𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐜𝐢𝐧𝐜𝐨

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Hermandad esclavizada.

Podía sentirlo. Mi cuerpo estaba débil, como si agonizara en mi interior. No tenía fuerzas, aunque intentara disimular el hecho de que estaba débil, se que Armin podía notarlo mientras yacía recostada de su espalda en esa cabalgata dirigida al distrito de donde veníamos. Su olor varonil me mantenía relajada, en un abismo lleno de imágenes que anhelaba desde el fondo de mi corazón. El amor era lo que me mantenía aún despierta, el amor sería lo que me salvaría de mi triste invierno, o eso, al menos quería creer, porque tenía una imagen de Armin mirándome detenidamente con una sonrisa mientras que sujetaba en brazos a la niña que traje a este mundo cruel con tanto esfuerzo. Sonreí, porque hace mucho no podía hacerlo, pero sonreí por esa tonta imagen que llegó hasta mi camisa, con una nube de más imágenes donde los tres, éramos sumamente felices. Era una estrategia, una vil mentira que me hacía seguir avanzando, porque de una forma u otra, teníamos que llegar hasta el joven en quien se ha ido para buscar una libertad que cree que merecemos, ¿pero y la tuya? Eren, se que me estás escuchando y ahora más que nunca, te necesito. Tengo miedo, porque sé que moriré, pero aún así, quiero verte una última ves.

Apreté la camiseta de Armin, algo muy punzante en mi cabeza me hizo sentir extraña. Una imagen, una que no había visto se reflejó en mi. Era él, era Eren. Por un momento lo vi, lo vi junto a mi. La imagen fue espontánea, pero estoy segura que era un niño. Sentado en unas escaleras frente a un lago, mirando al cielo. No recordaba haber pasado tiempo con Eren cuando pequeño, nos cruzamos un sin fin de veces. ¿Acaso, significaba algo? Solté un suspiro cuando sentí la mano de Armin acariciar la mía, hasta apretarla fuertemente. Detuvo el caballo con lentitud, aún lado, Connie nos miró mientras los niños estaban junto a él. El distrito estaba repleto de personas, se notaba la escasez mientras que los policías militares dividían filas de comida. Esto era un caos. Un terrible caos. Debía ser medio día y estoy segura, que de una forma u otra, los demás deberán sincronizarse con nosotros, porque si no, no podremos salir de aquí. Armin se bajó del caballo, me quede inmóvil, sin descifrar sus movimientos, pero él se acercó a mí para estirar sus manos y tomar mi cintura, ayudándome a bajar para quedar frente a él. Sus azulados ojos me miraron, querían decirme algo, pero tan solo sus labios se plasmaron en mi mejilla. Él se quitó su capucha y me la colocó por encima, cubriéndome con delicadeza.

—Hay gente aquí que de seguro no apoya al grupo anti militar, tengo que protegerte.—expresó, baje la cabeza, avergonzada y era por el simple hecho de que yo ocasione esto.

—Es mejor que me quede aquí.—opine, mirándolo detenidamente, Armin dudo, pero pareció denegar, entrelazando su mano con la mía y haciéndome caminar junto a él.

—Amigo, ¿qué harás?—le preguntó Connie.—No podemos quedarnos mucho tiempo. Hay que reunirnos con los demás.—detalló este, haciendo que Armin se detuviera y meditara.

—Ellos tienen hambre. Nosotros también, debemos alimentarnos, no podemos irnos tan lejos debilitados, no podríamos dar ni una pelea.—detallaba Armin.—Además, necesitamos provisiones y cambiar los gases de nuestros equipos. Hay que prepararnos.—esclareció.

—Andando.—pidió Connie, bajándose del caballo, mientras que Gaby y Falco hicieron lo mismo, yo me detuve en seco, viendo como Armin me miró.

—Ven conmigo.—me pidió de una manera suave y sutil.—No dejaré que nadie te haga daño.—indicó, tan tierno, que me hizo llevar mi mano hasta su mejilla, viendo como mi tacto le dio un brillo que necesitaba ver en él.

—Estoy muy consiente de eso, pero no quiero causarles problemas.—expresé.—Me quedaré aquí con los caballos, sería muy arriesgado que los perdamos.—indique, viéndole dudar nuevamente.—Confía en mi.—pedí, sutil.

—Ya no vas escapar de mi. ¿Lo entiendes?—me preguntó, sonriendo de lado, haciendo que mi corazón palpitara fuertemente.—Ni hoy, ni mañana, ni nunca.—asentí ante eso, viéndolo alejarse.

—Vuelve a mi.—le pedí, soltando su mano con delicadeza y en ese momento, algo muy hondo y vacío se sintió, cuando Armin se giró y volvió a sonreírme de una manera muy amplia.

—Siempre lo he hecho.—musitó, pasando entre las personas, para buscar el paso de Connie.

Lleve la mano a mi corazón, atesorando su presencia con la mía para siempre. Me sentía tan melancólica, que podría llorar si así lo manifestaba. Me quede mirándolo de espalda por tanto rato, y es que, el tiempo ha pasado tan rápido que es imposible no sentir este sentimiento de nostalgia en mi interior. Parecía haber sido ayer, cuando Armin cayó al suelo con la nariz rota por un golpe que le proporcione. El sentimiento de amor hacia él nació de una manera natural, tan fluyente como si cada parte de mi cuerpo estuviera echa para estar a su lado. Armin era hermoso. Para mi, él era irrepetible. Su cabello rubio, sus azulados ojos tan profundos y llenos de esperanza, con un alma pura que me hacía derretirme a sus pies si así él mismo lo quisiera. Armin era humilde, con un corazón de oro que amaba que me perteneciera. Baje la cabeza, recostándome del caballo el cual acaricie. La punzada en mi cabeza se hizo más intensa. Solté una bocanada de aire cuando los verdosos azulados ojos de Eren me atormentaron. Me aislé del caballo, temblorosa. Sus ojos me buscaban, o eso se sentía. Mire a todos lados, con recelo. Era esa sensación nuevamente, esa sensación de pánico. Mi corazón empezó a palpitar fuertemente, mis manos temblaban y mi respiración se encontró entrecortada. Me moví, hasta que choque fuertemente contra un cuerpo.

—Maldita sea.—escuché, me giré rápidamente, la capucha que cubría mi rostro se sobresalió, haciéndome mirar como en el suelo había comida.—Ese postre se veía delicioso.—levante la mirada, viendo como ella me miró con desilusión.

—Hitch, estás aquí.—la nombre, viéndola suspirar con frustración, levantando sus hombros.

—Y tú también.—musitó, mirándome detenidamente, no había recelo en ella, parecía confiar en mi presencia, quizás aún no lo sabía.—Oí que esto del distrito fue un caos. Muchos murieron.—expresó, mirando alrededor.—Supongo que aún están recogiendo los cuerpos dentro de los escombros.—añadió, fríamente.

—Si.—esbocé con pena.—Desafortunadamente perdimos a los dos comandantes de la policía militar y las tropas de guarnición.—indique, no había sorpresa en su rostro, pero si una gran tristeza en sus ojos cuando lo recité, ella ya lo sabía.—No pude despedirme de ninguno. A pesar de que mi padre confió en ellos, y ellos en mi, los defraude de algún modo.—dije en un tono bajo, mirando mis manos, nadie podía verlo, pero yo si, estaban manchadas de sangre.

—Todos hemos cometidos errores alguna ves. ¿No crees?—me preguntó, por lo cual asentí.—He estado intentando de localizarte desde anoche.—indicó, dejándome dudosa.—Esto es un infierno, pero, aquí estás.—afirmó.

—¿Para que estás buscándome? La legión de exploración ha caído completamente. Lo debes saber.—musité yo, mirándola detenidamente.

—Créeme, no tiene nada que ver con la legión de exploración. Es algo, más grande aún. E irreal.—expresó, dejando el ambiente tenso y tedioso.

—Habla de una ves por todas. ¿Qué sucede?—le pregunté, en cercanía con ella, viendo como buscaba la manera de detallarme algo.

—El endurecimiento se deshizo, por completo. ¿Lo sabes, verdad?—mi cuerpo se tenso, todos mis músculos se helaron, su mirada tan penetrante me revelo algo que venía a buscar.

—Ella está aquí. ¿No es así?—le pregunté, viendo cómo asintió con lentitud, haciéndome sentir más tensa aún.—Annie está aquí.—dije, sintiendo la frialdad traspasar mis labios en cuanto la nombre, haciéndome mirar a todos lados.

—Espera, oye.—me pidió Hitch en cuanto vio cómo empecé a caminar, apretó mi brazo con fuerza, pero aún así, me deshice de su agarre.—Los anti militares harán una ejecución hoy, a más tardar a finales del atardecer, ten cuidado.—expresó, y asentí con prisa, aislándome de ella.

Mi corazón palpitaba muy rápido. ¿Por qué? ¿Por qué tendría miedo de verla? Después de todo, éramos dos personas unidas por la misma sangre, amada por una mujer que sacrificó su vida por salvarnos y ahora, su trágico destino se traspasó tristemente a la persona por la cual intentó darlo todo, pero el destino la alcanzó. La única imagen que se repetía, era el hecho de que parecía ser que ambas nos odiábamos a muerte. ¿Y si nunca nos odiamos? ¿Y si quizás solo nos necesitábamos una a la otra? No lo sé, pero en este momento donde caminaba con prisa y mirando a la gente de manera intensa, solo podía pensar en que a ella, la reconocería en donde fuera. A pesar de que quebré mis manos en ese endurecimiento, diciendo que la odiaba, me daba cuenta de que solo odie el hecho de que el tiempo se frenó e evitó que por una sola ves, fuéramos las hermanas que debían unirse para salvar el mundo, porque después de todo, Annie era la hermana mayor que quería cuidarme, que quería proteger a su hermana menor de una muerte. Me detenía, daba vueltas y vueltas, pero aún así, no había nada, ni nadie que me recordara a ella. Con mi respiración entre cortada y mi capucha bajada, me quede inmóvil, frente a una carpa donde repartían comida, quedándome anonadada. El olor entro a mis fosas nasales, fue el postre que le dejé caer a Hitch.

—Buenos días señorita, ¿desea algún postre?—me preguntó una amable mujer, pero me quede en silencio, denegándole con sutilidad.

—¿No sé te antoja comer otra cosa?—mi piel se erizo, tanto, que sentí como un escalofrío me recorrió por toda la columna vertebral, abriendo mis ojos grandemente.

—Lo sabía.—afirme, girándome lentamente para toparme con esos azulados ojos mirarme, en medio de la sombra que una fina capucha le daba, cubriendo su rubio cabello.—Annie.—llame, viendo detenidamente cómo ambas nos mirábamos, con recelo.

—Te ves, muy diferente.—dijo, con ese tono tan frío de ella, esa voz amarga que creí olvidar, pero me di cuenta, que nunca se fue, ella siempre estuvo ahí.—Cuando Armin decía que lo estabas, no creí que fuera tanto.—esbozo, con un semblante opaco y pálido, reflejado al mío.

—¿Siempre estuviste escuchando?—le pregunté, aturdida, aún asimilando de que estuviese ahí, parada frente a mi, en una estatura más baja que la mía.

—Cada cosa. Incluso a Eren.—afirmó, de una manera cortante y fría, mientras que las personas pasaban a nuestro alrededor.—Tanto sacrificio, para que al final, vayas a morir aún.—añadió, mirándome con detenimiento, más fría que antes.

—Quién sabe.—esbocé, manteniendo la frialdad contra sus palabras, estábamos tensas ambas, un hielo nos dividía por completo, porque a esta altura, no sabíamos cómo romperlo.

—Si aquel día, cuando me capturaron, te hubiese dicho la verdad. ¿Tú, te hubieras ido a Marley conmigo?—me preguntó, mientras que yo, pude ver a lo lejos, aquel niño de cabello claro y ojos color avellana buscar entre la multitud, debía estar buscándome, Falco estaba ahí.

—No.—respondí.—Y si te culpas, no debes hacerlo. Es así, como deben ser las cosas.—añadí.

—¿Y quién te dijo eso? ¿Eren?—pregunto con sarcasmo, en medio de su hostilidad, me quede en silencio, para ver cómo se acercó, ella iba decirme algo más, pero no alcancé escuchar.

—Aquí están.—musitó Falco en cuanto llegó hasta nosotros, Annie lo miró, pero no de una manera sorpresiva, tampoco Gaby, ellos debieron ya haberse cruzado y lo supe en cuanto Armin llegó junto a Connie, mirándonos.

—Juro que estaba esperando este momento con ansias.—añadió Connie, mirándome a mi y a Annie con detenimiento, pero ella tan solo mantenía su mirada en mi.—Hagan como si no estuviéramos aquí.—añadió, pero negué.

—Tenemos que irnos.—indique yo, viéndoles.—Va atardecer.—expresé, haciéndoles ver el cielo.—Además, me indicaron que la ceremonia de ejecución fue cambiada para estas mismas horas. Quizás, si nos vamos, podríamos encontrarnos con los demás.—comente, mientras que note cómo Annie miró detenidamente a Armin en cuanto esté paso por su lado para acercarse a mi.

—¿A quién más vamos a reclutar para salvar el mundo?—me preguntó Annie cuando me giré para dirigirme a los caballos, amargamente la miré de la misma fría manera.—Digo. La mitad de las personas en quienes confiaban, están muertas o devoradas.—comentó fríamente, haciendo una presión en Armin y Falco, quienes desviaron su mirada de ella, apenados.

—Estoy segura que Reiner no volvió a Paradis en vano.—musité, viendo como ella abrió sus ojos.

—Espera.—me pidió, mientras que los demás pasando a su lado, se detuvieron.—¿Vas a pelear?—me preguntó, con una mano levantada.—¿A pesar de como terminara?—se cuestionó fría.

—¿Como terminará qué?—se preguntó Armin, ambos tuvieron un contacto visual muy tenso, como si ella mirara a Berthold a través de él.

—Nunca quisiste hacer las cosas que hiciste. Lo sé.—musité, mirándola.—Pero al menos, déjame devolverte el favor de que me hayas querido salvar alguna ves.—indique, estrechando mi mano.—Yo conocí al hombre que te crió y estoy segura, que quieres volver a verlo.—ella miró a otro lado, ante el nombramiento de ese hombre de que seguro estaba sentado en él porche de su balcón, con la esperanza de volver a verla.—Déjame salvar el mundo, para que mi hija tenga la oportunidad de escuchar nuestra historia.—añadí, ella levantó su vista, con los ojos abiertos.

—¿Tú...

—Su nombre es Mila Arlert Smith.—musité, viéndola tensa.—Y necesito llegar a Marley, para verla una ves más y asegurarme, que está sana.—esclarecí, insistente.—Copio la genética de nuestra madre, como yo, vivirá un infierno. Necesitamos, salvar el mundo. Así que por favor Annie, por una ves, ayúdanos.—pedí, viendo como apretó sus dientes y bajo la cabeza.

—Bien.—masculló con frialdad, despejando mi tensión, y más, cuando pasó por mi lado.—¿Y qué va pasar si salvando al mundo te perdemos a ti?—me preguntó en un tono bajo, cerca de mi oído, la misma oreja que Mikasa rasguñó; ambas estábamos del lado contrario de la otra.

—Seguir avanzando.—susurré, viendo sus ojos azulados mirarme de reojo, para así aislarme de ella.—Vámonos ya.—pedí, yéndome en la dirección de donde dejé los caballos.

Mis manos temblaban. Esa presión, ese sentimiento de que no estaba bien, me desbordaba. Sentí algo, un líquido escurrir por mis labios y en cuanto lo limpie con mi mano, vi la sangre que sobresalía de mi nariz. Me estaba explotando por dentro, cada órgano parecía estar mutilado por mi último exceso de energía. Seguí caminando sin decir nada, solo sacudiendo la sangre y ocultando rastro de ellas. Realmente los pies me pesaban, me pesaban demasiado, pero no me rendiría, seguiría avanzando, lo haría, porque aún tengo que hacer algo más. Camine con vagues, acercándome al caballo, donde sentí como las manos de Armin apretaron mis caderas para levantarme. Sus ojos me miraron detenidamente, habían dudas en él que aún no podía responderle, le conocía por demás y sabía que tendría sus preguntas para después, pero solo observe cómo luego al rato, él junto a Connie trajeron una carreta donde amarraron los caballos para arrastrarla. Fue la manera más cómoda para que Annie, junto a los niños se acomodaran con los suministros que debieron haber encontrado, mientras que Armin y Connie cabalgaban los caballos, otra fuerte punzada llegó hasta mi. Lleve la mano a mi cien, ida. Intentando de relajarme, bajo el atardecer.

No estábamos lejos de la ubicación a la que debíamos ir, porque de por si, nos encontrábamos en el distrito donde este caos empezó. ShingaShina, ese distrito que no era cualquier lugar, si no, el sitio que marco de por vida la infancia de las personas que atesoraba con mi corazón. Quizás, por alguna razón esto tenía que asemejarse a porque no podía dejar de pensar en Eren, quien en estos momentos debía estar en algún lado, lejos de aquí. Aferrada a Armin, volví a sentir como sus manos se aferraron a las suyas, buscando mi seguridad en la cercanía que relajaba sus músculos. Yo, miré de reojo como Annie iba cabizbaja, cubierta con aquella capucha mientras que los niños yacían en silencio. Deje de mirarles en cuanto la carreta se detuvo, obligándome a mirar hacia adelante para ver cómo Armin se bajo del caballo con prisa, y en si, estrechar sus brazos hacia la joven mujer de cabello negro y corto que yacía ahí. Sutilmente me baje, al igual que Connie en cuanto vimos a Mikasa mirarnos con detenimiento, parecía ser que la calma recorrió sus ojos cuando nos vio, pero la tensión y el recelo también, al presenciar a Annie Leonhart atrás de mi. Un sin fin de miradas se atravesaron, pero fueron ignoradas cuando me adentré al interior de esa casa, donde aquel viejo amigo yacía recostado en el suelo.

—Oye, levántate.—dije, dándole una sutil patada que fue copiada por Annie, de una manera más brusca.—Reiner.—le llame, viéndolo removerse arisco, para mirarnos con los ojos abiertos como platos.—Vamos, hay que salvar al mundo.—dije, notando como los demás estaban atrás de mi, iríamos a salvar el mundo.

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