𝗩𝗜𝗜𝗜. Lᴀs Vᴇɢᴀs

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𝟎𝟎𝟖. ┇🔱⚡️𝖫𝖺𝗌 𝖵𝖾𝗀𝖺𝗌

Pasaron junto al Monte Casio y el MGM. Dejaron atrás unas pirámides, un barco pirata y la estatua de la Libertad, una réplica bastante pequeña pero que les provocó la misma añoranza. No estaban seguros de qué íban buscando. Tal vez sólo un lugar donde librarse del calor por unos instantes, encontrar un sandwich y un vaso de limonada y trazar un nuevo plan para llegar a Los
Ángeles. Debieron de girar en el lugar equivocado, porque de repente se encontraron en un callejón sin salida,
delante del Hotel Casino Loto. La entrada era una enorme flor de neón cuyos pétalos se encendían y
parpadeaban. Nadie salía ni entraba, pero las brillantes puertas cromadas estaban abiertas, y del interior
emergía un aire acondicionado con aroma de flores: flores de loto.

— Se ve agradable. — Comentó Helena mientras sostenía la mano de Percy

El portero les sonrió.

—Ey, chicos. Se ven cansados. ¿Quieren entrar y sentarse? – Habló de manera amable

Durante la última semana habían aprendido a sospechar. Suponían que cualquiera podía ser un monstruo o
un dios. No se podía saber. Pero aquel tipo era normal. Saltaba a la vista. Además, Helena se sentía tan aliviada
al oír a alguien que parecía comprensivo.

—Nos encantaría entrar. — Exclamó Percy y todos asintieron

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Dieron un vistazo al interior y Grover exclamó:

—¡Uau! – Todos estaban sorprendidos

El recibidor entero era una sala de juegos gigante. Había un tobogán de agua que rodeaba el ascensor de cristal como una serpiente, de una altura de por lo menos cuarenta plantas. Había un muro de escalar a un lado del edificio, así como un puente desde el que hacer puenting. Y cientos de videojuegos, cada uno del tamaño de una televisión gigante. Básicamente, tenía todo lo que se te pueda ocurrir.

—Éste si es mi ambiente. — Sonrió feliz Helena

Vio a otros chicos jugando, pero no muchos. No había que esperar para ningún juego. Por todas partes se veían camareras y bares que servían todo tipo de comida.

—¡Eh! —dijo un botones. Por lo menos eso le pareció a la latina.

Llevaba una camisa hawaiana blanca y amarilla con dibujos de lotos, pantalones cortos y chanclas

—. Bienvenidos al Casino Loto. Aquí tienen la llave de su habitación.

—Esto, pero… —mascullo

—Percy, si te la está dando es por que es gratis. – Sonrió aceptando las llaves

Ella pensaba que tenían lástima de ellos, por que parecían unos vagabundos.

—No, no, la señorita tiene razón. —dijo sonriendo—. La cuenta está pagada. No tienen que pagar nada ni dar propinas. Sencillamente suban a la última planta, habitación cuatro mil uno. Si necesitan algo, como más burbujas para la bañera caliente, o platos en el campo de tiro, lo que sea, llamen a recepción. Aquí
tienen sus tarjetas LotusCash. Funcionan en los restaurantes y en todos los juegos y atracciones. — Les entregó  a cada uno una tarjeta de crédito verde.

Lo segundo que pensó Helena, fue que su madre trataba de ayudarlos.

—¿Cuánto hay aquí? – Demando Percy

—¿Qué quiere decir? —inquirió con ceño.

—Quiero decir que… ¿cuánto se puede gastar aquí? – Se rió.

—Ah, estaba bromeando. Bueno, esto divierte. Disfruten de su estancia. — La mexicana asintió

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Subieron al ascensor y buscaron su habitación. Era una suite con cuatro dormitorios separados y un bar lleno de caramelos, refrescos y papas. Línea directa con el servicio de habitaciones. Toallas mullidas, camas de agua y almohadas de plumas. Una gran pantalla de televisión por satélite e internet de alta velocidad. En el balcón había otra bañera de agua caliente, como había dicho el botones, una
máquina para disparar platos y una escopeta, así que se podían lanzar palomas de arcilla por encima del
horizonte de Las Vegas y llenarlas de plomo.

—Yo me voy a bañar y cambiar. —

Corrió la hija de la diosa del matrimonio, a la mejor habitació, todos rieron por que prácticamente salio disparada.

La vista de la Franja, la calle principal de la ciudad, y el desierto era alucinante. Había ropa en el armario, de su talla. Helena opto por usar más ropa de su quipaje, se puso un conjunto típico Chanel color verde Oliva, una falda, y un top del mismo color y tela, con un abrigo a juego, con unos lindos zapatos blancos a juego, su cabello estaba liso, con dos pasadores uno de cada lado, llevaba un gloss con sus pestañas rizadas, con máscara, completamente bella de nuevo. Fue la última en salir encontrándose, con Percy bebiendo Coca Cola, Grover comiéndose las latas y Annabeth viendo National Geographic.

—Con todos los canales que hay —le dijo—, y tú pones el National Geographic. Eres como una una mini señora, Annie. – Todos se giraron a verla

Percy se ahogo con su coca cola, Grover dejó caer su lata, y Annabeth le sonrió, en verdad se veía muy linda.

—Emiten programas interesantes. — Respondió con simpleza — Te vez hermosa Hel. — Dijo para ver a la tele

—Gracias Annie. — Se sentó aun lado de Percy quien la veia sonrojado

La chica no pudo evitar sonreír, Hel era el apodo que utilizaban, Grover, Thalia, Luke y Annabeth para llamarla.

—Me siento bien —comentó Grover—. Me encanta este sitio.

—Extrañaba estar así, en un lugar tan cómodo. – Sonrió poniendo su cabeza en el hombro de Percy

Sin que reparara siquiera en ello, las alas de sus zapatillas se desplegaron y por un momento lo levantaron treinta centímetros del suelo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Annabeth—. ¿Dormimos? — Helena negó para pararse en frente de todos

—Tenemos a nuestra disposición, luneville, Póquer, Póquer caribeño, Craps, Texas hold 'em, , Bacará, Ruleta, y por supuesto mi favorito Blackjack. – Sonrió – No nos dormiremos aquí, y tener toda esa diversión abajo. — Sonrió mientras daba su discurso – Tenemos esto chicos. – Sonrió de lado mostrando su tarjeta de plástico verde, LotusCash

Los chicos sonrieron, y Percy dijo.

—Hora de jugar — Helena lo tomó de la mano para dirigirse a los pisos de abajo

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Helena corrió de la mano de Percy al Blackjack, ganó en ese juego muchas veces. Jamás se habían divertido tanto, se separo por unas horas de Percy quien no paraba de hacer puenting en el recibidor cinco o seis veces, bajó por el tobogán, mientras que el hijo de Poseidón estaba ocupado en ello ya que la contraria no le llamó mucho la atención esas actividades.

Se hizo amiga en unos juegos de batalla era un par de hermanos, la mayor tenía su edad, era de ojos marrones, cabello castaño oscuro, piel Oliva y estatura promedio, de nombre Bianca Di Angelo. Tenía un hermano menor de piel pálida, ojos oscuros como la noche al igual que su cabello, se llevó de maravilla con aquellos hermanos, hasta que se tuvo que despedir sin antes decir:

—Espero que nos veamos pronto, me divertí mucho.—Sonrió para irse con Percy

Después ambos practicaron snowboard en la ladera de nieve artificial y  juguaron a un juego de realidad virtual con pistolas láser y a otro de tiro al blanco del FBI. Vieron a Grover unas cuantas veces, pasando de juego en juego. Le encantó el cazador cazado: donde el ciervo sale a disparar a los sureños. También a Annabeth jugar a juegos de trivial y otras cosas para cerebritos. Tenían un juego enorme de simulación en 3D en el que construías tu propia ciudad, de hecho, veías los edificios holográficos levantarse en el tablero.

—Mira una cabina de fotos ¡Vamos!. – Ambos corrieron hacia ella

Los chicos se tomaron diversas fotos, y fueron por la segunda tira, en la última foto Helena le dio un beso en la mejilla al chico, y este se sonrojó capturando el momento, luego la chica se tomó una tira sola. Después se dirigieron los cuatro a una pista de baile, Grover bailo muy animadamente "Pokér Face de Lady Gaga", mientras que sus amigos lo animaban, después bailo Helena y Grover al ritmo de "Beyoncé con Crazy in Love".

Después regresaron a las apuestas justo cuando ganó Helena.

—Iré a bailar, si quieres quédate y luego me alcanzas. — Percy dudo en dejarla ir

Pero pensó que tal vez ella quería su espacio, la dejo en la discoteca, quien bailaba de manera animada con otros niños. La chica sonrió mientras bailaba, cuando alguien le tomó el hombro era Percy. Ella sonrió y empezó a dar vueltas con el pero este lucía serio, y ella se detuvo.

–Helena escúchame. — Pidió.

—¿Qué tienes Aquaman? ¿No te gusta la música? – La chica siguió bailando

El la tomó de la mano, para sacarla de ahí y tomar con sus manos su rostro.

—Reacciona Barbie. — Pidió — Si seguimos aquí nos quedaremos atrapados para siempre, tenemos que impedir una guerra y salvar a mi madre. — La chica lo veía sin entender

El suspiró y se acercó a ella, y le susurró.

— Reacciona por favor, Ángel. — La chica parecía recobrar sentido

—Tenemos que buscar a Annabeth y a Grover ahora. — El asintió y se tomaron de las mano

Encontraron a Annabeth aún construyendo su ciudad.

—Vamos —le dijo—. Nos marchamos. —

No hubo respuesta. Helena la sacudío por los hombros.

—¿Annabeth? —Pareció molestarse.

—¿Qué? —

—Tenemos que irnos. — Habló Percy

—¿Irnos? ¿De qué estás hablando? Si acabo de construir las torres…

—Este sitio es una trampa. — Habló Helena

No respondió hasta que volví a sacudirla.

—¿Qué pasa?

—Escucha. Tenemos una misión, ¿recuerdas?

—Oh, Percy, sólo unos minutos más.

—Annabeth, aquí hay gente desde mil novecientos setenta y siete. Niños que no han crecido más. Te inscribes y te quedas para siempre.

—¿Y qué? —replicó—. ¿Te imaginas un lugar mejor? — Helena arta le pego una fuerte cachetada, y Percy la vio sorprendido

—¡Eh! —Le gritó, e intentó pegarle, pero nadie se molestó siquiera en mirarlos.

—Oh, santo Olimpo —musitó sobandose la mejilla—. ¿Cuánto tiempo llevamos…?

—No lo sé, pero tenemos que encontrar a Grover. – Habló Helena

Tras buscar un buen rato, lo vieron jugando al cazador cazado virtual.

—¡Grover! —Lo llamaron

El contestó:

—¡Muere, humano! ¡Muere, asquerosa y contaminante persona! — Helena no evitó reírse a carcajadas

—¡Grover! – Habló Annabeth

Se giró con la pistola de plástico y siguió apretando el gatillo, como si sólo fuera otra imagen en la pantalla. Percy y Annabeth lo tomaron entre los dos lo agarramos por los brazos y lo apartaron.

Sus zapatos voladores  desplegaron las alas y empezaron a tirar de sus piernas en la otra dirección mientras gritaba  Helena rapidamente intentaba detener aquellos zapatos rebeldes:

—¡No! ¡Acabo de pasar otro nivel! ¡No –
El botones del Loto se acercó presuroso.

—Bueno, bueno, ¿están listos para las tarjetas platino?

—Nos vamos —Afirmó Helena

—Qué lástima —repuso él—. Acabamos de abrir una sala nueva entera, llena de juegos para los poseedores de la tarjeta
platino. —

Les mostró las tarjetas. Helena sabía que si les aceptaban una, jamás se irían. Se quedaría allí, feliz para siempre,
jugando para siempre, y pronto olvidarían todo. Helena le dio un manotazo, a Grover quien estaba a punto de aceptar la tarjeta.

—No, gracias. – Habló la rubia

Caminaron hacia la puerta, a medida que se acercában, el olor a comida y los sonidos de los videojuegos parecían más atractivos.

— Vamonos, seguramente es la guarida de los Lotofagós. — Apuro a sus amigos

Salieron a toda prisa del Casino Loto y corrieron por la acera. Era por la tarde, aproximadamente la misma hora del día que habían entrado en el casino, pero algo no cuadraba. El clima había cambiado por completo. Había tormenta y el desierto rielaba por el calor. Percy llevaba la mochila que le había dado Ares colgada del hombro, cosa rara, pues estaba seguro de que
la había desechado en la habitación 4001. La mochila también apareció en el hombro de Helena, dijo que su madre la había fabricado para cada vez que la quisiera apareciera, pues sabía que su hija era muy olvidadiza.

Pero de momento tenían otros problemas de que preocuparse. Fueron hasta el quiosco más cercano, vio la fecha de un periódico. Gracias a los dioses, seguía siendo el  mismo año en que habían entrado

—Gracias al Olimpo. — Soltó Annabeth dando un suspiro de alivio

—No tan rápido chicos. — Les enseño la fecha

20 de junio. Habían pasado cinco
días en el Casino Loto. Sólo les quedaba un día para el solsticio de verano. Un día para llevar a buen puerto su misión.

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Fue idea de Annabeth en Las Vegas los hizo subir a un taxi, como si realmente tuviéran dinero y le dijo al conductor:

—A Los Angeles, por favor.

El taxista mordisqueó su puro de oro y les dio un buen repaso.

—Eso son quinientos kilómetros. Tendran que pagarme por adelantado.

—¿Acepta tarjetas de débito de los casinos? —preguntó Helena

—Algunas. Lo mismo que con las tarjetas de crédito. Primero tengo que comprobarlas.

Annabeth le tendió su tarjeta verde LotusCash. El taxista la miró con escepticismo.

—Pásela —le animó Annabeth.

Lo hizo.

El taxímetro se encendió y las luces parpadearon. Marcó el precio del viaje y, al final, junto al signo del dólar apareció el símbolo de infinito. Al hombre se le cayó el puro de la boca.

Volvió a verlos, esta vez con los ojos como platos.

—¿A qué parte de Los Ángeles… los llevó, alteza?

—Al embarcadero de Santa Mónica. — Annabeth se irguió en el asiento, muy ufana con lo de «alteza»-. Si nos lleva rápido, puede quedarse el cambio. – Exclamó con una sonrisa

Helena creyó que Annabeth no debió haberle dicho aquello. El cuentakilómetros del coche no bajó en ningún momento de ciento cincuenta por el desierto del Mojave. En la carretera tuvieron tiempo de sobra para hablar. Percy les contó sobre su último sueño, pero los detalles se volvieron borrosos al intentar recordarlos. El Casino Loto parecía haber provocado un cortocircuito en su memoria. No recordaba de quién era la voz del sirviente invisible, aunque estaba seguro de que era alguien que conocía. El sirviente había llamado al monstruo del foso algo más aparte de «mi señor». Había usado un nombre o título especial…

—¿El Silencioso? —sugirió Annabeth—. ¿Plutón? Ambos son apodos para Hades.

—A lo mejor —dijo, pero no parecía ninguno de los dos.

—Ese salón del trono se asemeja al de Hades —intervino Grover—. Así suelen describirlo.

Meneó la cabeza.

—Aquí falla algo. El salón del trono no era la parte principal del sueño. Y la voz del foso… No sé. Es que no sonaba como la voz de un dios.

Los ojos de Annabeth se abrieron como platos.

—¿Qué piensas? —le preguntó

—Eh… nada. Sólo que… No, tiene que ser Hades. Quizá envió al ladrón, esa persona invisible, por el rayo maestro y algo salió mal…

—¿Como qué?

—No… no lo sé —dijo—. Pero si robó el símbolo de poder de Zeus del Olimpo y los dioses estaban buscándolo… Me refiero a que pudieron salir mal muchas cosas. Así que el ladrón tuvo que esconder el rayo, o lo perdió. En cualquier caso, no consiguió llevárselo a Hades. Eso es lo que la voz dijo en tu
sueño, ¿no? El tipo fracasó. Eso explicaría por qué las Furias lo estaban buscando en el autobús. Tal vez pensaron que nosotros lo habíamos recuperado. —Annabeth había palidecido.

—Pero si ya hubieran recuperado el rayo —contestó Helena—, ¿por qué habrían de enviarlo al inframundo?

—Para amenazar a Hades —sugirió Grover—. Para hacerle chantaje o sobornarlo para que le devuelva
a su madre

Percy dejó escapar un silbido.

—Menudos pensamientos malos tienes para ser una cabra.

—Vaya, gracias.

—Pero la cosa del foso dijo que esperaba dos objetos —repusó —. Si el rayo maestro es uno, ¿cuál es el otro?

Grover meneó la cabeza. Annabeth lo miraba como si supiera su próxima pregunta y deseara que no la hiciese.

—Tú sabes lo que hay en el foso, ¿verdad? —le preguntó —. Vamos, si no es Hades.

—Percy… no hablemos de ello. Porque si no es Hades… No; tiene que ser Hades.

—No es Hades. — Fue lo único que dijo para seguir leyendo su cómic



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Dejaron atrás eriales. Cruzaron una señal que ponía:

«FRONTERA ESTATAL DE CALIFORNIA, 20 KILÓMETROS.»

Helena realmente no puso nada de atención en la platica, estaba en desacuerdo de sus amigos, así que duro todo el viaje callada. El taxi avanzaba a toda velocidad. Cada golpe de viento por el Valle de la Muerte sonaba como un espíritu. Cada vez que los frenos de un camión chirriaban, le recordaban la voz de reptil de Equidna.

Al anochecer, el taxi los dejó en la playa de Santa Mónica. Tenía el mismo aspecto que tienen las playas de Los Ángeles en las películas, aunque olía peor. Había atracciones en el embarcadero, palmeras junto a las aceras, vagabundos durmiendo en las dunas y surferos esperando la ola perfecta. Los chicos caminaron a la orilla, pero vieron como el azabache se alejaba de ellos, y se dirigía al agua.

-¿Y ahora qué? -preguntó Helena cansada -¡Percy! - Lo llamó -. ¿Qué estás haciendo? - Pero el no le hacía caso-¿No sabes lo contaminada que está el agua? ¡Hay todo tipo de sustancias tóxicas! -Bufó al ver que metió la cabeza

Los chicos se sentaron a esperar a su amigo, estaban en silencio.

-Estuviste callada todo el viaje Hel. - Recordó Annabeth

-Sí. -Respondió sin ganas.-No me gusta, que cuestionen así a Hades. -Sinceró

Los tres chicos estuvieron en silencio, estaban viviendo uno de los momentos más tranquilos del viaje, después vieron como llegó Percy. Les contó todo, Helena lo vio dudoso viendo las perlas.

-No hay regalo sin precio. -Opinó Annabeth

-Éstas son gratis.

-No. -Sacudió la cabeza-. «No existen los almuerzos gratis.» Es un antiguo dicho griego que se aplica bastante bien hoy en día. Habrá un precio. Ya lo verás. -Completó Helena para pararse de la arena y empezar a caminar

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Con algunas monedas que les quedaban en la mochila de Ares subieron a un autobús hasta West Hollywood. Helena no lo diría pero tenía los nervios de punta, ella vivió un tiempo en L.A pero su madre la sacó de ahí.

Había un gran problema con las drogas, y había muchos indigentes en las calles. No era nada seguro que una persona que se metiera drogas fuerte, que ya no tenía neuronas y viviera en la calle. Dejar a una niña sola caminar en la ciudad, así que si, Helena tenía mucho miedo por su seguridad, ella vivía en latinoamerica pero en México había problemas de Narcotraficantes, no de drogas, lo más preocupante era que en Estados Unidos cualquiera tenía un arma, lo cual era más riesgoso.

Le enseñaron al conductor la dirección del inframundo que habían sacado del Emporio de Gnomos de Jardín de la tía Eme, pero jamás había oído hablar de los estudios de grabación El Otro Barrio.

-Me recuerdas a alguien que he visto en la televisión -le dijo-. ¿Eres un niño actor o algo así? — Percy no sabía que decir

-Bueno, actúo como doble en escenas peligrosas... para un montón de niños actores. — Sonó lo más creíble

-¡Oh! Eso lo explica.

Le dieron las gracias y bajaron rápidamente en la siguiente parada.
Caminaron a lo largo de kilómetros, buscando El Otro Barrio. Nadie parecía saber dónde estaba. Tampoco aparecía en el listín. En un par de ocasiones tuvieron que esconderse en callejones para evitar los coches de policía.

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—¿Qué mierda? — Exclamó a sus amigos señalando la televisión

Percy se quedó atónito delante de una tienda de electrodomésticos: en la televisión estaban emitiendo una entrevista con alguien que le resultaba muy familiar: su padrastro, Gabe el Apestoso. Estaba hablando con la célebre presentadora Barbara Walters; como si el fuera famoso. Ella estaba  entrevistándolo en su apartamento, en medio de una partida de póquer, y a su lado había una mujer joven y rubia, dándole palmaditas en la mano.

Una lágrima falsa brilló en su mejilla. Estaba diciendo:

«De verdad, señora Walters, de no ser por Sugar, aquí presente, mi consejera en la desgracia, estaría hundido. Mi hijastro se llevó todo lo que me importaba. Mi esposa... mi Cámaro... L-lo siento. Todavía me cuesta hablar de ello.»

«Lo han visto y oído, queridos espectadores. -Barbara Walters se volvió hacia la cámara-. Un hombre destrozado. Un adolescente con serios problemas. Permítanme enseñarles, una vez más, la última foto que se tiene del joven y perturbado fugitivo, tomada hace una semana en Denver.»

En la pantalla apareció una imagen granulada de Grover, Annabeth, Percy y Helena de pie fuera del restaurante
Colorado, hablando con Ares.

«Y ahora por lo que se puede ver en las últimas fotos tiene una acompañante ¿Será su rehén? ¿O su pareja de disturbios? ¿Quiénes son los otros niños de esta foto? -preguntó Barbara Walters dramáticamente-. ¿Quién es el hombre que está con ellos? ¿Es Percy Jackson un delincuente, un terrorista o la víctima de un lavado de cerebro a manos de una nueva y espantosa secta? Tras la publicidad, charlaremos con un destacado  psicólogo infantil. Sigan sintonizándonos.»

-Vamos -Le dijo Grover.

Tiró del azabache antes de que destrozara el escaparate de un puñetazo. Mientras caminaban

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Todos parecían asustados, mientras que Helena intentaba guardar la calma, ya conocía bastante la ciudad aparte de vivir un tiempo ahí, la solía visitar seguido, claro en los lugares más exclusivos de la misma. Lo malo era que, no sabían cómo iban a encontrar la entrada al inframundo antes del día siguiente, el solsticio de verano. Se cruzaron con miembros de bandas, vagabundos y delincuentes que los miraban intentando calibrar si valía la pena robarles.

Helena rezaba a su madre con fervor, tenía miedo, más por ella y Annabeth, eran niñas jóvenes y bonitas, eran personas de alto riesgo. Grover llevaba a Annabeth del brazo, y Percy llevaba de la cintura a Helena ambos chicos protegían a sus amigas. Al pasar por delante de un callejón, una voz desde la oscuridad llamó a Percy, quien apretó la mano de Helena quien iba sumida en sus pensamientos.

—Eh, tú. — Se detuvo

Helena pensó «¿En qué piensas Percy Jackson? Cuando alguien te habla corres, o le tiras con una piedra ¿Jamás había vivido en la inseguridad? Pero si el es de Nueva York».

Helena vio como estaban rodeados por una banda. Seis chicos con ropa cara y
rostros malvados. Helena rodó los ojos, sabía que eran hijos de papi queriendo ser malos, tomó su cuchillo por cualquier cosa sabía que su espada no afectaba mortales. Agradeció que no fuera algo mucho peor, pero no le quitaba la gravedad al asunto.

Percy destapó su bolígrafo  y cuando la espada apareció de la nada los chicos retrocedieron, pero el líder era o muy idiota o muy valiente, porque siguió acercándose a los hijos de los tres grandes, empuñando una navaja automática, Percy puso a Helena detrás de el de manera inconsciente tratando de protegerla.

—¿Por qué no nos dejas en paz pedazo de idiota? — Los otros dos niños la vieron con sorpresa

—Cállate niña bonita, si tienes suerte no saldrás herida. — Helena se ofendió ante ello

—¿Y por qué no te alejas? Así no saldrás herido, tu y tu manada de changos idiotas no me asustan. — Helena enseñó su cuchillo haciendo que el líder retrocediera

«No voy a dejar que abusen sexualmente de nosotros, o nos roben, o  no» Pensó Gonzáles.

Percy cometió el error de atacar.
El chico gritó. Debía de ser cien por cien mortal, porque la hoja lo atravesó sin hacerle daño alguno. Se miró el pecho.

—¿Qué demo...?

Helena aprovecho que estaba distraído y le soltó un gran puñetazo, que le dejaría un ojo morado.

—¡Corran! — Gritó Percy aterrorizado a sus amigos, tomando con fuerza la mano de Gonzáles

Apartaron a dos chicos de en medio y corrieron por la calle, sin saber a donde se dirigían giraron en una esquina. Helena se reía al verla cara del líder.

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—¡Ahí! —exclamó Annabeth.

Sólo había una tienda del edificio parecía abierta, los escaparates deslumbraban de neón.

—¿Al Palacio de las Camas de Agua Crusty? —tradujo Grover.

Helena se encogio de hombros avanzando al lugar, entraron en estampida por la puerta y corrieron a agacharse tras una cama de agua. Un segundo más tarde, la banda de chicos pasó corriendo por la acera.

—Los hemos despistado —susurró Grover.

Una voz retumbó a sus espaldas.

—¿A quién despistaron?

Detrás de ellos había un tipo con aspecto de rapaz y ataviado con un traje años setenta. Medía por lo menos dos metros y era totalmente calvo. De piel grisácea, tenía párpados pesados y una sonrisa reptiloide y fría.

«Ay no, éste tiene cara de depredador sexual» Helena tembló, ella vivía en un miedo constante.

Se acercaba lentamente, pero daba a entender que podía moverse con rapidez si era preciso. El traje, del todo propio de los setenta, habría podido salir del Casino Loto. La camisa era de seda estampada de cachemira, y la llevaba desabrochada hasta la mitad del pecho, también lampiño. Las solapas de terciopelo eran casi pistas de aterrizaje y llevaba varias cadenas de plata alrededor del cuello.

—Soy Crusty —gruñó con una sonrisa manchada de sarro.

—Perdone que hayamos entrado en tropel —le dijo Percy—. Sólo estábamos... mirando. — Tomaba la mano de Helena en la cual encontraba paz

—Quieres decir escondiéndose de esos idiotas —rezongó—. Merodean por aquí todas las noches. Gracias a ellos entra mucha gente en mi negocio. Díganme, ¿Les interesa una cama de agua?

Percy fue guiado junto con todos a las camas de agua. Había toda una colección de camas de agua de las más diversas formas, cabezales, ornamentos y colores; tamaño grande, tamaño supergrande, tamaño emperador del universo...

—Éste es mi modelo más popular. —Orgulloso Crusty les enseñó una cama

Cubierta con sábanas de satén negro y antorchas de lava incrustadas en el cabezal. El colchón vibraba, así que parecía de gelatina.

—. Masaje a cien manos —informó—. Vamos, pruébenlo. No me importa, total hoy no hay clientes. —

—Pues... —musitó — no creo que...

—¡Masaje a cien manos! —exclamó Grover, y se lanzó en picada—. ¡Eh, chicos! Esta divertido.

—Hum —murmuró Crusty, acariciándose la coriácea barbilla—. Casi, casi.

—Casi ¿qué? —preguntó Percy

Miró a Annabeth.

—Hazme un favor y prueba ésta, cariño. Podría irte bien.

—Pero ¿qué...? —respondió Annabeth.

Él le dio una palmadita en la espalda para darle confianza y la condujo hasta el modelo Safari Deluxe, con leones de madera de teca labrados en la estructura y un edredón de estampado de leopardo. Annabeth se tumbó y la encontró muy cómoda.

—Tú linda, esta es hermosa para ti. —

A su lado estaba la selvaVIP, era una cama que parecía ser una hamaca cubierta de hojas, la cama era de seda muy cómoda, Helena fue empujada por este.

—¡Oye!. — Exclamó molesta

Percy corrió para ayudarla a levantarse, pero el de mayor estatura lo detuvo. Crusty chasqueó los dedos.

—Ergo!

Súbitamente, de los lados de las camas surgieron cuerdas que amarraron a Annabeth al colchón. Grover intentó levantarse, pero las cuerdas salieron también de su cama de satén y lo inmovilizaron, Helena fue inmovilizada por las cuerdas de la cama.

—¡N-n-no está-b-ien-a-a! —aulló, la voz vibrándole a causa del masaje a cien manos—. ¡N-n-no está-b-ien-a-a!

El gigante miró a Annabeth, Helena luego se volvió hacia el azabache y le enseñó los dientes.

—Casi, mecachis —lamentó.

Percy se escapó, y corrió hacia Helena pero el mayor lo aparto, con su mano lo agarró por la nuca—. ¡Vamos, chico! No te preocupes. Te encontraremos una en un segundo.

—Suelte a mis amigos. — Ordenó

—Oh, desde luego. Pero primero tienen que caber. —

—¿Qué quiere decir?

—Verás, todas las camas miden exactamente ciento ochenta centímetros. Tus amigos son demasiado cortos. Tienen que encajar.—Annabeth y Grover seguían forcejeando—, sobre todo ella. — Señaló a Helena que era la más pequeña

—No soporto las medidas imperfectas —musitó Crusty—. Ergo!

Dos nuevos juegos de cuerdas surgieron de los cabezales y los pies de las camas y sujetaron los tobillos y hombros de Grover, Helena y Annabeth. Las cuerdas empezaron a tensarse, estirando a sus amigos de ambos extremos.

—No te preocupes —Le dijo Crusty—. Son ejercicios de estiramiento. A lo mejor con ocho centímetros más a sus columnas... Puede que incluso sobrevivan, ¿sabes? Bien, busquemos una cama que te guste.

—¡Percy! —gritó Grover.

—¡Percy, ayuda!. —Pidió Helena con los ojos llorosos, a causa del dolor

Percy no soportaba ver a Helena, la cabeza le iba a cien por hora. Sabía que no podía enfrentarse solo a aquel grandullón. Le rompería el cuello antes de que la espada se desplegase.

—En realidad usted no se llama Crusty, ¿verdad?  —

—Legalmente es Procrustes —admitió

—El Estirador —dijo.

Recordaba la historia: el gigante que había intentado matar a Teseo con exceso de hospitalidad de camino a Atenas.

—Exacto —respondió el vendedor—. Pero ¿quién es capaz de pronunciar Procrustes? Es malo para el negocio. En cambio, todo el mundo puede decir «Crusty».

—Tiene razón. Suena bien. —Se le iluminaron los ojos.

—¿Eso crees?

—Oh, desde luego —contestó —. Y estas camas parecen fabulosas, las mejores que he visto nunca... — Esbozó una amplia sonrisa, pero no aflojó su cuello.

—Yo se lo digo a mis clientes. Siempre se lo digo, pero nadie se preocupa por el diseño de las camas. ¿Cuántos cabezales con antorchas de lava incrustadas has visto tú? —

—No demasiados.

—¡Pues ahí lo tienes!

—¡Percy! —vociferó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo?

—No le hagas caso —le dijo a Procrustes—. Es insufrible.

El gigante se echó a reír.

—Todos mis clientes lo son. Jamás miden ciento ochenta exactamente. Son unos desconsiderados. Y después, encima, se quejan del reajuste.

—¿Qué hace si miden más de ciento ochenta?

—Uy, eso pasa a todas horas. Se arregla fácil. —Lo soltó, pero antes de que el pudiera reaccionar, del mostrador de ventas sacó una enorme hacha doble de acero—. Centro al tipo lo mejor que puedo y después rebano lo que sobra por cada lado.

—Ya —dijo tragando saliva—. Muy práctico.

—¡Cuánto me alegro de haberme topado con un cliente sensato! —

Helena soltaba lágrimas, era a la que más le dolía la tortura. Annabeth había enrojecido. Grover hacía ruiditos de asfixia, como un ganso estrangulado.

—Bueno, Crusty... —comentó intentando sonar indiferente. Miró la etiqueta con forma de corazón de la cama especial Luna de Miel—. ¿Y ésta tiene estabilizadores dinámicos para compensar el movimiento ondulante?

—Desde luego. Pruébala.

—Sí, puede que lo haga. Pero ¿funcionan incluso con un hombre grande como tú? ¿No se advierte ni una sola onda?

—Garantizado.

—Vamos, hombre.

—Que sí.

—Enséñamelo. — Se sentó gustoso en la cama y le dio unas palmaditas al colchón.

—Ni una onda, ¿ves?— Chasqueó los dedos.

—Ergo.

Las cuerdas rodearon a Crusty y lo sujetaron contra el colchón.

—¡Eso Percy!. — Alentó Helena con una pequeña sonrisa, intentando desaparecer las muecas de dolor

—¡Eh! —chilló.

—Céntrenlo bien —ordenó el hijo de Poseidón

Las cuerdas se reajustaron rápidamente. La cabeza de Crusty entera sobresalió por la parte de arriba y sus pies por la de abajo.

—¡No! —dijo—. ¡Espera! ¡Esto es sólo una demostración! — El azabache destapó el bolígrafo y Anaklusmos se desplegó.

—Bien, prepárate... — Estaba a punto de rebanarlo, si era un monstruo moriría y se era mortal no le pasaría nada

—Eres un regateador duro, ¿eh? —dijo—. ¡Bien, te hago un treinta por ciento de descuento en modelos especiales! — Levantó la espada. —¡Sin entrega inicial! ¡Ni intereses durante los seis primeros meses!

Asestó un golpe. Crusty dejó de hacer ofertas. Cortó las cuerdas de las otras camas. Annabeth, Helena, y Grover se pusieron en pie, entre temblores, gruñidos y maldiciones.

—Parecen más altos —comentó

Helena sonrió, pero estaba a punto de caerse. Percy la tomó de la cintura, la veía preocupado.

—Barbie. — La llamó preocupado

—No me siento bien. — Confesó con los ojos cerrados

—Uy, qué risa —resopló Annabeth—. La próxima vez date un poquitín más de prisa, ¿bien? Helena está muy débil. — La señaló molesta

Percy le dio la mochila a Grover, y cargo a Helena por la espalda, la niña estaba muy roja por el dolor. El de ojos verdes vio en el tablón de anuncios detrás del mostrador de Crusty. Había un anuncio del servicio de entregas Hermes, y otro del Nuevo y completo compendio de la Zona Monstruo de Los Ángeles:

«¡Las únicas páginas amarillas monstruosas que necesita!» Debajo, un panfleto naranja de los estudios de grabación El Otro Barrio ofrecía incentivos por las almas de los héroes. «¡Buscamos nuevos talentos!» La dirección de EOB estaba indicada justo debajo con un mapa.

—Vamos —Exclamo mientras cargaba con cuidado a Helena

—Danos un minuto —se quejó Grover

—. ¡Por poco nos estiran hasta convertirnos en salchichas!

—Vamos, no se quejen. El inframundo está sólo a una manzana de aquí, tenemos que irnos rápido antes de que llegue otro monstruo, Helena está muy débil. — Annabeth negó tomando la mochila de Helena

—Bájala. — Ordenó tomando el termo

—¿Qué? ¿Ya la viste? no la voy a soltar. — Se molestó el azabache

—Le daré Néctar, Sesos de Alga. Tranquilo. — Annabeth le dio un poco de Néctar  — Ahora si cárgala, en lo que recupera las fuerzas. – Guardo lo poco de Néctar que quedaba

—Lo iba a hacer, aunque no me dijeras Annabeth. — Cargó a Helena

—No peleen por favor. — Pidió con voz débil

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