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☽ | NO ES UNA COINCIDENCIA.

⋆⭒⋆⭒




A regañadientes, Vanitas entra en el invernadero en compañía del engreído que le ha mostrado un enorme fajo de billetes por el rostro. Camina con pasos pesados y largos de solo pensar en que el joven de cabellos blanquecinos le importa poco demostrar que es mejor que él.

Detesta a la gente creída, más que a cualquier otra.

Y claramente este joven de nombre Noé, no se lleva un premio por ser la mejor persona del mundo. No después del chantaje; y esto definitivamente a Vanitas no le cae en gracia.

De todas maneras ambos entran al interior de aquel lustroso lugar ajeno para personas que no pueden pagar esa simple entrada que Noé ha facilitado con un chasquido de dedos. Por dentro, Vanitas siente un aire cálido y húmedo, que se encuentra impregnado del aroma de flores exóticas y tierra mojada. Vanitas, acompañado muy de cerca por Noé, avanzan por los estrechos pasillos, flanqueados por plantas de todos los colores y tamaños. Las luces artificiales hacen brillar las hojas y pétalos como si estuvieran cubiertos de joyas.

La vista es simplemente arrolladora y Vanitas piensa en qué le gustaría trabajar en un sitio parecido, no en las usuales habitaciones austeras y con poca decoración de Suiza. Para su mala fortuna, Noé le dirige la palabra como si no anduviera algo malo entre ellos.

Vanitas se esfuerza por mantener oculto su mal humor, ya que recuerda que esta es la única persona que le ha ofrecido su ayuda voluntariamente para su problema.

—¿Crees que encontraremos algo aquí? —pregunta con su voz cargada de esperanza.

Noé mira a su alrededor, con la vista perdida en la vegetación exuberante.

—Es posible. Hay muchas plantas raras aquí —responde el de cabello de ébano, incapaz de pensar en qué Noé se ha gastado todo ese dinero para nada.

Su compañero de viaje asiente, pero Vanitas siente que su corazón se acelera al recordar su encuentro anterior con las figuras misteriosas en la tienda de alimentos. Esa pareja tan extraña que le invitó a por unos y seguros, rancios chocolates. Había algo inquietante en la forma en que lo miraron, como si supieran algo que él no.

—Allí, al fondo —dice Noé, señalando un área más densa del invernadero y sacándolo de sus pensamientos—. Vamos a investigar.

A medida que se acercan, Vanitas nota una figura familiar entre las plantas. Es la misma chica que había visto antes en la tienda, acompañada por el joven que parecía su guardián. Su presencia hace que la piel de Vanitas se erice. Parece demasiada coincidencia habérselos encontrado en un sitio remoto como este, y encima después de haber estado pensando en ellos en cuestión de segundos anteriores.

—¡Ah, cielos! Qué sorpresa encontraros aquí —dice la chica pequeña con una sonrisa que no llega a sus ojos.

Vanitas trastabilla hacia atrás, descubriendo en su compañero de inmediato una máscara enfurecida. Ve refulgir sus ojos con furia, y la duda lo carcome.

Aún así, trata por todos los medios de tragar y recomponerse. Su malestar con el chico de cabellos blancos ha desaparecido por completo.

—¿Tú? —saluda Vanitas con una voz tensa—. ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que vos, supongo —responde el joven a su lado—. Buscando algo especial.

Noé se coloca instintivamente más cerca de Vanitas, su expresión endurecida. El chico de cabello oscuro y en una coleta, no puede dejar de prestar atención al rostro oculto del compañero de la muchacha dos cabezas más pequeña que él.

Aún así, tiene una mirada adusta y no puede quitarse de encima la mala sangre de su corazón. Algo, como en la tienda días anteriores, le repite que va mal.

Vanitas da un simple asentimiento seco para, después de adelantar el cuerpo de Noé, tratar de escapar de aquella encrucijada. Intenta pasar por el lado de la mujer con calma, más cuándo siente que su brazo es apresado por una mano minúscula y helada, se tensa de pies a cabeza.

—Necesito hablar con usted, a solas —pide la mujer, con una sonrisa traviesa.

Noé intenta acercarse, pero el joven de mirada oculta se interpone. Vanitas siente que los latidos de su corazón le destrozan los oídos. El agarre de la mujer se afianza, y el chico tiene nuevamente un flashback de la bestia blanca que casi lo asesina muchos días atrás.

—No creo que sea una buena idea que hablemos en privado —dice con firmeza.

Pero la mujer recorre sus flagelos dedos por su brazo y esa mirada, grisácea y prepotente, hace que su estómago se encoja. Por alguna razón que no entiende, decide quitárselo de encima. Piensa en qué es mejor aclarar las cosas con esta joven que seguro tiene problemas en la cabeza. Además, a pesar de la inquietud que lo invade, la curiosidad crece de la misma forma.

—No. Vanitas no tiene ninguna obligación con us... —Interrumpe a su compañero a media palabra.

—Noé, está bien —replica Vanitas, tratando de mantener la calma—. Solo será un momento.

Noé frunce el ceño, y parece claramente molesto, pero asiente y se aparta un poco. La pareja de la muchacha permanece impasible a su lado, mientras Vanitas y la muchacha de cabellos grisáceos se alejan un poco de los otros dos.

El chico de cabellos negros observa a la joven detenerse sobre unas amapolas brillantes y abundantes. Ella las toquetea brevemente, perdida en sus pensamientos y Vanitas pierde la paciencia ante su grave silencio.

—¿De qué queréis hablar? —pregunta, con ganas de devolverse junto a su compañero.

La chica se desatiende de las flores y arreglándose un poco el vestido abultado y con volantes, se acerca a él. Su expresión se vuelve seria de repente.

—Sé de tus intereses y creo que puedo ayudarte.

Vanitas siente un escalofrío recorrer su espalda. La noticia lo toma por sorpresa; estaba muy seguro de haber mantenido sus quehaceres en privado y está seguro de que no ha dejado que nadie realmente se haya enterado de sus verdaderas intenciones en aquel país.

Por eso, la duda y la desconfianza lo embargan de inmediato.

—¿Ayudarme? ¿Cómo? Ni siquiera me conocéis, ni sabéis mi nombre si quiera.

Ella se carcajea suavemente con un sonido agudo pero melodioso. Extiende una de sus manos con expresión curiosa.

—Podéis llamarme Chloé. Y creedme, que a mis ojos nada puede ser verdaderamente oculto. Puedo ayudaros, joven. —Vanitas alza una ceja, inquieto, pero por modales junta ambas manos.

Y se presenta formalmente, por supuesto.

—Vanitas, así me llaman.

La mujer asiente a sus palabras y el chico se deleita con la forma en la que tararea su nombre. Se remueve incómodo, mientras ella señala a su alrededor con los brazos en alto.

—Hay algo en este invernadero que puede ser de gran valor para ti —responde, dando pequeñas vueltas a su alrededor—. Y puedo ofreceros bien mi ayuda a cambio de que me acompañéis a solucionar un asunto privado.

Allí es en donde Vanitas se aleja. La revelación golpea a Vanitas como una ola fría. Da un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza. Nadie ofrece su ayuda sin nada a cambio y Vanitas, no puede perder su valioso tiempo con alguien que claramente solo quiere un deseo egoísta. No se interesa mucho menos en conocerlo.

—No estoy interesado, gracias.

Pretende devolverse con su compañero dando por terminada aquella charla, pero da un respingo hacia atrás cuándo aparece de la nada al frente suyo. El corazón le late desbocado invadido al mismo tiempo por la primera noche en Francia; por culpa de aquella bestia que casi se lo lleva consigo, este tipo de situaciones lo mantienen intranquilo.

Además, por supuesto, de que ya de por sí la mujer y su compañero dan muchas malas vibras. Su padre siempre le había recomendado apartarse de personas con oscuras auras, como ella.

—Joven Vanitas, realmente creo que podría ofrecerle mi ayuda. Debe de venir de inmediato conmigo, si me ayudáis con mi pequeño problema, os aseguro de que podemos llegar a un acuerdo que beneficie a ambos. —Y su tono es tan grave, amenazador y oscuro, que Vanitas no puede creer que de verdad esté hablando con una mujer a la que supera en tamaño.

—Ya se lo he dicho, yo no...

En ese momento, Noé aparece de repente, su mirada feroz y protectora.

—Creo que se ha quedado entendida la respuesta de Vanitas. Nos marchamos, con su permiso.

Vanitas asiente rápidamente y se aleja de la pareja, sintiendo el alivio de estar bajo la protección de Noé de pronto. Siempre ha sabido arreglárselas solo, nunca ha necesitado de nadie para defenderse pero allí mismo, solo volvió a sentirse como el día del ataque y le da mucha rabia pensar que algo ha cambiado en su interior.

Cuando el chico devuelve la mirada hacia atrás le sorprende encontrar que la mujer le regala una mirada enfurecida. Le sorprende todavía más ver cómo ambos personajes desaparecen de la nada; el chico se restriega los ojos, mientras piensa en qué todo eso se ha debido y es producto de su falta de sueño.

De todas maneras, obviando aquel encuentro incómodo, las próximas horas Vanitas al lado de Noé, a quien agradece no haberle dejado solo, se proponen a buscar la bendita flor que trastoca las noches del chico de piel pálida. Sin embargo, su búsqueda se reduce a nada.

Nuevamente, no ha servido de nada. Vanitas se siente decepcionado consigo mismo. Algo cabizbajo, se apresura a salir del invernadero. No deja de pensar en que tiene la suerte del demonio. De solo imaginarse a su padre y hermano sucumbiendo ante la extraña enfermedad que lo sacude en sus peores pesadillas, súbitas ganas de vomitar alcanzan su garganta.

Noé no le dirige la palabra en todo el viaje de vuelta a Córcega. El buen humor ha desaparecido por completo y el cansancio hace mella en todo el cuerpo de Vanitas. Las vías del tren traquetean a su alrededor, mientras las luces del cielo se tornan anaranjadas y dan paso a la tarde. Cuando llegan finalmente a casa, Vanitas suspira gravemente mientras se adelantan a través de la muchedumbre de gente que celebra en restaurantes o reuniones familiares.

El ambiente es alegre, pero nada de esa felicidad invade a Vanitas. Sobre todo teniendo en cuenta que en pocos días debe de regresar a Suiza, con o sin flores.

—¿Os encontráis bien, Vanitas? Sé que puede llegar a ser bastante decepcionante volver con las manos vacías, pero no perdáis la esperanza. Sé que...

Vanitas alza una de sus manos, acallando de golpe a su compañero. Y aunque en parte es por la molestia que le produce saber que ha fallado, también se debe a por algo que nota en la distancia, cerca de la vivienda de Johann y Dante.

Ve a Ruthven, quien se acerca con su ominosa presencia imponente. Viste una galardonada gabardina oscura y lleva encima el mismo parche que asegura haber visto la última vez que se vieron. Se abre paso por las callejuelas, acompañado por una chica de cabellos largos y rosados. Vanitas reconoce a Jeanne de inmediato. La había salvado de un atropello el primer día que llegó a esta parte de Francia y le da miedo pensar en que tal vez esta situación no es una coincidencia.

—Vanitas, qué sorpresa encontraros por aquí —dice Ruthven, su voz suave pero con una nota de autoridad—. Y veo que estás acompañado por un nuevo amigo.

Noé se mantiene cerca con su mirada fija en Ruthven. Nota desde lejos su tensión en el cuerpo y Vanitas se pregunta si lo conoce de antes.

—Supongo que no llega a ser demasiada, teniendo en cuenta que vivo aquí.

El hombre se ríe para regalarles una sonrisa tranquilizadora. Dedica una mirada a su dulce y atractiva acompañante.

—¿Ya conocéis a Jeanne? Es mi dulce sobrina.

Jeanne asiente tímidamente, su mirada evitando la de Vanitas.

—Tuve la fortuna de hacerlo unos días atrás. —Al momento le pregunta en francés si tuvo alguna complicación tras su accidente, pero no recibe respuesta alguna.

La chica sigue esquivando su mirada, oculta tras el brazo del hombre de cabellos rubís.

Vanitas trata de no pensar mucho en ello.

—Ruthven, ¿qué estáis haciendo aquí realmente? Dudo mucho que un hombre tan acaudalado como supongo que es usted, deba de perder mucho tiempo dando breves paseos continuamente.

Ruthven deja escapar una risa suave. Escucha un golpeteo a su espalda y es Noé, que no deja de dar pisotones con impaciencia. Lo pone nervioso.

—Vanitas, siempre tan directo. Simplemente estoy disfrutando de una tarde tranquila. No debéis de preocuparos por mí.

Antes de que Vanitas pueda responder, Noé se adelanta: —Gracias por el consejo. Ahora, si nos disculpáis, tenemos cosas que hacer.

Ruthven inclina la cabeza ligeramente. Jeanne da una ligera reverencia, sacudiendo su extendida cabellera de fantasía.

—Por supuesto. No quisiera interrumpir sus asuntos importantes —dice el hombre, con tono jocoso.

Mientras se alejan, Vanitas no puede evitar sentir una creciente sensación de inquietud. Ruthven había dicho poco, pero sus palabras y la presencia de Jeanne lo habían dejado bastante confuso. Estaba pensando en que no era una simple coincidencia habérselos encontrado, cuándo escuchó que alguien llamaba a Noé desde la distancia.

✮ ; ; Dear, vampires ;

:: MUCHAS GRACIAS POR LEER y de verdad, perdonen la tardanza. sinceramente con tantas historias en mente se me olvida actualizar, de todas maneras lo que me relaja es que esta historia es corta y que pronto nos encaminaremos a su recta final.

ahora, no se olviden de votar, comentar y compartir para que esta historia llegue a más gente, los quiero mucho.

Se despide xElsyLight.

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