacó del bolsillo de su pantalón una cajetilla de cigarros y se puso uno en la boca.

—¿Fumas? —preguntó.

—¿Eh?

—Que si fumas.

Pestañeé.

La verdad era que probé el cigarrillo a los dieciséis y ahora fumaba de vez en cuando en el baño de mi casa. Lo hacía solo cuando estaba nerviosa, no era una adicta, por suerte.

Pero: ¿fumar con mi jefa?

—Bueno... a veces fumo —le confesé.

Me propuso fumar a su lado y hasta yo me sorprendí cuando prendí mi cigarrillo. La abuela me miraba con entusiasmo y yo reí un poco con el pitillo entre mis dientes.

Bueno, a falta de amigas de mi edad, siempre tienes a una abuelita rebelde para chismear.

—¿Sabes? —le dio una calada—. Me recuerdas mucho a mí de joven. Ya sabes: eres respondona, directa, espontánea. De seguro también eres muy inteligente. ¿Qué quieres estudiar?

—Medicina. Quiero ser médica obstetra.

—¡Qué hermoso! Le das la bienvenida a la tierra a un pequeño ser.

—Sí, la verdad soy muy maternal. Me gustan los bebés.

—A mí no. —La miré de reojo por su declaración—. Digo, amo a mi familia, pero no era lo que yo quería en la vida.

—¿Jamás quiso tener hijos?

—Tuve dos hijos de un hombre que nunca amé. Los crie sola, él me fue infiel... —Ella expulsó el humo con elegancia—. No creas que no amé a mis hijos, al contrario. Era mi marido el que malgastó mi tiempo.

—¿Por qué se casó con él?

—Bueno, crecí en una familia muy conservadora, adinerada y religiosa. Yo era la oveja negra de la familia.

Para mi sorpresa, se arremangó la blusa y dejó al descubierto un tatuaje en su muñeca que decía: "J y S por siempre".

—¿Y quién es él? Ya sabe, Jota.

—¿Qué te hace pensar que era él?

—¿¿Era una chica??

—Digamos que tengo un libro sobre eso.

—Oh, ¿es escritora?

—Ajá. Tengo un libro para cualquier ocasión.

—¿Tiene uno sobre... una mala experiencia amorosa con un chico que idealizaste mucho porque estabas en un momento vulnerable y querías tener refugio en esa persona, pero al final solo te usó y terminó siendo una mierda?

Ella me quedó mirando un poco impresionada por lo rápido que hablé.

—No, pero déjame que lo apunto.

—Gracias. Si es que lo escribe, llévelo preso... O cástrelo. Sí, mejor eso.

Samantha se echó a reír, pero luego le dio un ataque de tos.

—Ay, Kim, definitivamente me recuerdas mucho a mí cuando era joven.

—¿Eso es bueno?

—Es lindo. Digamos que tienes una lucha interna entre ser pasional y a la vez racional. A veces es hermoso dejarte llevar por el corazón y horrible cuando la intuición falla.

—Eso es verdad. Se nota que es escritora, observa mucho a la gente.

—Sí, de hecho ahora estoy bastante inspirada con lo que estoy escribiendo.

—¿Se puede saber de qué es?

—Digamos que de un par de tortolitos que son muy diferentes, pero se complementan muy bien. Son muy divertidos juntos y siempre terminan en uno que otro lío.

—Vaya, me gustaría leer eso alguna vez —le sonreí.

Ella me miró noblemente.

—Aún está en proceso, cariño. —Ella le dio otra calada—. Pero veces pienso que no me corresponderá a mí contar el final.

—¿A qué se refiere?

Ella se encogió de hombros mirando hacia el ventanal, apreciando paisaje lleno de matices anaranjadas.

—No lo sé. Supongo que el tiempo no perdona.

Sintiendo una nostalgia extraña, solo me resigné a permanecer un rato en silencio. Sin embargo, no aguanté por mucho tiempo.

—Bueno, si el tiempo no perdona, es buena hora de meterse en líos, ¿no cree?

—A ver, explícate.

—Bueno, usted dijo que perdió mucho tiempo con un hombre malo... Pues recupere ese tiempo perdido. La edad es solo un número.

Ella lo sopesó unos segundos y al parecer le gustó mi idea. Solo era un consejito humilde que le podía servir para qu...

—¿Sabes? Tienes razón —dijo poniéndose de pie—. Hoy mismo hago las maletas y me voy a Ámsterdam de fiesta.

—Oh... O sea, Samantha, calmémonos...

—No, en serio, tienes toda la razón. Debo empoderarme de nuevo.

—Pero...

—Es que esto me servirá de mucha inspiración, Kim. Dejaré a Nico a cargo, pero me llamas cualquier cosa, sabes que ese muchachito vive en una realidad alterna.

—Bueno, por eso mismo, ¿no? ¡La necesitamos cerca!

—Kim, estará todo bien, en serio. Nos vemos cuando sea que me digne a volver. Nos vemos, cariño, un gusto hablar con mi futura... Digo, con mi secretaria. Adiós, hermosa.

Pasmada, la vi tomar su cartera de cuero morada y se marchó.

Vale, Nico iba a matarme.

No tuve mucho tiempo para sopesar lo que acababa de pasar, porque el teléfono sonó.

—Hola, soy Arno. A-R-N-O.

Ah, era el señor Ano.

—Hola, ¿qué tal?

—Querida, quería informarte que hay reunión después de la hora de almuerzo. Por favor, avísale a Nicolás, sino se le va a olvidar.

—Le aseguro que ahí estaremos, señor Arno.

—Vaya, ya me caes mejor.

—¡Gracias! Es un placer que...

Me colgó.

Bueno, al menos ya me querían un poco más.

La cosa es que iba a sacar mi colación —que era una cazuela de pollo—, para comerla en la oficina. Sin embargo, tenía un mensaje de Nicolás que abrí de inmediato en mi celular.

Nicolás🎾 : Hola.

Qué expresivo.

Kim🐐 : Holis.

Nicolás🎾 : ¿Qué haces?

Kim 🐐: Voy a comer 😛

Nicolás 🎾: Te invito.

Kim 🐐: ¿A dónde?

Nicolás: 🎾: Por ahí a comer cosas ricas 😌

No sé por qué le sonreí tan a gusto al teléfono.

Nico me dijo que estaba llegando al parque, así que salí del hotel y caminé hasta allá. Tuve que subir hasta arriba la cremallera de mi chaqueta azul cuando el frío me golpeó en el rostro. Amaba el otoño, pero a la vez también era muy friolenta.

Una vez que llegué al parque, la alfombra de hojas crujió bajo mis pies. Examiné a mi alrededor y no lograba ver a Nico, solo había un grupo de ancianos conversando en las bancas de descanso, un grupo de amigas caminando mientras se tomaban un café y una pareja discutiendo porque el chico no le tomaba buenas fotos a su novia.

Iba a sacar mi celular para preguntarle donde estaba, pero sentí que alguien acercó por detrás y me susurró con una voz muy atrayente un: «hola».

Me asusté tanto que cogí aire de golpe y, en un microsegundo, me di la vuelta y ¡zaz! le di un puñetazo.

Nico había caído al suelo, desmayado.

—¡Por Dios, Nico, lo siento! —Me puse de cuclillas y le moví los hombros—. ¡Nico!

Nico estaba con la cabeza ladeada, sin dar ninguna señal.

—¡Nico, que no fue para tanto! —le di unas cachetaditas en la mejilla—. ¿Nico? —Le abrí un ojo—. ¿Aló?

Y cuando creí que se pondría peor, empezó a convulsionar.

Oh... no, no, no...

Por unos instantes tardé en reaccionar, hasta que me di cuenta de una pequeña sonrisita que lo delataba. Es más, terminó por esbozar una sonrisa completa.

De inmediato elevé las cejas y me puse de pie, seria.

—Quisieras... quisieras haber visto tu cara —dijo desde el suelo, riendo—. Aunque esa cachetada aturde a cualquiera. Viste mucho Las Tortugas Ninja o qué.

—No es gracioso, Nicolás.

Nico se puso de pie y se limpió toda la hojarasca que había quedado en su ropa. El muy graciosito seguía con una amplia sonrisa.

—Fue una bromita piadosa. Además, ¡tú me golpeaste! ¿Andas por la vida golpeando jefes?

—Pues si fuera legal lo haría.

Nico chasqueó la lengua y me observó detenidamente, divertido. No podía enojarme con esa sonrisa tan... perfecta.

—Además... —continué al tiempo que me crucé de brazos—, ¿tú andas por la vida asustando a secretarias?

—Solo a una: a mi favorita.

De inmediato enrojecí fingiendo simpatía irónica. Intenté no demostrar que mi estómago se agitaba con intensidad cuando me hacía cumplidos y se me quedaba mirando.

Y es que Nico por más divertido y carismático que fuera, tenía una presencia atrayente, una en la que alimentaba mis ganas de acercarme a él...

—¿Soy tu favorita? —pregunté.

—¿Lo dudas?

—¿Puedo preguntarte por qué? Si hago todo mal.

Él miró hacia arriba, como si estuviera recordando todo lo que había hecho en la oficina desde que llegué.

—Es cierto... Mentiste en tu currículum, llamaste Ano a un trabajador, no sabes usar Excel y encima golpeas a tu jefe. En efecto, estás despedida.

—¡Qué! ¡Pero si tú sabes menos que yo!

—¿Ves que te ves linda cuando me tuteas?

—¿Sabe qué? Iré a comer sola. —Comencé a avanzar, molesta. Lo cierto es que fingí estar enojada, pero involuntariamente había una chispa de encantamiento en mi rostro.

Maldito seas, Nicolás...

—¿Y se puede saber dónde irás a comer?

—Pues al carrito de ahí. —Apunté hacia el bordillo de la plaza.

Él paró la marcha. Miró al carro y luego a mí con severidad.

—¿Ahí? —Alzó una ceja.

—¿Nunca ha comido en carritos? —pregunté, pero luego me di cuenta de que era absurda mi pregunta. Era obvio que solo comía platos de lujo—. Uhm... ¿Quiere probarlos?

Nico lo sopesó unos minutos hasta que accedió encogiéndose de hombros, así que nos pedimos unas hamburguesas para llevar y la terminamos comiendo en la oficina por culpa del frío.

Estábamos en mi escritorio. Él había puesto su asiento a mi lado y compartimos audífonos. Estábamos muy apegados escuchando la playlist de Nico mientras comíamos.

—Mira, esta canción es buena —dijo reproduciéndola—. Sé que te gusta, así que te la dedico.

—¿Me estás dedicando You Rock My Word? —Lo observé con interés mientras él le subía el volumen.

—Valórame, porque las canciones de Michael Jackson no se le dedican a cualquiera.

Primero comenzó a sonar la melodía pegajosa donde entraban esas ganas naturales de bailar. Nico le dio un bocado a su sándwich y yo me movía al ritmo meneando los hombros, pero en mi asiento.

Y hasta que empezó a cantar y la letra se sintió diferente para mí.

My life will never be the same
'Cause girl you came and changed
The way I walk, the way I talk
Now I cannot explain
These things I feel for you
But girl you know it's true
So stay with me, fulfill my dreams
I'll be all you need
Ooh it feels so right
I've searched for the perfect love all my life
Ooh it feels like
I have finally found a perfect love this time.

—Estás loco —reí suavemente—. ¿Qué sigue? ¿Que la bailes?

—No se diga más.

Nico se intentó poner de pie, sin embargo, puse mis dedos en su brazo en un ágil movimiento para que no lo hiciera. Me reí inclinando mi frente en su hombro y sentí el aroma de su perfume.

Dios, qué rico.

—Ahora que lo pienso tú deberías bailarla. ¿Bailas bien?—Nico giró su asiento hacia mí. Nuestras rodillas quedaron juntas y me estremecí un poco.

—Ni en broma bailo. Ni borracha, se me enredan los pies. Aunque soy buena en gimnasia artística, lo admito. Digamos que tengo "flexibilidad".

Me contempló sutilmente. Se quedó unos segundos pensando en algo hasta que luego se rascó un poco la barbilla y cambió el tema.

—A veces no sé qué pasa con la oficina que huele tanto a humo. ¿No sientes también el olor?

—Ah, sí... el olor... Es que tu abuela vino y...

—¿Y?

—Nos pusimos a fumar.

—¿Qué?

—Es que tuvimos una conversación muy bonita y... Se me salió un poco de las manos porque dije que viviera su vida y se mandó a cambiar.

—¿Me espantaste a la abuela?

—¡Ella dijo que quería vivir la vida loca!

—¡Pero si esa señora ya está loca!

—Vamos, le hará bien. Es millonaria, puede mandarse a cambiar donde quiera.

Nico suspiró.

—Bueno, al menos va a llegar con nuevos libros escritos —dijo algo resignado.

—Sí. Me contó que estaba escribiendo uno muy especial.

—A mí también me lo dijo. Quizás qué es.

Me encogí de hombros y le di un bocado a mi hamburguesa. El problema fue que, cuando quise tomar la bebida, se me derramó el vaso y el líquido se vertió en nuestra ropa.

—¡Perdón! —exclamé y luego miré como mi blusa se me apegaba al cuerpo. La sudadera marrón de Nico había quedado mojada también—. Ay, no... ¡Luego comenzará la reunión!

—Mierda, falta 5 minutos... ¿Cómo carajos pasó tan rápido la hora?

—¡No sé, pero Vanessa va a matarme si llego tarde!

Me paré para sacar papel del dispensador. Nico de inmediato levantó su sudadera para sacársela. Cuando lo hizo, su camiseta se elevó y vi su abdomen accidentalmente.

Vale, estaba marcado. No a un nivel exagerado, pero lo suficiente para que la forma en V de la parte baja de su estómago estuviera tonificada.

Cuando me encontró mirándolo, sonrió con astucia.

—Hago mucho deporte —dijo.

—No te estaba mirando —intenté defenderme. 

—Sí, claro. 

Pero así con las mentiras. Quedaba poco tiempo, así que ni siquiera desabroché mi blusa, solo me la saqué por arriba y... quedó enganchada de un aro.

Maldición. 

—Uhm... Nico... 

Por suerte tenía un top blanco con tirantes abajo, aunque se me veía un poco el vientre.

—Qué carajos... Levanta los brazos —dijo e hice lo que me pidió. Nico se acercó a mí y me sacó la blusa de la cabeza.

La puerta se abrió de golpe cuando mi cabello quedó hecho un desastre.

—¡Qué están haciendo! —chilló Vanessa.

Abrí los ojos de par en par.

—N- ¡Nada!

—Yo le dije a Samantha que tener a dos adolescentes aquí no era conveniente —le comentó Freddy con una mano en el pecho—. Por eso siempre cierran la puerta. Ahora lo entiendo todo.

—¿Qué? ¡No es lo que piensan! —intenté decir.

—¡Ya salgan de una maldita vez que nos tenemos que cambiar ropa! —ordenó Nicolás tapándome con su sudadera.

—Ustedes me quieren volver LOCA. Esto se lo diré a Samantha... Y cuando lo sepa, ya verán.

Y la puerta se cerró de un portazo.

Y se formó un silencio sepulcral.

Nos quedamos mirando con Nicolás. Ambos estábamos con poca ropa, despeinados, enrojecidos y con la calefacción puesta.

Tragué saliva.

—Te ves bien así —musitó elevando el mentón.

Esto va a matarme.

Solo lo quedé mirando unos instantes de mal humor hasta que me puse el blazer, me peiné y quedé lista para enfrentar la reunión.

🍂🍂🍂

Mi jornada laboral había terminado y lo único que quería era llegar a casa y dormir. Tuve que apagar el teléfono porque Vanessa me seguía molestando incluso después de que salía del trabajo.

Transitaba por las tiendas más concurridas de la ciudad, mirando las vitrinas con la ropa hermosa. Creía que me hacía falta una prenda un poco más formal, pero aún no tenía el suficiente dinero para comprarme.

Esperé pacientemente cuando el semáforo cambió de color. Lo extraño fue que frente a mí pasó un auto rojo a una velocidad menor que el resto. Era el mismo auto que vi cuando Nicolás fue al campo. Tenía los vidrios polarizados y no pude ver quién iba dentro. No sé, se me hizo muy raro.

Lo miré hasta que desapareció de mi vista.

Seguí avanzando con mi mano aferrada a la tira de mi bolso. Paré a las afueras de una tienda de reliquias misteriosas donde vendían brújulas, cartas de vampiros o amuletos que pertenecían a brujas. Me llamó la atención, pero también al lado de ese local había un restaurante con terraza externa que tenía un televisor dando noticias.

Me volteé con interés cuando escuché el apellido Meyer.

"Y en las noticias más recientes, Richard Meyer oficializó su campaña presidencial. El candidato del Partido Republicano ya está en las calles y fue bien recibido por sus militantes.

Su familia se encuentra muy entusiasmada con este desafío, diciendo que quieren lo mejor para la gente y que quieren establecer una conexión única con el pueblo.

El hijo del medio de los Meyer, Nicolás, ya se encuentra haciendo trabajos comunitarios en los sectores rurales más vulnerables del país, ayudando a familias de bajos recursos para mejorar su calidad de vida".

Y entonces mostraron imágenes de Nicolás saliendo de mi casa.

Y una tristeza colosal me invadió.

Nota de autora.
Y aquí es donde se pone buena la cosa 💀

Y también habrá más tensión de la que nos gusta 🕺🏻

Si les gusto el capítulo no olviden votar e interactuar, muchas gracias!! Y disculpen si me atraso un poco, estoy escribiendo y corrigiendo de mi celular. Miopía nivel extremo jsjsj

Besitos en el abdomen de Nico 🤝

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