Capítulo O7

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La felicidad que Jennie le dejó se esfumó tan rápido como llegó el día siguiente.

Los miércoles no tenía clases tan temprano, para su propia fortuna, sólo dos clases: una a las once de la mañana y la otra a las tres de la tarde. Después de eso, quedaba libre completamente.

Momo llegó a las diez, como siempre, sin hacer preguntas sobre Haerin marcada en el aroma de Jennie. Momo era una chica japonesa que llegó sólo un año atrás a Corea y a ese edificio, tenía dieciocho años y vivía con sus padres todavía. Decidió tomarse un año sabático para ahorrar y entrar a la universidad el año siguiente, por lo que Lisa le pagaba para cuidar de su cachorrita. Haerin la adoraba, ambas se llevaban muy bien y Momo se encargaba de mimarla mucho.

Le dio las indicaciones de siempre, despidiéndose de ambas y saliendo a tomar el bus para llegar a su clase. Iba bastante contenta al recordar la conversación que mantuvo la noche pasada con Jennie, que se fue más allá de las diez de la noche. Ambas se quedaron conversando de muchas cosas, conociéndose mucho más, mientras que Haerin se quedó dormida en los brazos de la alfa. La visión de las dos, entendiéndose tan bien, le provocó demasiada ternura a Lisa, su corazón latiendo aceleradamente.

Todavía tenía muchas dudas respecto a dicha salida, por eso le dijo a Jennie que quería ir lento, conocerla mucho más antes de dar un gran paso como salir. La mayor le dijo que no se preocupara, porque ella también quería conocerla, así que decidieron tener una cita el sábado, una cita de verdad. Probablemente, le pediría a Jisoo que cuidara de Haerin, porque la idea es que salieran las dos solas.

Llegó a la universidad varios minutos después, apurándose en entrar a la sala en la que le tocaba clases a esa hora. Sin embargo, supo enseguida que algo no iba bien cuando entró. La profesora todavía no llegaba, pero ya había varios compañeros, que se voltearon a verla apenas apareció.

Trató de mantener su expresión tranquila al caminar hacia un asiento, escuchando los cuchicheos a su alrededor. ¿Qué demonios?

—Lisa —susurró Miyeon, inclinándose para hablarle en voz baja y que nadie escuchara—, oye...

—¿Qué le pasa a todo el mundo? —masculló, frunciendo el ceño—. ¡No dejan de mirarme!

Miyeon tragó saliva, removiéndose en su lugar.

—Alguien te vio con la profesora Kim, ayer, luego de clases —explicó Miyeon con rapidez—, te vieron subiéndote a su auto. ¿Eso es cierto?

Lisa se quedó congelada, sorprendida por lo que le estaba contando su amiga. Pudo sentir el pánico atenazándose en su estómago, los nervios haciendo que su piel se pusiera de gallina.

Oh Dios, santo Dios, ¡ni siquiera lo pensó en su momento! ¿Cómo se le ocurrió irse con ella tan enseguida, cuando todos sus compañeros también estaban saliendo?

Tragó saliva, queriendo hablar, pero sintiendo su boca seca. Para su propia fortuna, en ese momento llegó la profesora Shin, haciendo que todos se acomodaran para iniciar la clase. Sin embargo, eso no quitó que podía sentir algunos ojos puestos en ella todavía.

Ni siquiera pudo concentrarse en el resto de la clase, removiéndose en su lugar varias veces, sus manos transpirando, con los nervios comenzando a hacerse más y más fuertes. No podía dejar de pensar en lo que Miyeon le acababa de decir, en el hecho de que sus compañeros pudieran estar sospechando que Jennie y ella... que ellas...

Sus dedos picaron en ansiedad, en la necesidad de sacar su móvil y enviarle un mensaje a Kim.

La clase pasó en un abrir y cerrar de ojos. La profesora los despidió con rapidez, y Lisa se quedó viendo a sus compañeros guardar sus cosas. Ella también empezó a hacerlo, todo en ella temblando, cuando se puso de pie y escuchó un murmullo.

—Puta.

Se volteó para saber de dónde vino, tratando de averiguar quién le insultó, sin embargo, a su alrededor sólo veía ojos mirando a otros lados, con sonrisas burlonas.

La palabra le recordó a sus últimos meses en el colegio, cuando se enteró de su embarazo y la noticia corrió como pólvora encendida por todos los pasillos. Los que antes fueron sus compañeros de secundaria no cerraban en ningún momento la boca para hablar de ella e inventar chismes con los que causarle daño. Lisa la pasó muy mal ese tiempo, teniendo que soportar los insultos, las bromas de mal gusto, las palabras dañinas.

Se forzó a apretar sus labios, agarrando su mochila y colgándose, saliendo de la sala lo más rápido que pudo. Eso no evitó que escuchara otra palabra.

—Perra.

Fingió no oírla, corriendo al baño y encerrándose en un cubículo para poder respirar con más calma. Se forzó a inhalar y exhalar seguidamente, sin querer romper a llorar, porque Lisa no les iba a dar el placer de eso. No dejaría que alguien más volviera a humillarla por las decisiones que tomaba, y menos cuando no le estaba haciendo daño a alguien.

Cuando logró calmarse lo suficiente, salió del cubículo y limpió su rostro, respirando profundamente. Todavía le quedaban dos horas para su última clase del día, así que, viendo que ya era hora de almorzar, partió al casino de la universidad, tratando de hacer tiempo para lo que se vendría esa tarde.

Media hora antes de que iniciara, sin embargo, se encontró con Miyeon en la biblioteca. La chica corrió a ella.

—Lis —le susurró—, ¿es cierto? ¡Todos lo están comentando y me preguntaban a mí qué pasó!

Lisa no sabía si confiar en la peligris. Si bien se llevaban bien, era distinto a contarle toda su vida. Temía mucho decirle algo y que eso terminara esparciéndose por otras generaciones de su carrera. Si bien era una carrera pequeña, eso provocaba que los chismes fueran más grandes.

—Se ofreció a llevarme y acepté —admitió, viendo como los ojos de Miyeon se abrían con fuerza—, pero no pasó nada, ¡te lo prometo! Me llevó a mi departamento y eso fue todo —terminó de contar, mintiendo a medias.

A esas alturas, no estaba segura de que tener una cita con Jennie fuera lo correcto. ¿Qué tal si más gente la veía?

—Oh —Miyeon se veía aliviada—. ¡Qué bueno! La gente inventa muchas cosas hoy...

Sonrió para tratar de calmar los nervios de su amiga, y juntas se fueron a su siguiente clase. Como ocurrió sólo horas atrás, apenas Lisa entró al salón, varias personas se le quedaron viendo.

—Oye, Manoban —dijo un omega, luciendo irritado—, ¿así que ya andas ofreciéndote a la profesora Kim para pasar su clase?

Rodó los ojos.

—Preocúpate de tus cosas, Lee —le dijo, molesta y sentándose.

Afortunadamente, el profesor Han apareció y todos decidieron no decir algo.

—No los tomes en cuenta —le dijo Miyeon—, en unos días se olvidarán de eso.

Lisa asintió, aunque no estaba muy convencida de sus palabras. Sin embargo, trató de concentrarse en la clase, porque ya perdió la de la mañana, y no quería desorientarse en los contenidos.

Pero los ojos, puestos sobre ella, sólo le alteraban más y más a cada segundo que pasaba.

Una vez la clase acabó, Lisa sólo quería correr a su departamento y encerrarse allí, tomando a Haerin en sus brazos para llenarla de amor. Tener a su bebé siempre le relajaba lo suficiente para pensar en otras cosas. Especialmente cuando pudo escuchar otros murmullos a su lado, ofendiéndola por algo que ni siquiera había hecho. Le tachaban de esa manera cuando Lisa ni siquiera pensó en actuar así, ¿por qué simplemente no cerraban su boca?

Pudo sentir sus ojos un poco húmedos ante ese pensamiento, sobre todo cuando pensaba en lo que podía ocurrir si se enteraban sus profesores, o alguien superior a ellos. Eso podía arruinar sus estudios para siempre.

Sintiendo que iba a romper a llorar en cualquier momento, Lisa decidió ir a los baños del segundo piso, porque allí sus compañeros no iban a molestarla. Pero, antes de poder entrar, alguien más le habló.

—¿Lalisa?

Se volteó para ver a Jennie, vistiendo elegantemente con una camisa de cuello abierto y pantalones oscuros, llevando su bolso negro. Parecía venir saliendo de una clase.

—Pro-profesora —balbuceó, su voz sacudida.

Jennie frunció el ceño un poco.

—¿Te sientes bien? —preguntó, luciendo preocupada—. ¿Quieres ir a mi oficina?

El primer instinto que tuvo fue negarse y decir que no, ¿eso no sería alimentar los rumores? Pero, realmente, no se sentía demasiado bien en ese preciso instante, y de verdad quería algo de cariño.

Fijándose en que alguno de sus compañeros no estuviera cerca, le asintió y la profesora caminó hacia su oficina, con Lisa siguiéndole detrás. No pudo respirar con calma hasta que la puerta fue cerrada, separándola de las malas miradas que le pudieran dirigir.

Observó a Jen poniendo a calentar agua en su hervidor.

—Vamos, siéntate —le dijo, sin perder la expresión de preocupación—. ¿Quieres tomar un café?

—¿Un té? —preguntó, tímida y sentándose en la silla frente al escritorio.

—Claro —Kim le sonrió—. Vamos, ¿qué pasó? ¿Ocurrió algo con Haehae? —cuestionó, alarmada ahora.

—¿Qué? No, no —Lisa la quiso calmar enseguida, sobre todo por la mirada que tenía—. Hae está bien, se lo prometo. Es que... —pudo sentir su garganta apretada—, es que algunos compañeros me han estado molestando.

Jennie arrugó el ceño, enderezándose y luciendo un poco confundida. Parecía que no sabía qué decir en ese preciso instante, y el botoncito del hervidor se movió, anunciando que el agua ya hirvió. La alfa agarró su taza, buscando en su escritorio la caja de té que guardaba allí, y le preparó uno con rapidez.

—¿Te están haciendo bullying? —dijo, atónita—. ¿Cuántos años tienen, diez?

—¡No de esa forma! —aclaró, removiéndose en su lugar—. Lo que ocurre es... Pasó que... —mordió su labio inferior un momento—. Ellos nos vieron, ayer. Me vieron... me vieron subiéndose a su auto, profesora Kim.

—Oh —Jennie parpadeó, sin saber qué decir en ese momento preciso.

—Ellos están hablando cosas horribles de mí —bajó la voz—. Me están tratando como si... como si la estuviera seduciendo para que usted me pase de curso.

Pudo ver el rostro de Jennie ensombrecerse ante sus palabras, luciendo molesta e incluso furiosa. Lisa sorbió por su nariz, queriendo espantar las punzantes lágrimas de sus ojos.

—Lo siento mucho —se disculpó la castaña, de pronto. A pesar de la expresión en su cara, su tono sonaba apenado—, no quería traerte estos problemas, Lalisa. Sé que, si trato de hablar con ellos, lo terminaría empeorando todo —suspiró, cansada—. Lo lamento demasiado.

La omega se quedó en su lugar, sin saber qué decir. Era un poco agradable que Jennie le estuviera hablando de esa forma, sin intimidarla o enojándose y queriendo ir a increpar a sus compañeros. Lisa también pensaba que sería peor si lo hacía, porque les estaría dando la razón y, en definitiva, no quería eso.

Estaba tan enfadada y triste en ese instante...

—Si tú lo quieres —habló nuevamente, llamando su atención—, no te molestaré más, Lalisa, ¿está bien? —la alfa se sentó en su silla, detrás del escritorio—. No quiero causarte más problemas, así que... así que puedes retirarte. Prometo mantener mi distancia ahora.

Lisa contempló la cara decepcionada de Jennie, pero no con ella, sino con toda esa situación. Una parte de ella, la parte sensata y lógica, decía que era lo mejor. Sin embargo, su otra parte, la omega, la sensible, no estaba contenta con esa decisión.

Ella... Lisa...

—¡No! —saltó la pelinegra, sobresaltando también a Jennie—. No, profesora, no, yo no... —sintió sus mejillas coloradas ante sus palabras balbuceantes y tragó saliva, tratando de ordenar sus ideas—. No, Jennie, no pretendo... Por Dios...

Decidió callarse antes de seguir hablando tonterías, forzándose a respirar para calmarse un poco. Jen, frente a ella, lucía pasmada por su arrebato, por primera vez sin saber qué decir.

—No quiero... negarme esto —trató de explicar Lisa—. Usted... usted me atrae mucho, y pensar en... pensar en que esto acabe porque mis compañeros presionaron, sería darles el gusto —bajó su voz un poco—. Es decir, si usted prefiere acabar...

—Por supuesto que no —se apresuró en decir—. Lalisa, tú realmente me gustas, y estoy dispuesta a darte el espacio y tiempo que necesites.

Lisa sonrió con timidez, ya no tan bajoneada, pero sintiendo que había tomado la decisión correcta al ver la expresión aliviada de Jennie. Le gustaba como se veía así, menos tensa, menos lejana, más... más cariñosa con ella.

—¿Sigue en pie nuestra cita? —preguntó Jennie.

—Sí —aseguró.

Ninguna de las dos podía esperar para el sábado.

***

Jisoo llegó el sábado sobre las diez de la mañana por petición de Lisa, para que le ayudara a escoger ropa. Haerin seguía durmiendo a esa hora, pero sabían que pronto despertaría.

—Necesitas actualizar tu armario —le dijo Jisoo, poniendo un ojo crítico—. De verdad, Lisa, ¡estos pantalones pasaron de moda desde hace diez años!

—No entiendes mi estilo —replicó Lisa, insegura.

—Veamos... estos pantalones —Jisoo sacó unos jeans de color blanco azulado, con una playera blanca y un suéter rosa con botones rojos—. Esto va a combinar bien.

—¿Estás segura?

—¡Confía en mí! —dijo Soo—. ¿Dónde van a ir?

—Al bosque de Seúl, iremos por un picnic —comenzó a vestirse con las prendas de ropa que su amiga le dejó—. No sé a qué hora vamos a volver, pero si llego muy tarde...

—¡Me quedaré a dormir contigo! —respondió Jisoo, sonriendo cuando escuchó el llanto de Haerin al otro cuarto—. ¡Hace mucho no estoy con Hae!

Lisa la vio desaparecer para buscar a la bebé. No quiso decirle algo sobre esa actitud tan maternal que tenía con Haerin, sabiendo que quizás le iba a herir en sus sentimientos. Jisoo le contó que conoció a un alfa días atrás, pero que no iban a llegar a nada porque su amiga ya le dijo que no podía tener cachorros. Jisoo siempre lo decía enseguida, para así no ilusionarse con nadie.

La chica de cabello azabache volvió con Haerin en sus brazos, la bebé chupando su dedo.

—Mami, mami —balbuceó la pequeña, extendiendo sus manitos, y Lisa le sonrió.

—Hola, gatita —le revolvió el cabello y le dio un beso en la mejilla—. Vamos, debes ir a comer.

Caminaron hacia el comedor, con Jisoo insistiéndole en que podía maquillarse un poco para verse más bonita. Lisa no estaba muy segura de si eso fuese bueno, pensando que quizás iría muy sobrecargada.

Su amiga acomodó a Haerin en su sillita para comer, que tenía todavía carita de sueño. Lisa se inclinó contra su bebé y la niña le agarró las mejillas a su mamá, sonriendo.

—Escúchame —le dijo, y la bebé la contempló con ojos abiertos—, ahora yo saldré con Jennie, ¿está bien? No quiero que le hagas ningún berrinche a Jisoo, porque no irás con nosotras.

—¡Buuuuuuuuuuuuuuu! —gritó Haerin, soltándola y comenzando a mover sus piecitos—. ¡Nooooooooooooo!

—Sí —Lisa se enderezó y Jisoo llegó con el envase de yogurt—. Regresaremos más tarde, Rinnie.

—¡Aaaaaaaaaah! —siguió quejándose Haerin, pero Jisoo aprovechó los gritos para empezar a alimentarla.

Aprovechando ese momento, y sabiendo que Jennie llegaría pronto, corrió a su habitación para pintarse los labios. Agarró un bolsito, echando sus cosas personales, y en ese momento el timbre fue tocado. Se apresuró en volver al comedor, diciéndole a Jisoo que ella abriría para salir enseguida. Sabía que, si Haerin veía a Jennie, empezaría con un nuevo berrinche.

Se despidió de Haerin, dejándole un beso en la mejilla. Jisoo le sonrió, feliz por ella y apurándola a salir, así que Lisa abrió la puerta. Salió con rapidez y cerró.

—Ah —Jennie parpadeó, observándola—, pensé que íbamos a entrar...

—No, después —le dijo Lisa—. Si Haerin te ve, ¡querrá venir con nosotras!

—No tengo problemas...

Lisa le agarró la mano y Jennie se calló.

—Quiero que esta sea nuestra cita, sólo las dos —dijo, sonriendo con timidez—. Después puedes pasar a verla, ¿está bien?

Jennie no pudo decir nada, todavía con Lisa agarrando su mano, y sólo asintió. No tardaron en salir del edificio, yendo al auto de la mayor y subiendo.

—¿No hay que pasar a comprar nada? —preguntó la menor cuando Jennie empezó a conducir hacia el bosque.

—No, ya tengo todo listo —le dijo la adulto, sonriendo—. ¿Quieres llegar temprano a casa? Porque...

—No —respondió Lisa, sonriendo con vergüenza—. Es decir... todo lo que tengas planeado, lo podemos hacer.

La sonrisa de Jennie se volvió más grande aún.

Llegaron media hora después a las afueras de la entrada del parque. Jennie estacionó el auto y luego fueron al maletero, donde la alfa sacó un canasto. Lisa se ofreció a llevar el pequeño bolso donde debían ir el resto de las cosas, así que pronto se adentraron al enorme parque para buscar algún lugar en el que comer.

Caminaron por otros treinta minutos hasta que llegaron al lago en medio del parque, sentándose bajo un árbol. Lisa tendió la manta, donde ambas se sentaron y se pusieron a conversar de cualquier cosa para pasar el tiempo hasta que les diera más hambre.

Fue así que Lisa se enteró que la alfa era originaria de Daegu, tenía una hermana mayor y sus dos padres todavía se encontraban vivos y juntos. Jennie incluso le dijo que podría invitarla a conocer la ciudad más adelante.

—Me sigue pareciendo increíble que no tengas pareja, es decir... Eres una alfa muy guapa y atractiva, Jennie.

La mayor sonrió, aunque pudo notar el leve rubor en sus mejillas. Lisa quedó realmente fascinada con eso.

—No digas eso —Jen la agarró de la barbilla, sacándole un jadeo—, siento que me estás provocando y quiero comerte a besos.

—¿Y qué te detiene? —aventuró, sin saber por qué estaba actuando tan coqueta.

Jennie le acarició el labio inferior.

—Más adelante —prometió. La pelinegra formó un puchero—. He estado concentrado tanto en mis estudios que no me da tiempo. Terminé mi pregrado a los veintitrés e inicié un magíster enseguida. Una vez acabé con eso, me centré en el doctorado, que saqué el año pasado. Recién los últimos meses he tenido un poco más de tiempo para mí.

—Y aparte de atractiva, inteligente —dijo Lisa, olisqueando las feromonas alfas a su alrededor—. De verdad, ¡eres todo un partidazo!

—Mmm... ¿tú crees? —Jennie sonrió, juguetona—. Mientras tengas tus ojos en mí, no me importa nada más, bebé.

Lisa realmente se moría por un beso en ese momento, sintiéndose como una adolescente toda enamorada, pero logró controlarse a tiempo. Jennie tenía razón, era mejor que fuera más adelante. La omega no quería lanzarse a una piscina que, quizás, podía estar vacía.

—¿Y tú? ¿Qué quieres hacer una vez acabes con la carrera? —le cuestionó, abriendo el canasto y comenzando a dejar la comida que llevó encima del mantel.

—Entrar a trabajar enseguida —respondió Lisa, viendo todos los platos—. No quiero centrarme tanto en sacar otra cosa, ¡la verdad, trabajando con niños pequeños yo sería feliz!

Jennie volvió a sonreírle.

Pronto, estuvieron comiendo todo lo que llevó la castaña. Jennie le dijo que había encargado esas cosas la noche anterior, para que todo estuviera listo y fresco en la mañana. Lisa encontró los platos muy delicioso, la alfa compró muchos platillos para probar de todo, e incluso se alimentaron entre ellas, riéndose cuando se manchaban o algún trozo de comida caía sobre el mantel.

La omega, realmente, llevaba mucho tiempo sin sentirse de esa forma, tan querida y amada con sólo una mirada. Le gustaba cuando Jennie le prestaba total atención, siempre haciéndole preguntas, escuchándole en todo momento. Estaba tan cómoda que, luego de la comida, se acurrucaron sobre el mantel y se quedó dormida, apoyado en el pecho de la alfa.

Despertaron casi una hora después, primero Lisa, que se enderezó y miró el rostro de Jennie, durmiendo tan profundamente, tranquila como siempre. Se veía incluso más guapa de esa forma.

La mayor abrió los ojos pasados unos minutos, en los que la pelinegra estaba mirando la hora. Pronto serían las cuatro.

—¿Quieres ir a caminar? —preguntó Jennie, frotando sus ojos. Lisa aceptó, pensando en lo lindo que era despertar de esa forma con ella.

Ordenaron las cosas con calma, ya que ninguna tenía un real apuro, e incluso la omega dejó que Jennie le agarrara la mano una vez volvieron al sendero. Comenzaron a caminar y dar vueltas por todo el parque, que se iba vaciando a medida que se oscurecía poco a poco. Pronto llegaría el invierno, así que anochecía más temprano cada día.

A eso de las seis aproximadamente, se detuvieron y Jennie le dio un apretón.

—¿Quieres ir a comer? —le preguntó—. Podemos ir a uno de los locales del parque.

—Está bien —Lisa, atreviéndose, la abrazó por el cuello. Le gustaba ser un poco más alta que Jennie, y la alfa no parecía acomplejada con eso. Era linda—. La estoy pasando muy bien, Jen. Muchas gracias por esto.

—No es nada —Kim la abrazó por la cintura, con esa sonrisita tranquila y adorable que tenía—, también estoy muy feliz de que hayas aceptado, Lili.

Lisa vaciló un momento, pero agarró el suficiente valor para inclinarse y darle un beso en la mejilla, suave y dulce. Pudo sentir sus propias feromonas dispararse, sin embargo, no le importó. No cuando abrazó a Jennie y sintió la nariz de la mujer olisqueándole la piel de su cuello, sobre su glándula de feromonas.

—Hueles precioso —le susurró la coreana.

Se quedaron un instante así, pegadas una a la otra, hasta que decidieron ir a comer. Se acercaron hacia uno de los restaurantes dentro del parque, caminando a una mesa vacía en el interior y pidiendo algo para comer. No tardaron en seguir conversando, así que Lisa le empezó a contar de Haerin y sus hábitos.

—Tiene una afición por los gatos, ¡no lo entiendo! —dijo Lisa—. Cuando estaba más chiquita, de dos meses, fuimos a la granja de unos tíos míos, donde tenían gatitos, y hace unas semanas habían nacido unos bebés. Haerin quedó enamorada de uno que le dejamos a su lado, desde entonces que le gustan las cosas que tengan decoración de gatitos.

—Ella lo parece —respondió, sirviéndose un poco de bulgogi en su plato—, la forma de sus ojos, como miran curiosa el mundo. Su personalidad me recuerdan a los gatos negros, creo.

Lisa se rió también, y Jennie la observó con admiración.

—A diferencia de Haerin, tú tienes los ojos más grandes y brillantes.

Lisa cubrió su boca ante las palabras de la alfa, sintiéndose colorada por el halago.

—¡No digas eso! —le regañó—. ¡Me avergüenzas...!

No pudo terminar de decir lo que pensaba porque, en ese momento, del segundo piso del restaurante bajó un grupo de chicos entre risas escandalosas. Ellos estaban al otro extremo de donde se hallaba la escalera, pero Lisa estaba sentada en dirección a ella, mirando con claridad a las personas que bajaban.

Y reconoció un rostro con rapidez.

Pudo sentir como perdía el color de su cara, sorprendida por completo.

Kangsan estaba riéndose a carcajadas y empujó a uno de sus amigos, pero al bajar la vista, chocó con la mirada de Lisa.

La omega se tensó por completo, ignorando las preguntas que Jennie le hacía, y la sorpresa pronto fue reemplazada por la ira. Kangsan. El alfa. El padre de Haerin.

Pudo sentir su expresión deformándose por la rabia de verlo frente a ella, libre y sin responsabilidades. Y eso empeoró cuando Kangsan, tranquilo y elegante, le sonrió con burla e incluso le guiñó el ojo.

Lisa estuvo a segundos de ponerse de pie y lanzarse a darle un golpe. Sin embargo, la ira se transformó en susto con rapidez, porque reconocía ese gesto de Kangsan.

El alfa, a lo lejos, se volteó hacia sus amigos y salió del lugar, sin girarse a verla otra vez.

Lisa, mientras, permaneció sentada en la silla, con el corazón latiendo a mil, aturdida por ese rápido encuentro que tuvieron. Kangsan y su gesto, una señal de burla, de poder sobre ella, de estar teniendo algo en mente. Esa sonrisita creída que ponía cada vez que Lisa le hacía caso en todo, que puso cuando dijo que ese bebé no era suyo y la humilló en el colegio, frente a todos.

Su estómago se revolvió.

—Lisa, Lisa, ¿qué pasó, cariño?

Volvió a la realidad cuando escuchó la voz preocupada de Jennie, tratando de enfocar su vista en la alfa, y sintió ganas de llorar. Primera vez que la llama Lisa, y se oía bonito.

—Lo siento —se disculpó, y la voz de la omega se quebró—. Lo siento, Jennie...

—Está bien —se apresuró en decirle—. ¿Qué tal si nos vamos? ¿Quieres que te lleve a casa, amor?

El apodo dulce le provocó más deseos de estallar en llanto, pero trató de controlarse porque no quería hacer un show en público. Sólo asintió, dejando que Jennie pagara y le llevara fuera del parque, hacia el auto.

Por un instante, temió encontrarse con Kangsan fuera o en el camino, pero parecía haberse esfumado por completo. Eso no la alivió ni un poco.

Se subieron al vehículo y Jennie lo encendió.

—¿Qué quieres hacer, bebé? —preguntó la castaña.

Lisa lo pensó un momento.

—¿Tenías... tenías algo pensado, ahora?

—Quería que camináramos por el puente Banpo, pero...

—Vamos —susurró con desesperación—, vamos, por favor, Jennie...

La alfa no pudo decirle que no. Jennie se dio cuenta, en ese momento, de que no podría negarse jamás a lo que Lisa le pidiera, incluso si le pedía alejarse de ella.

La mayor comenzó a conducir. El puente no quedaba demasiado lejos del parque, a poco más de veinte minutos, así que no tardaron en llegar. Lisa apenas dijo algo, tratando todavía de controlarse para no estallar en llanto, su omega revolviéndose en temor.

Después de tanto, ¿qué hacía Kangsan allí? Quizás estaba estudiando en Seúl, pero de todos los lugares, ¿cómo podía encontrárselo? Lisa realmente no quería verlo nunca más, no luego de todo lo que le hizo.

Salió del auto una vez Jennie se estacionó, dando unos pasos. La alfa no tardó en alcanzarla y Lisa le dio la mano, pegándose a ella. La castaña no hizo pregunta alguna, aunque la omega sabía que debía estar llena de curiosidad por su repentina actitud.

—Vi al padre de Haerin, a Kangsan —susurró Lisa, una vez entraron al puente. Las luces arcoíris alumbraban muy bonito el lugar, un espectáculo precioso, pero Lisa no podía concentrarse en eso—. En el restaurante, con sus amigos. Él igual me vio...

—Oh, cariño...

—Me sonrió, como el idiota bastardo que es —abrazó a Jennie ahora, ambas deteniéndose—. De seguro debió encontrarlo muy gracioso, la omega que se arrastró detrás de él, comiendo con otro alfa. Un gran chisme para contarle a sus amigos.

Jennie también la abrazó, comenzando a frotar sus dedos contra la espalda de Lisa para así calmarla un poco. Podía sentir a la omega muy afectada con lo que acababa de ocurrir.

—Tengo miedo —confesó—, tengo miedo de que... que aparezca de pronto frente a mi departamento, exigiendo estar con Haerin. Él... él podría quitármela, sus padres...

—No —la respuesta de Jennie fue limpia y brutal, llamando su atención. Lisa no se dio cuenta de que estaba llorando hasta ese momento—. Eso jamás va a pasar, bebé, nunca. Haerin es tuya, de nadie más.

—Si él...

—Si se atreve, yo estaré a tu lado y te apoyaré para que no lo haga —respondió Jennie, feroz—. Incluso si no tenemos algo oficial, yo te cuidaré, Lisa. Porque te quiero —ambas juntaron sus frentes, tan cerca que sus alientos se mezclaban—. Te quiero, a ti y a Haerin.

La omega volvió a sollozar por la respuesta de Jennie, abrazándola ahora con más fuerza. Su corazón no dejaba de latir aceleradamente, ya no por el miedo, sino por ese calorcito cálido que la recorrió ante las palabras de la alfa.

—Jennie —balbuceó, temblando en sus brazos.

—Sí, sí, estoy aquí —murmuró la otra, besándole el cuello—. Tu alfa está aquí, mi sol.

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