𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐬𝐢𝐞𝐭𝐞

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El amor nunca muere.

La noche se sentía fría, muy fría. Yacía sentada, aislada de los demás, viendo como los árboles gigantes se removían por la fresca ventisca. Tenía mi cabeza recostada en las rodillas, mientras que mis manos las abrazaban, en un silencio agonizante junto la rubia chica de mi lado, quien yacía en la misma posición que yo. Había silencio aquí donde estábamos, ya no se escuchaban las pisadas de esos grandes titanes colosales. En mis fosas nasales se integró el sabroso olor de un estofado, pero el hambre era escaso en un momento como este, donde la tristeza recorría todo el ambiente hasta pegarse en mi piel, haciendo finalmente pesar mis músculos. Me mantuve así, en esa posición, pensando. Annie parecía sentirse igual, mirando al cielo estrellado que nos iluminaba. Era extraño. El hecho de que estuviéramos todos aquí, era extraño, porque hace unos días parecía ser que queríamos aniquilarnos el uno a los otros y ahora, simplemente estábamos unidos. Y yo, no podía dejar de pensar en Eren, ni siquiera por un momento. Él estaba clavado en mi, como si una parte mía avanzara con él y una parte suya, se quedara aquí conmigo. ¿Era esa la razón por la cual confío en mi? Quizás, Eren veía en mi, lo mismo que yo veía en él, una conexión inquebrantable que me hacía llorar el alma, lo extrañaba, necesitaba verlo, necesitaba a Eren. Suspire, exhausta.

—¿Por qué tan callada?—me preguntó ella.—¿Me pase cuando intente atacar a Mikasa con Eren?—volvió a preguntar, pero me quede en silencio.

—No es una opción matar a Eren, al menos no para mí.—musité, sentida.

—Hay tantas cosas que quisiera decir, pero, no sé por donde empezar. Nunca estuve preparada para este momento, a pesar de que lo haya soñado infinitas veces.—miré de lado a Annie, quien se dirigió a mi, en su tono tan frío.

—Creí que me odiabas.—musité, levantando mi cabeza para ver como ella me miró fijamente.

—Creo que, odiaba el hecho de que me hicieran cargar con una promesa en la espalda. Y ahora más que nunca, odio el hecho de que no podré salvarte.—esclareció, cruzada de brazos.

—Lamento que hayas tenido que cargar con esa promesa durante tanto tiempo.—dije, de una manera liviana.—Ya puedes liberarte de ella. Estamos aquí, juntas.—afirme, mirándola.

—Lo único que quería, era volver a casa contigo. Pero, este es tu hogar y el mío está allá, destruí todo lo que conocías, yo... —ella hizo una pausa, dejando de mirarme apenada.—Lo lamento.—musitó.—Es que, aún estoy asimilando mucho.—añadió, cabizbaja.

—Dime Annie, ¿por qué me quitaste mis equipos de maniobras tridimensionales ese día cuando el distrito Trost cayó?—le pregunté, viéndola tensar.—El día en que mataron a Marco.—asegure, notando como ella soltó un respiro.

—Mi intención era llevarte en ese momento, sabía que si lo tenías encima, sería una desventaja y cuando intente llevarte, alguien venía.—contó, aún sin mirarme.—Tenía miedo.—determinó, con convicción en sus palabras.

—Aún escuchó a Marco gritarme.—expresé, mirando el cielo estrellado.—En cada momento.—añadí, cerrando los ojos con frustración.

—Yo también.—indicó ella, hasta que unos pasos vagos pisando las secas hojas nos hicieron mirar atrás de nosotras con recelo.—Vaya... —masculló ella, notando la presencia de aquel hombre que intentaba mantenerse de pie.—Solo, llámame si me necesitas.—me comentó Annie, levantándose con vagues del suelo, mientras que Levi ni siquiera la miró, era como si para él, ella no fuera nada.

—¿No puedes mirarla?—le pregunté, dejando de mirarle para ver cómo se sentó de una manera lenta aún lado de mi, aún estaba malherido.

—¿Como puedo mirarla? Lo único que veo, son los cuerpos caídos de mis compañeros.—respondió él, con sarcasmo y hostilidad en su voz.—Lo único que puedo hacer es resistir.—expresó, en su tono frío, mirando sus manos mutiladas.—Estamos a la par.—sonreí ante eso, asintiendo para mirar cómo mi mano derecha le faltaba su meñique.

—¿Es suficiente para que puedas sostener la mano de tu hija?—le pregunté, viéndolo asentir.

—Estar con vida aún, es más que suficiente para mí en estos momentos.—respondió.—Fallé. Ese idiota estaba dispuesto a morir, yo, no lo vi venir. Estaba enfadado. Aún lo estoy.—expresó, fríamente.—Pero, no puedo fallar la próxima ves.—añadió, con impotencia y rencor en sus palabras tan firmes, Levi se veía sin duda molesto, la venganza lo recorría.

—Capitán Levi, hay algo que quiero pedirle.—musité, viendo como él giró su rostro para verme, su rostro vendado.—Desde el fondo de mi corazón, necesito que me prometas algo.—pedí.

—No hay nada que vaya a prometerte. Tú misma cumplirás lo que sea que me pedirás.—respondió, haciéndome bajar la cabeza, dolida con su negación; él era fuerte, podía resistir, lo veía en su postura.

—Mi padre le hizo cargar con una promesa, una que le pesa en su espalda, puedo verlo. Pero, ya no tiene porque seguir cargando con ella.—dije, mirándolo detenidamente, a pesar de que él miraba algún otro punto.—Capitán Levi, crecí. Ya no soy una niña, es por eso que usted cumplió su promesa. Puede liberarse de ella, estoy segura que mi padre está igual de agradecida que yo con usted por haberme protegido todos estos años.—dije, notando como él bajo la cabeza.

—Te adoro tanto, como tú padre te adoraba.—mi piel se erizo, era la primera ves en mi vida que escuchaba una palabra de emoción hacía mi de su parte, era el hecho de que su voz tan fría y hostil, haya podido decirlas, parecía irreal.—Y, es el simple hecho de que ya se como se siente vivir con tu ausencia, que no puedo volver a imaginar como se sentiría. Por eso, no puedo renunciar a mi promesa de cuidarte hasta el final. Tú eres para mi, una luz en medio de la oscuridad.—expreso, dejándome aún aturdida por la sinceridad y fluidez de su comentario.

—Capitán Levi...

—Ainara, no te pediré que luches. Tampoco que pelees, pero solo te pediré que no te rindas. Si hay una posibilidad de que podamos salvarte, de que puedas salvarte, hay que aprovecharla. No los guiamos hasta aquí para verlos morir, no, ese nunca fue nuestro propósito. Queríamos llevarlos al mundo exterior, queríamos que fueran libres y es por eso que yo, aún sigo viviendo—su ojo grisáceo me miró, fijamente, dejándome más ida.—No me detendré. No hasta que pueda volver hablar con ese maldito idiota, si, hay muchas cosas que debo decirle a Eren luego de que le patee el trasero.—sonreí ante eso, bajando la cabeza.—Después de todo, nosotros lo dejamos sin opciones. Así que no puedo detenerme, porque también debo conocer a esa niña que de seguro, carga con la misma mirada que el niño que escogí traer a la vida años atrás.—dijo.—Ahora más que nunca lo sé, Armin fue la decisión correcta.—afirmó.

—Usted, es el segundo hombre a quien más amo, capitán Levi.—expresé, con suma sinceridad de mi corazón.—Y estoy grata de que me haya querido como una hija. Espero que mi hija se sienta igual cuando lo conozca y sepa cuan maravilloso es, el soldado más fuerte de la humanidad.—articule, mirándolo detenidamente, en medio del bosque, había desolación, pero gratitud.

—Lamento tanto no haberlas podido salvar de ese asqueroso barbudo.—masculló, para así ambos mirar hacia atrás en cuanto unos pasos se reflejaron, la mirada del capitán Levi expresó el brillo de amor que se desbordaba al ver cómo la madre de su hija se presentaba ante nosotros.

—El estofado está muy bueno.—musitó Laia, por lo cual asentí, levantándome del suelo.

—Venga, arriba.—le pedí al capitán Levi, estrechando mi hombro para cargarlo junto a la mujer de cabello cobrizo, quien se acercó.—Jamás pensé vivir algo así, pero debo decirlo, me siento poderosa aún lado de usted.—dije, en un tono de burla, para escuchar como el capitán Levi bufo.

Te necesito.—solté una bocanada de aire, deteniéndome en seco ante escuchar esa gruesa voz adentrarse a través de mis tímpanos, llegando a mi mente, retumbando como los pasos de los colosales que salieron de las murallas.

Me quede detenida en seco. El capitán Levi junto a la mujer que ha amado toda su vida, continuaron su paso, mientras que afligida a la voz que escuché, solo me quede ahí observando los alrededores. Una fuerte presión se sintió en mi pecho. Además de la debilidad que mi cuerpo mostraba por el cansancio, había algo atormentándome desde hace días y sin duda, era la imagen de un Eren niño. Lleve la mano a mi cabeza, girándome para escuchar unas voces agonizante en una pelea algo amarga que no quise escuchar. Era insensato estar aquí parada, escuchar y ver cómo entre si, las diferencias resaltaban, pero lo peor para mi no era estar aquí y ver como se querían matar entre sí con las palabras, era sin duda saber que aún así, faltaban entre nosotros una cantidad de personas. Sabía que ahí, donde Connie estaba sentado y cabizbajo mientras comía ese estofado, seguía anhelando la presencia de Sasha, como Jean, quien arremetiendo contra aquel alto líder de Marley, esperaba sin duda que fuera detenido por la única chica que controló su arrogancia. Habíamos perdido tanto, pero tanto y aún, estábamos aquí. Reiner necesitaba a Berthold, como Annie, y quizás Pieck aún analizaba lo sucedido con Porco, pero Falco también estaba ido por Colt. Todo esto, a un costo tan grande.

—Siéntate.—levante mi mirada, viendo cómo Mikasa estaba frente a mi con dos platos.—Come conmigo.—me pidió, de una manera sutil que no pude denegar, caminando para acercarme junto a ella frente a la fogata, sentándonos en el suelo.

—Como en los viejos tiempos.—afirme, saboreando en mi paladar aquel exquisito estofado.—Esto, está sabroso.—halague, viendo cómo Mikasa asintió a mi lado, mirándome.—¿No te gusta?—le pregunté, viéndola negar cabizbaja.

—Mi garganta se amarga al saber que posiblemente será la última comida que tenga con mi mejor amiga de toda la vida.—expresó, dejándome sin palabras, conmocionada por su mirada tan frágil.

—Mikasa.—la llame, bajando la cabeza sin saber cómo dirigirme a ella, me era tan difícil mirarla a los ojos y provocarle más dolor del que ya le había causado.—Estoy agradecida de tener mi última comida contigo.—musité, levantando la mirada para ver cómo ella miraba el plato.—No importa a donde vaya, siempre serás mi mejor amiga.—esboce, notando su leve tensión.—Y, aunque sé que me iré y quizás Armin también con el tiempo por su límite de vida, quiero decirte que te dejaremos un pedazo de nosotros contigo.—añadí, viéndola bajar más la cabeza.

—¿Que es exactamente diferente entre ustedes y yo?—levante mi mirada, viendo como Yelena acariciaba el lomo del titán carreta, viéndonos alrededor.—Salvar al mundo... ¿Hay alguna dulce palabra que cautive a la gente más que esa? Entregarse a esa noble noción de salvar cientos de millones de vidas; lavar todos los males hasta ahora por su garganta. Así es como se ven para mí en este momento. Hagamos un pequeño viaje por el carril de la memoria. ¿De acuerdo?—nos preguntó, fríamente.—Reiner Braun. Al abrir un agujero en el muro, ¿cuántos eldianos crees que fueron devorados por titanes puros? Deslizándote en los muros, compartiendo alegrías y penas con tus "compañeros" aquí. Traicionando, matándose unos a otros, y ahora finges ser un compañero leal de nuevo.—indicó ella, dirigiéndose al rubio que yacía cabizbajo.—Annie Leonhart; parece que también mataste una horrible cantidad de soldados, eventualmente pisoteaste a los residentes de Stohess en grandes números.—detalló, mirando como Annie la miraba fríamente, sin perder la firme postura.

—Yelena, detente.—le pedí, notando la amarga tensión que creó en todos nosotros, tanto que no pude saborear mas el estofado.

—Ainara Smith.—pronunció mi nombre, de una manera lenta y cínica.—Hija prodigio del comandante de la legión, Erwin Smith. Es una pena que tus caminos se hayan corrompido de esta manera. ¿Acaso no fuiste tú una de las que condució Eren hacia el inicio del retumbar?—me preguntó, haciéndome apretar el plato.—No. Esto es más misógino. ¿No fuiste tú quien mató a Darius Zackly?—la tensión creció, haciendo que todos me miraran.—Si no mal recuerdo, iniciaste la fracción de los Jaegeristas, enviándole a él la silla repleta de las detonaciones que lo hizo volar en pedazos hasta partirlo en dos.—añadió, fría, haciéndome levantar del suelo con brusquedad, lanzando el estofado hacia ella.

—¡¡Ustedes me pusieron en esta posición, maldita hipócrita!!—grite, sintiendo como apretaron mi brazo fuertemente.—Tú y ese maldito mono de mierda me obligaron actuar de esa manera, con el fin de poder proporcionarles mi poder para ayudarles. Fueron ustedes.—dije, en un tono más bajo, notando como era Jean quien me apretaba el brazo.—Pero, ¿adivina qué? Antes de que esto acabe, yo te traeré la cabeza de tu Dios, embalada de sangre para que te manches de pies a cabeza. Luego de eso, Yelena, romperé cada uno de tus huesos y te conduciré hacia un titán puro que te coma viva. Deseo escuchar tus huesos crujir y tu voz agonizar hasta morir.—dije, de una manera morbosa, viéndola mirarme ida.

—Es suficiente.—giré mi vista, viendo como Armin se levantaba del suelo, mirándome a mi y a Yelena, con una mirada fría y podrida de decepción.

—Armin. Tú, normalmente una persona sensata, destruíste tan ruidosamente el puerto militar. Usando el poder que robaste de Bertholdt Hoover. Incluyendo los civiles, ¿Que tan alta es la montaña de cadáveres que levantaste junto con tus ganancias militares?—se preguntaba ella, haciendo que mis dientes se apretaran.—Que conste con no sé nada de su valor en Liberio, magníficamente aniquilaron a los soldados de Marley que los superaban en número y tiñeron a Liberio del color de la sangre. Especialmente Jean. Para derrotar al titán carreta, apúntaste a Falco y disparaste con valentía tu lanza trueno. Porque la lanza apenas falló, es que Falco está aquí. Luego, Sasha recibió un disparo por esta niña. Yo también estaba triste, Sasha era tan buena chica, pero de seguro no se compara con la tristeza y odio que deben sentir aquellos que convivieron con ella como familia desde que eran reclutas, incluso los que le vieron la cara.—espabiló.—Está delicioso, Hange. ¿Podría repetir?—pregunto ella, de manera sarcástica, por lo cual Hange respondió de la misma manera.

—Vaya. Gracias, Yelena. Nos estás ayudando a sacar la mala voluntad del otro y a controlar nuestras mentes, ¿Verdad?—pregunto Jean, aún lado de mi.—Incluso aunque tu sueño caprichoso, el que tanto querías hacer realidad que hasta volaste los sesos de tus preciosos compañeros terminó sin sentido y estabas lista para morir, que interesante. Lo siento por la molestia. ¡Ah!—esboce él, bebiéndose un amargo trago.

—Lo olvidé... ¿Cuál era el nombre de tu amigo cercano que me dijiste antes? Eso es... Era Marco. Si no me equivoco... Me dijiste que Annie estuvo involucrada en su muerte... ¿Verdad? ¿Ya escuchaste al menos la verdad de parte de Annie? La verdad sobre la muerte de Marco.—me tense, el nombramiento de aquel joven hizo que mi piel se erizara por completo.

—Tome el equipo de maniobras tridimensionales de Marco, por eso fue devorado.—admitió Annie, fríamente.

—Annie sólo obedeció mi orden. Marco escuchó una conversación entre Berthold y yo, una la cual debía mantenerse en secreto. Temía que se descubrieran nuestras verdaderas formas, pensé que si Marco era asesinado por un titán, se silenciaría bien. Yo arroje a Marco a un techo desde el aire, y mientras lo sostenía para que no pudiera moverse. No pudo moverse desde la esquina, y fue devorado por un titán que estaba detrás de él.—detalló Reiner, haciéndome mirar al suelo.

—¿Cuáles fueron sus últimas palabras?—se preguntó Jean, con un tono sutil, él estaba aguantando sus impulsos, podía ver en su rostro la tensión que recorría sus músculos.

—Él dijo, "aún no podemos hablar.—respondió Reiner, con suma vagues.

—¡Si! ¡Es cierto! Aún no hemos podido hablar apropiadamente. ¿No es por eso que nos hemos estado matando los unos a los otros y así hasta que alguien muera? Si tan solo hubiésemos hablado bien desde el principio, esta matanza... —anunció Jean, preguntándose en alta voz.

—Es muy tarde para empezar ahora. Incluso personas como nosotros que se han tratado de matar los unos a los otros sin piedad, pero al menos, ahora estamos intercambiando palabras sin matarnos. ¿Quién imaginaria que eso fuera posible? ¿Qué comeríamos juntos frente a la misma hoguera?—se preguntaba Hange.

—Cuando miraba a Marco ser devorado, yo me dije a mi mismo "¿porque ese titán se está comiendo a Marco"? Luego, me deje llevar por la rabia y mate a ese titán, mientras decía "tú le hiciste esto a Marco".—expresó Reiner, por lo cual miré su rostro afligido y penoso.

—Te volviste loco porque te sentías culpable. ¿Cierto?—le preguntó Jean, de una manera neutral, aún lado de mi, mirándole.

—No me perdones. Realmente no lo merezco, pero es algo que debo decir. Aunque Ainara ya lo haya escuchado, solo faltas tú.—musitó Reiner.

—Ya basta.—pidió Jean, apretando sus nudillos, en medio de la fría noche.

—Jean. Lo siento... —automáticamente me moví en cuanto Jean se abalanzó hacia Reiner, tumbándose al suelo junto a él, golpeándolo de una manera sumamente brusca.

—¡No, basta! ¡Por favor, Jean!—le pedí, lanzándome encima de él, sintiendo todo el peso de su dolor en los fuertes golpes que le daba a Reiner.—¡Marco, él no querría esto! ¡Tú lo sabes Jean! ¡Nosotros, éramos su familia!—espabile, apretándolo fuertemente contra mi, sintiendo como Connie y Armin se unían, ayudándome hasta que en si, la pequeña Gaby se abalanzó encima de Reiner, y tan solo vi como Jean la golpeó fuertemente en el estómago.—¡Gaby!—enunciamos todos, preocupados, separando a Jean de Reiner para verlo agitado.

—Nosotros... deseábamos que todos los de la Isla de Paradis estuvieran muertos. Y ahora, mi papá, mi mamá, y toda la gente de Liberio terminarán muriendo. Lo siento, porque sé que esto es muy imprudente de mi parte, pero, necesitamos su ayuda. ¡Por favor préstenos sus fuerzas!—pidió ella, con sus ojos humedecidos mientras que Falco la recorría.—¡Por favor, ayúdenos a detener el retumbar! ¡Por favor!—pedia, mientras que me distanciaba, llevando las manos a mi cabeza.

—¡¿A donde vas Jean?!—se preguntó Connie, mientras que Jean se iba por otro lado, yo de igual manera me aislaba de todos.—¡Ainara!—me llamaron, pero solo les ignoré y continué.

—¡Jean, Ainaea! ¿No quieren un segundo plato?—nos preguntó aquella comandante, mientras que mis manos sujetaban la cabeza y denegué.

—¿Se van a callar?—mientras caminaba, escuché a lo lejos la hostil voz del capitán Levi, aunque no mire atrás, se que él se había despertado.

Guerra, matanza. Todo era lo mismo desde que tenía uso de razón. Todos querían matar, todos querían tener una guerra para obtener la libertad. ¿Acaso realmente Eren era un villano? No, yo no lo creo en lo absoluto. Pero, tampoco creo que la guerra acabe, mientras nosotros sigamos existiendo, seguiremos evolucionando y buscando más conflictos para obtener un poder que no podeos sobrellevar. No sabía lo que era correcto a esta altura, quien era el villano, o quien inició este conflicto para que el mundo se volviera frío y cruel, lo único que se, es que como Eren, teníamos que seguir avanzando sin importar las consecuencias de nuestras propias acciones. Aturdida, me senté en aquel verdoso césped frente a ese hermoso lago. Respire hondo, llevando mis manos hasta mi rostro para restregar mis ojos. Estaba exhausta, muy exhausta. La pesadez de mi cuerpo se apoderaba de mi, pero tenía tanto miedo de cerrar mis ojos, que no me permitía descansar. ¿Qué pasará después de la muerte? ¿A donde vamos realmente? Es una pregunta que no podía dejarme dormir, por tal razón, aún estaba despierta y agonizando de mi propio cansancio, con el único anhelo de poder volver a sentir a esa niña entre mis brazos. Lo único que quería, era llegar a ella y después, podría cerrar mis ojos y quizás, irme por el viento.

—Aquí estás.—me giré, visualizando a Armin parado detrás de mi, su semblante se veía más relajado, pero aún así sus ojos estaban llenos de tristeza.

—¿Siguen peleando?—le pregunté, viendo como él asintió, sentándose a mi lado, si mirarme.

—Parece ser qué hay cosas que no cambian.—expresó, con pesadez en su voz, mientras miraba el lago alumbrado por la luz de la luna.

—¿Quieres saber qué cosa no ha cambiado?—le pregunté, esperando que me mirara, pero no lo hizo.—El amor que siento hacia ti, nunca ha cambiado. Ni siquiera una sola ves.—indique, notando como el suspiro frustrado de una manera gruesa, llevando sus manos a su rostro.

—Tengo miedo.—expresó, sin mirarme aún.—Mi mejor amigo esta allá afuera y no tengo idea de cómo encontrarlo, pero entonces la mujer que amo esta próxima a morir. Añadiendo que tengo una hija de cuatro años que probablemente no sepa quien soy. Tengo miedo, porque no sé cómo podría vivir sin ustedes en esta etapa.—comentó.—Y no, no puedo dejar de pensar ni en un momento el día en que te conocí. Desearía volver allá, porque sin duda hubiera hecho las cosas de una mejor manera.—añadió, sentido.

—No.—negué, acercándome a él.—Yo me enamoré de este Armin. No puedes cambiarlo, aunque volvieras, seguiría escogiéndote a ti.—añadí, notando la negación que tenía en mirarme.—Serás un gran padre. Estoy segura de eso, no debes preocuparte por lo que pasará luego de que mueras, ella seguirá siendo amada.—musité, llevando mi mano a su brazo, para así ver cómo Armin se giró para mirarme.

—Dime, ¿debo aceptar que no pueda salvarnos?—me preguntó, mirándome detenidamente.—Tengo a Eren en la cabeza y a ti en el corazón, dímelo. ¿Podré salvarlos?—se preguntaba, frustrado, pero me quede en silencio sin saber cómo responder a esa pregunta.

—Yo, no sé que pasará al final, pero tengo el mismo deseo de encontrar a Eren como tú.—respondí, mirando sus azulados ojos iluminarse con el brillo de la luna que nos arropaba.

—No puedo hacerlo sin ti. Ya lo intente una vez y no funciono.—esbozo.—Solo dime Ainara, ¿si hay una posibilidad de que puedas vivir, la escogerías?—me preguntó, mirándome detenidamente.

—Escogería lo que fuera para quedarme contigo para siempre, Armin.—él apretó mis manos con fuerza, mientras que mi frente chocó con la suya.—No importa lo que suceda, yo te voy amar, hoy, mañana y para siempre.—esbocé, llevando mis labios a los suyos para ver cómo Armin los dirigió hasta mi frente, envolviéndome con sus brazos.

—Eres el amor de mi vida.—comentó, por lo cual sentí mis ojos humedecidos.—Y yo, no sé qué haré sin ti.—añadió, para así dejar mis lágrimas caer, tenía tanto miedo, que me prohibía a expresarlo, porque no podía romper más al hombre que me amo, sin nunca retroceder.

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