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☽ | DEVASTADOR.

⋆⭒⋆⭒







Noé deja de balancearse sobre sí mismo al detallar una vez más la muda de ropa ensangrentada que rodea sus pies. Se pregunta cómo ha podido destrozarlas de esa manera tan bestial, teniendo en cuenta que si no recuerda mal, la noche anterior cayó rendido en la cama bien temprano. Sus manos comienzan a temblar de una manera incontrolable.

Cubre su boca de improvisto cuándo se ve a sí mismo, con esas mismas ropas del suelo, asesinando a niños, disfrutando de sus lamentos y súplicas para después quitarles la vida sin piedad. Lame sus lágrimas, ríe con gracia mientras todos ellos lo llaman «monstruo».

Esa realidad consigue que se golpee varias veces la cabeza, incapaz de discernir si se trata de una horrible y angustiante pesadilla, o si por el contrario, todo aquello es real.

Sin embargo, le duele. Le duele tanto la cabeza tratando de descubrir si es solo otra mala pasada e intenta centrarse en las cosas que le rodean para despejarse.

Su gato Murr, en la cama. Su espejo roto. Sus manos temblando. La sangre fresca de su paladar. La molestia en su labio al pasar su lengua, por el golpe de su maestro. Repite varias veces el proceso mientras siente que su respiración recupera su ritmo casual.

Entonces algo llama su atención: escucha un diminuto arrullo en las afueras. Sus ojos desorbitados buscan su procedencia y se sorprende cuándo denota al otro lado de la ventana una fuerte y borrascosa tormenta. Lluvia, vuelve a llover de nuevo. Ha empezado de la nada.

Odia la lluvia, porque le hace pensar en cosas malas.

Deja de abrazar sus piernas mientras aquellas gotas golpean de manera incesante contra la cristalera húmeda para mover sus manos de forma elegante y recordando, brevemente, su baile de ayer. Por alguna razón, lo relaja un poco. La sensación de control en sus miembros corporales le hace pensar que todavía no es del todo una marioneta.

A Noé nunca le ha gustado ser una marioneta.

Sus dedos dejan de temblar y trata de distraerse moviendo de aquí para allá sus dedos. Sin detenerse, se imagina que toca con ellos algo delicado y frágil. Todo con movimientos gráciles como siempre se le ha enseñado.

—Eso está mejor —dice, para alzar la vista.

Entonces Noé observa las paredes de su habitación. Oscuras, desprovistas de decoraciones y vacía. Así es como se siente ahora mismo; siempre ha sido el favorito de su maestro, incapaz de ser libre y criado para ser perfecto.

Recuerda como una vez en su vida, muchos años atrás, lo único que quería era enorgullecer al hombre. Se molía a palos en los entrenamientos para no tener ninguna falla, y ahora... ¿Por qué sentía que no podía más? El maestro siempre ha sabido qué es lo mejor para él, ¿por qué entonces revocar su imagen destrozada del día de ayer le hace temer?

Nunca le ha tenido miedo, nunca..., Oh, sí. Sí que lo ha tenido.

Su mente es fragmentada por imágenes de su maestro, de los que tiene de recuerdos desde que era pequeño. Rememora su sonrisa cruel, sus toques fuertes, sus entrenamientos que le hacían sangrar y desgastarse hasta que casi no podía moverse. También aquel bastón que siempre tiene en su poder y el cual tenía la manía de pasar por sus brazos una y otra vez.

De nuevo la comprensión de que siempre le ha tenido miedo, le hace levantarse a trompicones del hueco de su habitación. Observa a su gato Murr, a quien se le ha borrado la sonrisa —quizás nunca ha estado allí— y está gimiendo por lo bajo. Su cuello desgarrado; el dolor atraviesa su rostro.

Tropieza con varias de sus mudas y piensa en qué esto no puede estar pasando. Fue un regalo de su maestro, de aquel hombre que lo ha cuidado y dado un lugar desde que era pequeño, desde su conversión. A Noé le irrita el cuello al pensar brevemente en la mordida que lo convirtió en lo que es a la edad de siete años. El maestro lo salvó, el maestro de dio un propósito. ¿Por qué le tiene miedo?

—¡Murr, no! —grita cuando ve que sus ojos, que al igual que su maestro, son de distintos colores y que se oscurecen brevemente.

Lo coge entre sus brazos, no le importa manchar todavía más su camisa de pijama con su sangre. Sujeta su cuello con rabia, fuerza y tristeza, porque se da cuenta de que no quiere perderlo. La respiración vuelve a agitarse, no puede controlarlo.

Mira a todos lados cuándo todo comienza nuevamente a darle vueltas. Lo ve borroso, pero como puede, ni siquiera se preocupa por calzarse. Sale de la habitación con rapidez en busca de la única persona que puede ayudarle, que sabe del tema y que conoce: a Vanitas.

A pesar de que algo en su cabeza le dice que está tomando la decisión equivocada, ahora mismo solo está pensando en su pequeño gato.

Noé atraviesa los largos pasillos de la mansión, con pasos apresurados y desiguales. La mansión está oscura y silenciosa por ser tan temprano, pero no encuentra problema en guiarse por la familiaridad con la que ha estado allí dentro. Sigue recorriendo el laberinto de pasillos y escleras interminables y acompañados de habitaciones cerradas con doble llave. Noé apenas nota los detalles familiares de su alrededor, su mente se fija únicamente en su pequeño gato, que emite un débil maullido. Está en las últimas y todo por su culpa.

Lo aprieta contra su pecho, mientras nota que un amargo sentimiento lo invade de a poco.

Mientras avanza, notando como graves gotas de sudor resbalan por su rostro, notando como le molesta todavía más la herida de sus labios al mordérselos con fuerza, reconoce a una figura que emerge desde las sombras de uno de los muchos pasillos. Es Dominique, que lo observa cruzada de brazos, con una mezcla de preocupación y enojo.

—Noé, ¿a dónde creéis que vais? —Su voz es un susurro urgente, cargado de reproche.

El chico se obliga a detenerse, aunque mantiene su mirada sobre su pequeño animal.

—Tengo que irme, Domi. Murr está herido y necesita ayuda. Vanitas puede...

Nota un cambio en el aire antes de que sea demasiado tarde. Ve cómo ella, su amiga de la infancia, trata de alcanzarle para sostener su camisa y con rapidez la esquiva en busca de que Murr no salga todavía más lastimado. Aun así, ambos cruzan intensas miradas.

—¿Vanitas? ¿El humano con el que has estado reuniéndote los últimos días? Vaya, las noticias vuelan. —Le muestra sus colmillos, amenazadora—. ¿Crees que podías mantener bajo la manga tu reciente amistad con él? ¿Es que no tienes ni idea de los problemas que nos puedes causar?

Noé no tiene tiempo para esto. Muerde sus labios nuevamente y frunce su ceño. Sus manos se estremecen con violencia, eso lo pone más nervioso.

—No me importa. Ahora mismo solo quiero salvar a Murr, dejadme —pide, aunque es consciente de que Dominique pueda llegar a ser incluso más tozuda que Louis.

El chico de cabellos níveos analiza la postura de su amiga. Ella hunde sus hombros, aprieta sus manos y tiembla de igual manera, aunque puede asegurar que sea más por la impotencia que siente. De todas maneras, ella se golpea varias veces el pecho y lo señala.

—¡¿No os dais cuenta de lo que estáis haciendo?! ¡¿De qué nos estáis dejando nuevamente por un estúpido humano?! ¡¿Acaso queréis repetir la historia de Gilbert?!

Noé se estremece y siente que la rabia le nace por dentro. Abraza con más fuerza a Murr, mientras se suelta. La llave ha abierto su coraza, y esta se está resquebrajando con mucha rapidez. Va a perder el control, lo sabe muy bien.

—¡No os atreváis a mencionarle! ¡No os atreváis a comparar a Vanitas con Gilbert!

Descubre el rostro llena de sorpresa de su amiga y sonríe. No se arrepiente de haberle causado susto, porque esta harto de tonterías como esa. Ella comienza a llorar y entonces, su placer desaparece. Su corazón se arruga aunque no pueda sentir a estas alturas, y muerde sus labios con rabia. Porque a pesar de todo, sabe que lo juzga con su mirada y esta muy cansando.

—Vos jamáis entenderéis lo que es estar en mi posición.

Dominique trata de acercarse más a su lado, quizás arrepentida, no esta seguro. Pero se aparta bruscamente cuando siente otro escalofrío por parte de su gato.

—Noé...

—Dejadme. No quisiera perder más mi tiempo con vos.

Y sin mediar palabras, a paso rápido alcanza la entrada de su hogar, si es que puede llamarse así. Atraviesa las enormes puertas y la lluvia torrencial lo recibe con un un golpe fresco. Se marea unos segundos y tiene la breve sensación de que se va a caer sobre el asfalto, pero ahora mismo lo único que importa es el bienestar de su querido Murr.

Por eso corre por la callejuela, por el camino de piedras antes de alcanzar la linde del bosque. Ahora mismo no confía en sus poderes vampíricos y sabe que lo mejor que puede hacer ahora es correr sin mirar hacia atrás. No lo hace, aunque nota una mirada oscura y tensa en su espalda.

Atraviesa los arbustos y matorrales, mientras las gotas de lluvia, crueles como el ácido para su piel inmortal, resbalan por su rostro, dejándole pequeñas marcas que se curan lentamente, solo para ser reemplazadas por nuevas y caóticas heridas. Es un proceso repetitivo, doloroso, pero como en el día anterior, le resulta demasiado placentero para no evitar reírse mientras sus pies descalzos se hieren contra las piedras.

Siente el cuerpo frío de Murr contra sus brazos, por lo que lo abraza con más fuerza. Tropieza más veces de las que quiere, pero no deja de reírse bajo la lluvia, porque le resulta muy irónico el hecho de que ahora mismo, un monstruo como él, se desvive por una pequeña e indefensa criatura.

—Vanitas va a curarte, Murr, siempre cura a la gente, ¿sabéis? —Le dedica una larga mirada a su rostro durmiente y las siguientes palabras se le escapan como un susurro—: Perdóname, pequeño.









—Está cayendo una buena, parece el infierno. —Vanitas observa cómo menciona Dante, a un lado de la cocina.

Los tres, Dante, Johann y él mismo, están tomando unas gustosas tazas de café mientras en sus manos se pasea una y otra vez el periódico mañanero. Hoy se han levantado todos temprano, mayormente por la culpa de los rayos y la lluvia.

Vanitas no ha pegado ojo en toda la maldita noche. La idea de fallar a su familia, la idea de saber con certeza que no va a llegar a tiempo para salvar a su padre y hermano, la idea de que toda esa búsqueda haya sido inútil, lo carcome por dentro.

Sus manos se arrugan mientras tiene el papel entre sus manos, detallando los muchos asesinatos que se han cometido en los últimos días y sobre todo, anoche. Le resulta extraño que un asesino en serie ataque con tanta familiaridad y continuidad. La policía, según el chismoso de Johann, no tiene ninguna pista de la persona que hace estas atrocidades, pero Vanitas tiene la extraña y corrompible sensación de que es la misma persona que intentó matarlo su primer día en Francia. Siente que se estremece violentamente de solo recordar lo cerca que estuvo.

Todavía guarda en su cómoda lo que encontró aquella noche, esa pequeña decoración que se suele llevar en mangas de trajes de etiqueta. Pero no quiere verla ahora mismo, porque solo le recuerda lo poco que resulta la vida humana. Cierra sus ojos al pensar en su familia; se imagina que se retuercen en sus camas, que Liam llora inconsolable, y que cada minuto que pasa su vida se evapora mientras él se ha tomado unas vacaciones temporales.

Se imagina una vida sin ellos, una vida en la que no tenga que preocuparse más que por él mismo y siente que no puede respirar. Se levanta soltando el periódico, y alcanza la encimera para servirse un enorme vaso de agua. Sus compañeros de habitación lo observan confusos, pero todo eso deja de importar cuándo un rayo cae muy cerca y la casa se ilumina con colores llameantes. Por un momento la casa parece sucumbir en flamas. Alguien toca el timbre y Vanitas se atraganta brevemente.

Johann se levanta con movimientos lentos, desconcertado y por alguna razón, a Vanitas le parece que está esperando algo, aunque no sabe qué. Dante parece estar como él.

Sin embargo, llaman intensamente al timbre una vez más y todos dan un respingo. Dante se acerca hacia la puerta junto a su novio —a quienes descubrió dándose mimitos la otra noche— con pasos lentos y Vanitas se recarga en la mesilla, bebiendo otro vaso de agua.

Pero se asusta de pronto al escuchar exclamaciones de sorpresa a su espalda. Dándose la vuelta de inmediato, descubre que a Johann parecen temblarle las piernas y que le queda poco por desvanecerse y dejar caer todo su peso en Dante. En cambio, el hombre más bajo y de cabellos anaranjados, afianza sus manos en la puerta con movimientos agresivos.

Parece enfadado de pronto y las ocasiones en las que lo ha visto de esa manera han sido escasas, contadas con los dedos. Vanitas traga grueso incapaz de pensar en qué puede estar pasando al otro lado de la puerta.

Y es cuando escucha una voz bastante familiar para él, que sabe que vienen en su busca.

—¡Vanitas, necesito a Vanitas!

Y deja que el vaso caiga sin cuidado sobre el suelo, importándole poco lo que le rodea o lo que pueda tener de consecuencias. Sobre todo sabiendo qué Dante ama sus tazas, platos y todo lo que tenga que ver con cubertería en resumen. Esta seguro de que nunca ha escuchado esa voz afectada de su compañero de viajes de esa manera nunca, le duele el corazón de pronto.

Incluso ese descubrimiento le resulta una sorpresa total. Mientras se acerca hacia la puerta, con su corazón latiendo a mil, piensa en lo que significa ese chico para él.

Es amable, aunque a veces suelta comentarios desconcertantes, pero lo suprime con su devota voluntad de ayudar. Porque todavía sigue sin creerse del todo que solo le ayude porque quiera ser su amigo. Sus manos sudan, porque denota en el aire un desagradable olor a metal.

Hay sangre, alguien sangra.

Eso no es bueno, nunca lo es. Malos recuerdos lo invaden de pronto, haciendo caos en su cabeza. Recuerdos tormentosos. La lluvia no ayuda, porque todo empezó un día lluvioso. Un día en el que el cielo lloraba es que su vida se destruyó por completo y fue la única vez que lloró como un niño pequeño. Su corazón se arruga cuando siente que sus hombros tiemblan.

Detesta los días de lluvia.

—¡Noé! ¡¿Qué es lo que os ocurre?!

La visión no ayuda, justo cuando Dante y Johann se apartan de la puerta para darles espacio, se tiene que sujetar del marco de la puerta. Es como aquella vez; alguien vino a pedir ayuda a su verdadero padre, y... La cosa no acabó muy bien.

Sin embargo, se golpea brevemente la cabeza para centrarse. Esta es la actualidad, las cicatrices de su espalda son un recuerdo doloroso de su pasado. Un pasado que no piensa repetir y que no va a volver. Su padre adoptivo se aseguró de ello, le dio su palabra.

Ahora Noé necesita su ayuda y tiene que despertar.

—¡Noé, estáis lleno de sangre!

Y eso no es lo peor; viste una ropa blanca, probablemente una muda de dormir, pero está completamente ensangrentada. Su usual cabello níveo ordenado y limpio, está hecho un desastre. Tiene ojeras bajo sus ojos, bastante marcadas. Las líneas de expresión de su rostro están deformadas, sus hombros tiemblan y en sus labios, al acercarse para servirle de apoyo, descubre una ligera herida en su labio superior. Está algo morado, pero es reciente. Los colores rojos lo denotan.

Además, aparte del hecho de que está empapado, parece apunto de llorar. Sus ojos morados se desorbitan y miran a todos lados, con inseguridad. Vanitas teme que hayan estado apunto de matarlo o algo peor. Piensa de repente en su maestro, en lo oscuro que le pareció y en ese escalofrío que se repartió de pies a cabeza cuando le besó su mano.

Se la ha lavado varias veces.

Nada más tocar a Noé, lo siente caliente y observa asombrado, como parece estar echando humo literalmente de las partes descubiertas de su cuerpo. Aunque deja de pensar de inmediato al denotar al animal herido de sus brazos —parece estar desangrándose— y al fijarse en sus pies descalzos, rojos y se pregunta si ha escapado de la muerte.

—¡Pasad, pasad! ¡Contadme que ha sucedido, Noé! ¡¿Os han intentado atracar?!

Pero Noé rechaza el brazo de Johann que quiere ayudarle, aunque algo inseguro y con su brazo libre agarra su camisa. Esta desesperado, solo hay que olerlo en el aire.

Nunca lo ha sentido más caliente que ahora mismo. Teme que tenga fiebre.

—Sálvalo, Vanitas. Salva a Murr, por favor. —Sin mediar palabra, de inmediato agarra al pobre gato y arrastra al chico alto y moreno hacia su habitación.

En el interior, no tarda en cerrar la puerta de su habitación a pesar de recibir miradas angustiosas y preocupadas de sus arrendadores. Cuando se da la vuelta, se arregla su camisón azulado y con un lazo pequeño en el pecho, para dirigirse a su baño personal.

Se lava las manos, se coloca guantes y una mascarilla y saca su equipo personal y médico. Lleva la maleta hacia Noé, quien ha depositado a su gato sobre su manta de dormir, que ahora está en el suelo y es la primera vez que a Vanitas no le importa que sus cosas sean utilizadas sin su consentimiento.

—Mientras me ocupo de hacerle un examen médico para comprobar sus estado vital, contadme qué os ha sucedido, Noé. —Pone sus manos a la obra en el pequeño animal.

Al que por cierto, desde hace un buen rato ha discernido que su pecho ha dejado de subir y bajar a un ritmo sorprendente. Aún así, no deja que la noticia lo deprima, y se prepara.

Observa sus ojos oculares cerrados y la gravedad de la herida, mientras Noé le explica que unos perros callejeros lo han atacado en sus paseos de madrugada. Se detiene abruptamente al coger un bisturí entre sus dedos, al escuchar esa descabellada idea. Noé está arrugado en el lado de su cama, abrazando sus piernas y asegura nunca haberlo visto de esa manera tan deplorable.

A Vanitas le parece... un niño pequeño. La comparación lo sobrecoge.

—Noé, no me gustan las mentiras.

Pero Noé se revuelve el cabello y cuándo lo mira, a pesar de que puede asegurar en segundos que no queda nada para que termine de partirse en dos, le habla con voz temblorosa pero segura.

—No... No es mentira, Vanitas. Fue horrible, todavía recuerdo la sangre saltar sobre mí. Fue... Fue... —De inmediato acaricia uno de los hombros del otro, dándole apoyo.

Entonces sus miradas se cruzan y Vanitas le sonríe con la mayor calma posible. Da leves caricias en sus hombros caídos y temblorosos. Resulta apabullante ver caer a un joven tan imponente como Noé.

—Voy a hacer lo posible para ayudar a Murr, Noé. Estaos tranquilo, se recuperará bajo mi ala.

Unas horas más tarde, tras abrir más la herida y poder observar los daños más interiormente, ahora mismo el pequeño animal tiene la herida de su garganta vendada y descansa sobre su cama. Vanitas tras unos pequeños masajes e inyecciones con anestesia, consiguió traer de nuevo a la vida a ese gato. Eso sí, en algún momento sintió que lo perdía, pero Noé colocó sus manos sobre las suyas, y de repente el animal recobró la vida.

Sigue pensando que fue extrañamente la combinación de distintos estados corporales, o un milagro —aunque no cree en esas cosas—. La cosa fue que se está recuperando, lentamente, pero al menos lo está haciendo.

Noé acaricia su lomo con la yema de los dedos, perdido en sus pensamientos. Entonces el médico piensa en qué realmente debe de preocuparse por su animal.

—¿Estáis más tranquilo? Se va a recuperar, solo necesita reposo, Noé. —Al menos se alegra de no haber fallado en su promesa de antes.

Haberlo perdido en mitad de la operación, habría resultado devastador para Noé.

✮ ; ; Dear, vampires ;

:: MUCHAS GRACIAS POR LEER y de verdad, doble actualización !! muchísimas gracias por esperar aunque fuese solo un día, porque me he esmerado por traerles esta actualización para que disfruten. gracias a mi familiar por dejarme su ordenador. ahora, sí que después de esto no sé cuando actualizaré. los quiero mucho.

ahora, no se olviden de votar, comentar y compartir para que esta historia llegue a más gente, los quiero mucho.

Se despide xElsyLight.

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